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Hay que ver (y oír) cómo la vida puede cambiar en un segundo. Un disparo cercano, un petardo demasiado cerca de la oreja, una explosión inesperada, un concierto donde se les va la mano... y, ¡zas!, nuestro oído, una de nuestras mejores herramientas para sobrevivir ... en esta jungla que es el mundo y que nos permite disfrutar de la música, de la voz de quienes nos rodean -ay, esas palabras queridas que nos salvan la vida- o del sonido de la naturaleza, se queda tocado para siempre. ¿Para siempre no es mucho tiempo? Sí, se hace largo. Pues es lo que duran, en muchas ocasiones, las consecuencias de un traumatismo auditivo, de un momento de exceso sonoro que nuestro oído no ha podido soportar.
«Al producirse, por ejemplo, una explosión, se mueve el tímpano (a veces se rompe o lesiona), el sonido se transmite al oído interno y a la cóclea... y las células nerviosas pueden quedar dañadas», explica Iñigo Ucelay, otorrinolaringólogo del Igualatorio Médico Quirúrgico (IMQ). Es decir, la cadena de huesecillos se estremece y llegan a producirse daños en el sistema nervioso que, en muchos casos, son permanentes. «Esto ocurre si nos exponemos a sonidos muy fuertes, de unos 120 decibelios o más, durante un corto espacio de tiempo. Pero también si estamos trabajando ocho horas diarias a 80 decibelios... o a 90 durante cuatro horas. Claro, a mayor intensidad, en menos tiempo se daña el oído», explica. De ahí que en determinados trabajos sea preceptivo el uso de protecciones. «Tareas de forja, procesos industriales con golpeos constantes... En estos casos se ve una pérdida progresiva de audición, pero de modo selectivo, en una frecuencia», pone como ejemplo.
¿Qué ocurre cuando ya se ha producido el daño? Pues que el cuerpo, que tiene cierta plasticidad, intenta reparar el problema, pero en ocasiones no lo consigue y los efectos del traumatismo auditivo son permanentes. Sobre todo en gente joven es más fácil que se arregle solo, pero, si sabemos o tenemos la sospecha de que hemos sufrido un traumatismo auditivo, lo mejor es acudir a un especialista que valore el alcance de los daños y se ponga manos a la obra para arreglar el desaguisado antes de que ya no tenga remedio. ¿Se puede? «Muchas veces sí», anima Ucelay. Estas son algunas de las claves que debemos conocer para evitar que los efectos negativos de un ruido fuerte se queden con nosotros para siempre.
Aunque hay tablas muy precisas donde se recoge qué niveles de ruido afectan al oído y de qué manera, cada cuerpo es un mundo y unos oídos tienen más aguante y mayor capacidad de regenerarse. «Por ello, la gente que es proclive genéticamente a tener problemas auditivos o que sufre con frecuencia problemas de oído que se lo han podido dejar debilitado deben extremar las precauciones para no exponerse a ruidos intensos», apunta Ucelay. Un oído sensibilizado es un oído que va a acusar mucho un ruido excesivo.
Parece un mito, la típica frase de abuela de '¡te vas a quedar sordo por estar todos los días con los cascos!'. Pero no, tiene fundamento y es la causa de muchos oídos sensibilizados que, de sufrir un traumatismo, van a quedar tocados. «El uso de cascos es un problema real. Hay que darse cuenta de que llevamos el sonido encerrado en el oído y a ver a qué volumen... No es lo mismo que estar expuesto a un altavoz al aire libre, desde luego. Por eso, estamos viendo muchos casos de personas que presentan pequeños traumatismos en el oído por su uso continuado», detalla Ucelay. Si a una de estas personas, explica, le da por cazar -la posición del arma junto a la oreja cuando se produce el disparo es fatal para el oído- o tiene la mala suerte de que le explota al lado un elemento de pirotecnia, el traumatismo auditivo está servido. Su oído, ya delicado por las microlesiones, no soporta la sobrecarga... ni posiblemente la autorreparación.
¿Cómo podemos saber si hemos sufrido un traumatismo auditivo? Hay ocasiones en las que sabemos que hemos estado expuestos a un ruido brutal, pero no conocemos las consecuencias reales. En ocasiones se puede producir un dolor agudo, pero puede no ocurrir. Entonces, debemos estar atentos a la aparición de dos síntomas muy claros: si empezamos a oír zumbidos o si creemos que oímos menos que antes, debemos acudir de inmediato a un otorrino que revise el tímpano y realice una audiometría. Lo de ir rápido también suena a alarmismo..., pero no, «es que en muchos casos, no en todos, si se coge a tiempo tiene remedio», insiste Iñigo Ucelay.
«Si acudimos al otorrino horas o días después del traumatismo, podemos usar corticoides y vasodilatadores para revertir el daño», indica el especialista. En muchos casos, el tratamiento surte efecto y el oído se recupera. «Pero, si tenemos una lesión de más de un mes y no vemos mejoría, hay que hacer un seguimiento», apunta. Aviso a navegantes: si el traumatismo ya es irreversible, debemos mentalizarnos de que tendremos que acudir al otorrino de por vida. «A veces tienes un zumbido o has perdido la audición en unas frecuencias y te va a más y pierdes en otras», advierte.
La Organización Mundial de la Salud considera que exponerse a más de 70 decibelios durante un periodo de tiempo prolongado puede producir daños graves en el oído con consecuencias que pueden llegar a ser irreversibles. Estos son algunos de los ruidos que pueden causar traumatismos y sus decibelios.
Moto De 74 a 104 decibelios
Conciertos, música con cascos a volumen máximo De 80 a 110 decibelios. Ya estamos en zona peligrosa.
Eventos deportivos En torno a 100 decibelios
Sirenas Más de 110 decibelios
Umbral del dolor 120 decibelios
Martillo neumático De 130 decibelios
Pirotecnia De 140 a 160 decibelios.
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