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Pocos accesorios tenemos en el armario tan estilosos como el abanico. Da igual quién lo lleve, es desplegarlo y empezar a derrochar 'glamour' con cada movimiento de muñeca. Eso se pensaba, al menos, en los siglos XIX y XX, cuando el abanico se convirtió ... en un elemento esencial de la moda y, a falta de móviles, se utilizaba hasta para comunicarse.
Ahora se ven menos. No evita, sin embargo, que todavía sean muchos los que lo utilizan. Es un complemento práctico... y bonito. A las puertas de estrenar el verano, nos acercamos a Casa de Diego, en Madrid, una de las fábricas de abanicos más antiguas de España.
El gerente, Arturo Llerandi, lo tiene claro: «Que tenga un país (parte entelada) amplio y un varillaje fuerte, porque si es muy flexible no coge el aire», advierte. Jugando con esos parámetros, en este comercio tienen a la venta más de 10.000 modelos distintos, todos hechos a mano.
El proceso de creación es siempre el mismo. Comienza con la conversión de las materias primas –como la madera (de peral, abedul, haya, plátanero, é́bano, palo-santo, sándalo…), el nácar, el hueso o el marfil– en las varillas que lo sostendrán. Lo má́s habitual es que los abanicos lleven de 28 a 32 varillas, pero hay algunos que tienen 10, 12 o 16, los denominados chumbos o pericones, muy utilizados en el mundo del teatro y la danza. Las varillas pueden ser lisas o caladas (con troquelados).
El país, por su parte, se confecciona con tela, vitela, pergamino... y puede ser de un solo color o ir pintado o bordado...
– ¿El tamaño importa?
– Sí. Cuanto más grande sea el abanico, más aire dará, –confirma Llerandi, que en la tienda cuenta con ejemplares desde 5,5 centímetros de alto hasta 76–, aunque los abanicos más demandados actualmente son los pequeños, tanto para caballero, muy prácticos para que quepan en el bolsillo de la camisa o la chaqueta; como para señora, porque se guardan en el bolso.
Tanto las dimensiones como el tipo de materiales y el tiempo dedicado a su fabricación influyen en el precio final del producto. «Un abanico normal se puede fabricar en un día, pero los más trabajosos no se terminan antes de una semana, o hasta un mes», asegura el gerente.
Por ello, los precios oscilan entre los 16 y los 6.000 euros –los más caros suelen ser ornamentales o antigüedades–. Por ejemplo, uno que fabricaron en el año 1850 y que está expuesto en el escaparate, confeccionado con hueso y pintado a mano, cuesta 3.000 euros.
Los más baratos del mercado son los de plástico, aunque en esta tienda no los venden. Tampoco tienen abanicos para zurdos y para diestros. «Sencillamente porque no es necesario», aclara el dueño. Lo que sí es imprescindible, sin embargo, es coger el abanico correctamente, algo que no hace todo el mundo.
– ¿Cómo se coge?
– Debemos sujetar la primera varilla con el pulgar y la última con el índice. De esta forma, podremos abrirlo de la manera más sencilla, que es lanzándolo hacia abajo, aunque la gente que tiene experiencia lo abre de otras maneras, como de lado o hacia arriba. Otra opción es utilizar ambas manos para desplegarlo.
Sobre su uso, los motivos por los que el abanico no se emplea tanto como antaño son principalmente dos: la invención de otros aparatos más modernos para quitarnos el calor, como el ventilador y el aire acondicionado; y un cambio en las tendencias de moda.
Muchos son los que, actualmente, relacionan el abanico únicamente con las personas mayores o con el flamenco, y no lo consideran un accesorio de su propio armario. Para comprobarlo, preguntamos a varios viandantes qué se les viene a la cabeza cuando piensan en una persona abanicándose. «Una abuelita en misa», «alguien mayor», «¡mi suegra! que tiene 80 años», «me recuerda a una folclórica»... son algunas de sus respuestas.
Es cierto, el abanico ya no es un elemento imprescindible al vestir, pero hay que reconocer que a más de uno le sigue quitando el sofoco cuando va a los toros, por ejemplo. Es más, en Casa Diego la clientela es sorprendentemente variada. «Quería un abanico para mi novia», pide un joven asturiano frente al mostrador. ¿El motivo de la compra? «Ella es de Perú y quiero llevarle algo típico español», revela el cliente, que se decanta por un modelo con varillas negras y país rojo. Otro señor entra en busca de un abanico blanco. «Lo más sencillo que tengan», pide. Una señora se apaña «con el más económico», mientras que otra lo pide «liviano».
En poco más de media hora, cinco personas han comprado un abanico en esta tienda. Excepcionalmente todos los clientes eran españoles, pero ha sido casualidad, porque el dueño del comercio, ubicado en pleno centro de Madrid, asegura que su principal clientela es el turista extranjero.
«Por aquí pasan todo tipo de personas. Desde el que lo compra porque tiene calor, al que se lo lleva de recuerdo, para una colección, para bailar, para casarse, incluso el que adquiere abanicos para toda la familia», expresa Llerandi. Él nos cuenta, cómo anécdota, cómo se comunicaban las personas antiguamente con este accesorio:
Ven y habla conmigo Abrirlo con la mano izquierda.
Sí Apoyarlo sobre la mejilla derecha
Eres cruel Abrirlo y cerrarlo.
Te quiero Dejarlo deslizar sobre la mejilla.
¿Me quieres? Presentarlo cerrado.
Nos vigilan Cubrirse parte del rostro.
Dudo de ti Apoyado sobre los labios.
Estoy celosa Cerrarlo precipitadamente.
Te quiero más cada día Pasar un dedo entre el varillaje.
Has cambiado Dejarlo deslizar sobre la frente.
Déjame en paz Mantenerlo sobre la oreja izquierda.
Quiero a otro Moverlo con la mano derecha.
Estoy sola Abierto, tapando la boca.
Te odio Arrojarlo con la mano.
Escríbeme Golpearlo, cerrado, sobre la mano izquierda.
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