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Un suave repicar de lluvia contra la ventana, un par de troncos de madera consumiéndose en la chimenea, las olas del mar, aunque esté embravecido. Cierre los ojos, simplemente escuche. ¿Qué sucede? «La frecuencia cardiaca baja, también la presión arterial, los músculos se relajan... El ... efecto podría ser similar al de tumbarse al sol en la playa». Relax. Álvaro Sánchez-Ferro, neurólogo y coordinador del Comité de Nuevas Tecnologías de la Sociedad Española de Neurología, explica que estos sonidos «provocan una respuesta fisiológica de calma e inducen a nuestro cerebro a la relajación. Y no solo al cerebro, también al corazón, porque la cabeza está conectada con el resto del cuerpo».
Los sonidos, ahonda el especialista, «son capaces de activar redes neuronales que modulan respuestas de calma o de alerta». Pongamos la lluvia, la brisa o las olas del mar en el primero de los casos; «y el sonido agudo del claxon, un chirrido, un golpe» en el segundo.
«A veces es difícil demostrar algunas cuestiones de manera científica. Hay una parte grabada en nuestro código genético, lo que explica que un bebé llorando genere una respuesta automática del padre; es como si tuviera el cerebro programado para responder así, aunque no haya vivido esa situación antes. Por otro lado, hay otra parte de aprendizaje, esto es, cuando escuchamos un golpe interpretamos que podemos estar amenazados».
– ¿Es necesaria una escucha activa para que un sonido nos lleve a un estado de relajación?
– No está superinvestigado, pero estos sonidos tienen capacidad de producir calma 'per se'. Ahora bien, si soy capaz de concentrarme en ese sonido o en la visualización de un paisaje sin coches, por ejemplo, el efecto será mayor. Y todavía más si lo entrenamos.
– La leña quemándose provoca, por lo general, esa respuesta de calma. Igual que las olas del mar. Pero ¿podría generar el efecto contrario si alguien ha tenido una mala experiencia en el mar o ha vivido una situación angustiosa con el fuego?
– Si te has visto en un incendio, el sonido del fuego no te va a relajar. Sucede igual con los perros. Si te ha atacado uno, inmediatamente vas a alarmarte ante cualquier ladrido
«Aunque es algo muy personal y tiene mucho que ver con nuestra experiencia –coincide Alba Valle, psicóloga sanitaria–, cualquier sonido que nos acerque a la naturaleza tiene ese efecto relajante. Porque nos conecta con lo natural, con nuestra esencia. Cuando una persona se pone a mirar las nubes, por ejemplo, su mente 'afloja', se potencia la creatividad... En la medicina tradicional china se asocia a la salud. Por eso, cuando pasamos tiempo lejos de la naturaleza, no es raro sentirnos estresados, cansados... La naturaleza tiene ese efecto de armonía, de reequilibrio».
Y basta con escuchar esos sonidos. «El sistema olfativo y el auditivo son los más primitivos y nos conectan más a las emociones. Yo algunas tardes me pongo la chimenea de Netflix, una grabación de una hora en la que ves y, sobre todo, escuchas la leña quemándose. La pongo de acompañamiento mientras leo en el sofá y el efecto es fantástico», asegura Valle, fundadora de Loca Sabiduría, portal especializado en meditación y mindfulness.
Analizamos con ella, uno a uno, algunos de los sonidos más relajantes.
Quizá el sonido de calma por antonomasia. «Sí, la lluvia relaja, porque nos lleva a un estado de introspección, anima al recogimiento, a estar tranquilos. La lluvia representa el 'efecto del otoño'». Otra cosa son las tormentas. «Pueden relajar o provocar el efecto contrario», dice Valle.
«Salvo que hayas vivido una experiencia traumática en el agua, el mar transmite limpieza, paz, nos invita a fluir. Por eso, escuchar las olas nos lleva a hacer esas asociaciones».
Aquí, sostiene Alba Valle, cobra especial potencia ese «efecto del agua, porque se le une el componente tierra, cuando visualizamos unas praderas a cada lado del río». Explica gráficamente la psicóloga que el agua discurriendo por un arroyo nos hace sentir «'cosquillas' en el cerebro».
«El bosque tiene una connotación de protección. Y las sensaciones tienen mucho que ver con la carga asociativa del lugar. Eso es lo que sucede con los sonidos del bosque».
El viento tiene la capacidad de sumergirnos en la calma... y de todo lo contrario. «Depende de la intensidad. Un viento suave, pongamos por ejemplo una brisa que mueve el trigo o una un poco más fuerte que mece las copas de los árboles, es relajante. Sin embargo, los vientos fuertes están asociados a situaciones de nerviosismo. En la medicina tradicional china, el viento genera sensación de inestabilidad».
«Hay sonidos que se usan mucho en yoga y en meditación y que no son de la naturaleza, algunos graves: cuencos y trompetas tibetanas, recitación de mantras, platillos que chocan y generan una vibración mantenida en el tiempo...», enumera la experta en mindfulness. Se trata de sonidos que favorecen, dice, «los estados de concentración, como si te hicieran un 'masaje' en el cerebro».
Al margen del viento y la lluvia..., los sonidos de casa. «El 'chup, chup' de los cocidos y los potajes también puede generar en el cerebro esa respuesta de calma», sostiene la psicóloga sanitaria Alba Valle. En este caso, «no relaja en sí por el tipo de vibración que genera, sino por el vínculo emocional. Cuando escuchamos ese cocido cocinándose suavemente nos vienen a la mente escenas de la abuela, de la casa familiar, la infancia, el calor...».
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