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Miguel vive en la costa asturiana. Cuando viaja a grandes ciudades interiores suele sentir cierto desasosiego. «Alejarme del mar me pone nervioso». De hecho, recuerda una visita a Londres en la que, de pronto, notó su falta: «Llevaba allí una semana; un día me agobié bastante y tuve que acercarme hasta la orilla del Támesis. No es lo mismo pero algo ayudó, necesitaba ver agua. Sé que es algo psicológico, pero...». Apoya esta visión Wallace J. Nichols, licenciado en biología marina, en economía y políticas de recursos naturales y doctorado en ciencias políticas y sociales, activista medioambiental y autor del libro 'Mente azul: La ciencia sorprendente que muestra cómo estar cerca, dentro, sobre o bajo el agua puede hacerte más feliz, más saludable, más conectado y mejor en lo que haces'. Como él mismo describe, su enfoque aborda «con precisión todos los beneficios físicos, ecológicos, económicos, cognitivos, emocionales, psicológicos y sociales de los océanos y las vías fluviales saludables». Entre ellos, recuperar la calma alejando el estrés y la ansiedad. «Todos los estudios realizados hasta ahora muestran que las personas que viven cerca del agua tienen un mayor nivel de felicidad».
¿Quizá tenga algo que ver su hermoso color azul? Para él, sin duda: «La proximidad al agua inunda el cerebro con hormonas para sentirse bien, como la dopamina y la oxitocina. Los niveles de cortisol, la hormona del estrés, disminuyen. Los científicos han descubierto que el cerebro prefiere el color azul por encima de todos los demás y que el agua aumenta nuestra capacidad de concentración». El sonido también ayuda: «Ya sea golpeando contra un bote, las olas rompiendo en la playa o el gorgoteo de un arroyo. Es un ruido con cierta regularidad, y alguna irregularidad. No exige tu atención. No lleva información. Pero llama tu atención. Los psicólogos lo llaman 'fascinación suave'. Eso crea una burbuja de soledad y privacidad que te rodea. Puedes oírte pensar».
Aketza Sánchez
Wallace J. Nichols
Apunta como relevante sentir la ingravidez: «Si realmente estás en el agua, tienes otro nivel de comodidad o apoyo. No estás lidiando con la gravedad. Tu cerebro no está coordinando 200 músculos para permitirte estar de pie o sentado». «Entonces, cuando ves agua, cuando la escuchas, se desencadena la respuesta en tu cerebro de que estás en el lugar correcto», añade. Y recomienda la práctica de rafting, kayak, surf... «La terapia del agua se utiliza cada vez más para tratar una variedad de dolencias, incluidos los veteranos de guerra heridos que sufren estrés postraumático y depresión».
Lo sabe bien Aketza Sánchez, a pesar de que fuera precisamente en el mar donde casi se le trunca la vida. Se dio a conocer en la primera edición del programa 'Supervivientes', celebrada en 2000;era aquel surfista vasco que quedó tercero aunque fue elegido el favorito del público. Hoy, con 47 años, puede contar una historia que tiene mucho que ver con cómo el océano puede ayudarnos a superar las piedras que nos salen en el camino: «Todos sabemos que cuando nos encontramos en el mar tenemos un poco más de alegría en el cuerpo; es cierto que por mi trabajo y por mi vida he estado muy ligado él y me he dado cuenta que para mí era como una especie de terapia». Para huir de la locura y el estrés que le supuso la fama obtenida en aquel concurso, viajó por el mundo en busca de olas, pero fue cuando volvió a casa que la vida le dio un vuelco: «Estaba dando una clase de 'paddle board' (surf con remo) y, como tantas otras veces, salté al agua con voltereta. Pero algo salió mal, clavé la cabeza en la arena y un ruido inconfundible me advirtió de que había tocado fondo. Como una puerta vieja, un muelle oxidado, una tiza en la pizarra, oí un 'ñiiickkkk'. Me quedé hundido mirando al fondo, fui a darme la vuelta y a mi lado vi un brazo que parecía no ser el mío. Intenté mover las manos, los dedos, las piernas, el tronco, lo que sea, ¡por favor, quería darme la vuelta! Pero solo los ojos me hacían caso, abiertos como platos mirando el azul transparente del agua y la arena del fondo...».
El resultado, una lesión de médula que le tuvo varios meses en el hospital y años de recuperanción pensando que no volvería a andar, a tener relaciones sexuales, a controlar sus esfínteres... «Gracias al esfuerzo de mi cabezonería, al de las personas que tenía al lado y, cómo no, a la mar conseguí andar, aunque no como antes. Por lo menos para poderme desplazar y hacer vida casi normal. Me llevaron al agua y me pusieron sobre la tabla con el remo y vi que encima del agua avanzaba mucho mejor que andando, que por todo mi cuerpo subía y bajaba una especie de corriente por mantenerme así de pie». Hoy sigue con el daño medular y con fármacos, necesitando pasar días enteros en cama por el dolor. «Pero agradezco mucho a la mar cómo me ha tratado, primero por perdonarme la vida en el golpe. Muchos me dicen que a ver si no le tengo miedo, pero creo que fue muy importante para mi recuperación: no tardé en ponerme a remojo y con su silencio y sus movimientos leves pude manipular otra vez mis piernas y mis manos a mi decisión. Ha sido y es un trabajo muy largo pero es algo que en tierra no hubiese podido conseguir».
Después de aquello, Aketza necesitó encontrar una explicación a por qué el mar «nos ayuda a sentirnos bien». «Investigando me di cuenta de que había estudios que hablaban de cómo el agua de la mar, al romper, crea iones negativos que ayudan a que el sistema respiratorio funcione mejor». Aketza señala que, entre otros beneficios, estas partículas pueden estimular la actividad sexual; ayudan a combatir enfermedades y problemas de la piel como la psoriasis, el acné o las quemaduras; eliminan el estrés y la ansiedad ayudando a relajarte con mayor facilidad; mejoran la memoria y la capacidad de concentración; regulan la tensión arterial, tienen efectos analgésicos; aumentan el rendimiento mental y físico; disminuyen la agresividad; limpian y purifican el aire de humo, bacterias, polen y polvo...
– ¿En su caso, en qué ha notado todos estos beneficios que comenta?
– Cuando era niño, iba a surfear desde muy pronto a la mañana hasta la noche cuando podía, y después del colegio hacía lo mismo. Y me daba cuenta de que había gente paseando por la playa con una edad avanzada pero un estado físico y emocional envidiable. Más tarde supe que tanto pasear por el agua y por la arena, vivir cerca de la mar, con el salitre, la luz, la vitamina D, el yodo, los iones negativos... Todo hace que la persona físicamente y emocionalmente se encuentre mejor.
–Puso en marcha una asociación, Goazenup, que combina la práctica de 'paddle board' con el yoga y que trata de ayudar a personas con diferentes problemas físicos, mentales o simplemente vitales...
– Mi experiencia me dice que muchos de los casos que en estos momentos tengo entre mis manos en la asociación Goazenup son personas que entran con bastantes carencias. Lógicamente, las enfermedades graves son de difícil curación, pero la mejora de la calidad de vida es impresionante, la evolución que tienen y cómo prosperan. La alegría, la felicidad, los movimientos... todo mejora en la mar y, en este caso, haciendo 'paddle board'.
– Colabora como voluntario también con las instituciones para ayudar a adolescentes y jóvenes en acogida, a los que lleva a practicar deporte al mar. ¿Qué les aporta?
– Después de muchos años con la asociación, me he encontrado que a muchos jóvenes, además de tranquilizar, centrar y socialmente mejorar sus cualidades físicamente, les va muy bien también emocionalmente. De aquí nació un proyecto que se llama a Zabalbideak, en colaboración con la Diputación de Bizkaia, con el que ayudo como mentor a jóvenes de entre 16 y 21 años en riesgo de exclusión social. Y es impresionante ver cómo la 'autoestima', una palabra que muchos de ellos ni conocen, empieza a tener un sentido. Y empiezan a ver que pueden ser autosuficientes en esta vida que tantas trabas les pone.Así, estos jóvenes pueden conocen la mar y los deportes en contacto con la naturaleza, y cambian positivamente a ser personas más sociales, con mayor autoestima, con un físico más aceptado en esta sociedad... Y pueden empezar a alejarse de ese riesgo de exclusión social.
El biólogo marino Wallace J. Nichols hace esta recomendación, siempre que sea posible: «Deténgase de camino al trabajo y sumerja los pies. Hará que su día sea mejor, lo garantizo».
La piel: La Escuela de Medicina de Nippon (Japón) realizó un estudio donde comprobó que la sal y el potasio ayudan a mejorar la dermatitis y otras afecciones de la piel.
La forma física: Otra investigación de la Universidad belga de Lovaina asegura que caminar sobre la arena implica un ejercicio y un mayor gasto de energía, y tiene, además, un efecto positivo en nuestra mecánica de locomoción, estimulando las terminaciones nerviosas y fortaleciendo los músculos de piernas y pies.
La respiración: Un estudio publicado en 'The New England Journal of Medicine' concluyó que personas con problemas respiratorios que inspiran el aire del mar mejoraban su capacidad pulmonar y su tos.
Huesos más fuertes: Tomar el sol junto al océano nos aporta la vitamina D necesaria para endurecer nuestros huesos a través de la absorción del calcio, y además crece la producción de endorfinas que producen bienestar. Eso sí, sin olvidar aplicarnos la crema de protección solar.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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