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Están ahí. Los intentas apartar, pero vuelven una y otra vez. Se cuelan en tu mente cuando estás haciendo cualquier cosa: trabajando, leyendo, viendo la tele, en tu tiempo de ocio, en la cama. Quieres apartarlos y, con suerte, se van un rato, pero regresan. ... Son invencibles, asoman aquí y allá... Así son los pensamientos rumiantes, esos que no van a ningún sitio y nos amargan la vida. ¿Quién no los conoce? Es lo que llamamos 'entrar en bucle', una de las expresiones de la ansiedad más frecuentes: cuando algo nos produce tensión y no sabemos qué hacer, el pensamiento se sobreactiva de manera involuntaria y empieza a boicotear todos nuestros procesos cognitivos con intromisiones. Dos expertas nos dicen por qué nos pasa esto y cómo controlarlo.
Valeria Sabater (Psicóloga)
«La mente es como una fábrica de pensamientos que nunca se detiene. Y lo más llamativo es que una parte importante de lo que pensamos solo sirve para una cosa: avivar el fuego de la preocupación. Todos somos rumiantes cognitivos, es cierto, pero unos más que otros. Las personas que sufren ansiedad o lidian con una depresión rumian muchísimo más», indica Valeria Sabater, psicóloga y escritora.
¿Cuál es el mecanismo que nos lleva a caer en este modo de pensamiento que los expertos llaman 'inútil'? Sabater lo explica: nuestro cerebro, de forma automática, nos 'obliga' a focalizarnos en aquello que hemos dicho, hecho o incluso en aquello que podría pasar. Y nos hace «masticar partes de nuestra vida una y otra vez de manera pasiva y a veces terminamos trazando futuribles catastróficos sobre lo que podría ocurrir». «El pensamiento rumiante no sería tan nocivo si, en lugar de asumir una actitud pasiva y dar vueltas a las cosas una y otra vez, actuáramos», matiza la psicóloga, quien añade que el problema es que el rumiar se acompaña de un enfoque emocional negativo.
Y hay que romper esa cadena: «La alta rumiación incrementa la visión de túnel, dejamos de tener perspectiva de las cosas, reduce la creatividad y aparece la angustia, el malestar», alerta Sabater.
Pilar Berzosa Doctora. Psicóloga clínica y profesora de la UNIR
Según diversos estudios, las mujeres tienden a ser más obsesivas que los hombres, pero también tienen más facilidad para pasar a la acción y buscar soluciones, por lo que son ellos las víctimas preferidas de los pensamientos rumiantes.También las personas tímidas. «Giran y giran los pensamientos y al no externalizarlos se vuelven más tóxicos –apunta PilarBerzosa, doctora en psicología clínica y profesora de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)–. Y esto es agotador para ellos».
De hecho, rumiar no solo supone un gasto emocional gratuito (perdemos tiempo y bienestar), también absorbe nuestras reservas de glucosa, que es, por así decirlo, el 'alimento' del cerebro. Por eso, quienes no dejan de dar vueltas a las cosas terminan «físicamente agotados». «Algunos me han llegado a decir que no pueden ni levantarse de la cama», afirma Berzosa, quien advierte de otro daño colateral de entrar en bucle: «Los pensamientos rumiantes 'maceran' en la cabeza, se 'pudren' y terminan contagiando a otros pensamientos... Así que cuidado con ellos. Es como cuando por la mañana nos obsesionamos con alguna cosilla y poco a poco va creciendo y vamos sumando más y más problemas y haciéndolos más grandes y termina 'haciéndosenos bola' todo», indica Berzosa.
Esto es, según explica la experta, porque en el sistema límbico, en la zona del tálamo, se produce un curioso efecto: focalizamos la atención y nos parecen significativas cosas que podemos relacionar con algo que nos pasa (¡queremos hacer asociaciones!). «Por eso, las embarazadas ven muchas embarazadas por la calle y quien lleva muletas, solo ve personas con muletas», pone como ejemplo. Es decir, nuestra mente busca confirmaciones, seguridad.Por eso, si tenemos un pensamiento rumiante, nuestra cabeza va a buscar otros 'iguales' y esto, claro, esto un peligro.
Reflexionar vs. rumiar: «Debemos sustituir la máquina de la rumiación mental por el ejercicio de la reflexión: esto último implica pensar en nuestras cosas de una forma más flexible y facilitando la resolución activa», afirma Sabater.
Aceptación: Entrenarnos en la idea de que hay cosas que no podemos cambiar.
Controla cosas pequeñas: Ponte metas sencillas que sí estén en tu mano cumplir para aumentar la sensación de control.
Contraataca: Rompe la espiral negativa haciendo algo que te guste mucho.
No te los tragues en soledad: Un amigo, la familia, un psicólogo... es bueno que nuestros pensamientos rumiantes sean compartidos con alguien.En el momento en que los expresamos les quitamos poder, organizamos nuestras ideas y nos vemos casi 'obligados' a buscar una solución. Además, una visión externa y neutral que desmonte nuestros sentimientos irracionales viene genial.
No luches, bárrelos: Si tienes un pensamiento que te asalta repetidamente, no te pelees con él (es una de las bases del yoga). Obsérvalo, analízalo y luego, echálo a un lado. Sé clemente contigo si regresa y vuelve a barrerlo. «Y céntrate en el presente», añade Berzosa.
Escribe el pensamiento: «Hay que echarlo fuera.Un buen método es escribirlo en un papel o en el móvil.Luego lo revisas y ves que no es para tanto.Es como tener una china en el zapato: hay que pararse y sacarla fuera, nunca dejarla ahí sin más, haciendo daño», indica Berzosa.
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