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Isaac Asenjo
Madrid
Viernes, 4 de febrero 2022, 00:03
La felicidad no siempre se expresa esbozando una sonrisa. Cerca de 200 personas en España no saben lo que es una carcajada, nunca la han experimentado y en sus rostros no se dibuja ninguna emoción, aunque ellos las sientan. Padecen síndrome de Moebius, una enfermedad ... neurológica congénita muy rara que causa parálisis facial e impide fruncir el ceño y se traduce en falta de movimiento en los ojos. Una malformación congénita que nace de una falta de desarrollo en dos nervios craneales durante el embarazo –se da en uno de cada 500.000 niños– y los científicos aún no conocen su origen, ni mucho menos, la cura. «Las causas serían múltiples, desde genéticas a factores teratógenos y anomalías placentarias, pero en todos los casos habría un mecanismo común, la agenesia o destrucción de los núcleos de los nervios VII y VI situados en el tronco cerebral», apunta el doctor Antonio Pérez Aytés, investigador emérito de neonatología del Hospital La Fe de Valencia y experto en el tratamiento del síndrome.
Se ha descartado un origen puramente hereditario, pues la mayoría de las personas con esta displajia no tiene antecedentes familiares. También se ha descartado que pueda producirse únicamente por alguna infección materna durante el embarazo o algún contaminante ambiental posterior. En algunos casos, además de los nervios VII y VI, pueden verse afectados otros nervios craneales, como los nervios XII (hipogloso), X (vago), y IX (glosofaríngeo) y se pueden presentar otras malformaciones músculo esqueléticas.
«Dado que la capacidad intelectual rara vez está afectada, esto puede llevar a estigmatizar al paciente y a condicionar su manejo en los primeros años», señala Aytés, que explica que en los meses iniciales de vida pueden presentarse dificultades para la alimentación. «El movimiento de succión es mucho menos potente o incluso inexistente, lo que hace que no se agarre bien al pecho o no tome bien el biberón». En algunos casos se debe valorar alimentación por gastrostomía.
No tiene curación, pero desde la Fundación Síndrome de Moebius orientan a las familias para atender y tratar los problemas que se presentan en cada fase del desarrollo del niño o la niña y en la vida adulta. Se les enseña cómo atenuar las dificultades que pueden experimentar estos niños durante las primeras etapas de desarrollo, el estrabismo o problemas dentarios, así como problemas de pronunciación que pueden surgir más tarde.
El tratamiento es multidisciplinar e intervienen el nutricionista, el logopeda, el neurólogo, el neuropediatra, el fisioterapeuta, y a veces el traumatólogo, el otorrino, el oftalmólogo, el ortodoncista, el cirujano plástico...
La cirugía se puede aplicar para corregir levemente el cierre de los párpados mediante una técnica llamada tarsorafia. Y también se han realizado intervenciones para restablecer la capacidad de sonreír, como la llamada operación de animación facial de Zuker: con ella, se consigue movilizar un pequeño músculo facial que interviene en el cierre y la apertura labial. Por cierto, que son doce los músculos que usamos al sonreír, aunque este número puede variar dependiendo de muchos factores.
Aunque es una enfermedad con escasa prevalencia, quienes la sufren aseguran que condiciona mucho el día a día. Esto son algunos testimonios.
A María José le dijeron seis días después de dar a luz que su hijo Chema sufría esta enfermedad. Con el paso de los años le anunciaron que padecía otras patologías sin cura. A sus 16 años lleva una veintena de operaciones con las que lucha por mejorar día a día. «Responde a las emociones a través del habla o el movimiento de las manos, nos dice si está contento, triste o emocionado», cuenta su madre.
Marta Santodomingo tiene 27 años. A los 18 meses de vida tuvo que ser operada de estrabismo. Lleva ya varias intervenciones de ortodoncia y oftalmológicas y toca el violín y el piano. «Vivo el síndrome con naturalidad, como una característica que forma parte de mí. Es muy importante que desde el primer año hasta los siete el trabajo sea constante, porque ese esfuerzo se verá en los resultados futuros. Siento lo mismo que cualquiera, aunque no se note en mi cara».
Ainhoa tiene 10 años y, como el resto de niños con esta enfermedad, no puede mover los ojos de lado a lado ni parpadear. Esto último le hace tener una alta sensibilidad a la luz y debe usar lágrimas artificiales cada dos horas. A María Jesús, su madre, le contaron lo que le ocurría a su hija cuando tenía cinco días de vida. Una patología a la que hay que añadir microcefalia y una afectación por la cual tiene la mandíbula más pequeña de lo normal. «No podía comer por sí misma y tuvo que llevar primero una sonda nasogástrica y después un botón gástrico. Con logopeda ha conseguido hablar, aunque le cuesta pronunciar por la parálisis facial». Ahora va a quinto de Primaria como el resto de los niños de su edad y presenta un nivel cognitivo de entre un 6% y un 70% que le hace estar un poco bajo el límite.
Los miles de genes que se estima componen el genoma humano juega un papel clave y decisivo en la función de cada célula del cuerpo. Cuando uno de estos genes es defectuoso, incompleto desde el origen o muta en algún momento de la vida, puede provocar problemas de salud. El 72% de las enfermedades raras tienen un origen genético, y aunque de momento la mayoría de terapias génicas para dichas patologías están en proceso de ensayo clínico, las esperanzas son cada vez mayores. A diferencia de los tratamientos tradicionales, que requieren de una administración frecuente de medicamentos y están orientados a paliar los síntomas de la enfermedad, en la terapia génica previsiblemente con una sola administración se puede restaurar la función correcta de las células afectadas. De esta manera, el proceso actúa a nivel celular pudiendo sustituir el gen que está provocando el trastorno o agregar otros que ayuden al cuerpo a combatir la enfermedad.
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