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Es la primera cena con los amigos de tu pareja. 'Estos son Alberto, Rosana y Sandra. Él es Santi'. Se alarga la velada, el grupo congenia y prometen verse otro viernes. Santi cree que no tardará en integrarse en el grupo, que serán amigos dentro ... de poco... aunque no se acuerde de sus nombres. «Es muy habitual que nos presenten a alguien y segundos después no seamos capaces de recordar cómo se llama; eso sí, su cara no se nos va a olvidar», asegura Facundo Manes, neurocientífico y autor de 'Ser humanos. Todo lo que necesitas saber sobre el cerebro' (Paidós). Explica que el olvido empieza a aparecer con 20 o 30 años y que es «algo normal, en absoluto patológico».
Félix Viñuela, neurólogo y portavoz de la Sociedad Española de Neurología, coincide en el diagnóstico y explica las tres razones por las que se nos olvidan los nombres pero no las caras, y que se resumen en «una competición desigual». Vaya una advertencia por delante: «Nuestro cerebro está más preparado para lo lingüístico que para lo visual, de forma que está muy entrenado para aprender nombres. El lenguaje tiene que ver con el hemisferio cerebral dominante, otra cosa es que los arquitectos o los pintores, por ejemplo, tengan más desarrollado lo visual-espacial, pese a que pertenezca al hemisferio no dominante». Razón de más para que resulte «chocante» que un nombre se nos olvide en dos segundos y una cara la recordemos años. Sucede por esto.
«Cuando te presentan a alguien una noche escuchas su nombre un segundo, pero le ves la cara durante horas. A mayor tiempo de exposición, mayor capacidad para recordar», explica Félix Viñuela. Y sugiere Facundo Manes un truco: «Una técnica muy útil es decir el nombre en voz alta. 'Te presento a Jorge'. 'Encantado, Jorge'. Yo me acuerdo de que te llamas Yolanda porque cuando te presentaste te respondí: 'Hola, Yolanda'».
– Yo también me acuerdo de su nombre, Facundo. Tal vez porque me resulta poco familiar.
– Exactamente. Los nombres que no son habituales se recuerdan más fácilmente, y también tiene que ver que Facundo es fácil de pronunciar en español.
Le comento a Facundo que al escuchar su nombre me vino a la mente aquel popular anuncio de las 'Pipas Facundo'. Y por ahí asoma la segunda explicación.
«La segunda desigualdad que se produce en esa competición entre el nombre y la cara es el significado. Los nombres son arbitrarios y, normalmente, no aportan significado. En la Edad Media el nombre indicaba de dónde venías: 'Pepito de Gijón'. Y eso ayuda al recuerdo, igual que si alguien se presenta como 'la rubia', 'José el cojo' o 'el hijo del panadero'», enumera ejemplos Viñuela. Cuando vemos una cara, sin embargo, continua el experto, le damos un significado. «Es moreno, tiene los ojos como Menganito, esa boca me recuerda a Fulanito, qué pelo tan bonito...». «Las caras nos dan mucha información y en segundos decidimos si esa persona la podemos considerar nuestro adversario, nuestra pareja, nuestro socio...», completa Facundo Manes. Que insiste en la importancia de vincular la información a emociones para facilitar el recuerdo: «Si preguntas a cualquiera dónde estaba o qué estaba haciendo en el momento del atentado contra las Torres Gemelas habrá poca gente que no se acuerde».
«Imaginemos una rueda de reconocimiento facial: le pides a la persona que señale al agresor. Pero al decirle eso ya le estás dando una clave, le estás diciendo que, de esas cinco personas, una es el agresor. O un test de memoria en el que alguien tiene que recordar lo máximo posible de una imagen que se le muestra. En la primera fase, llamada de recuerdo libre, se acuerda del 50% de los elementos que salían en la foto. Pero, ¿el otro 50% está en su cerebro o no? Porque igual pensamos que no lo está, pero sí. Entonces le damos una clave semántica: lo que te falta por recordar es un animal, lo cual ya otorga a ese elemento una categoría; o una clave fonética: el elemento que te falta empieza por la letra 'p'». Pero no hay claves con los nombres, advierte Viñuela señalando a esa «tercera desigualdad». «Esa tarea de reconocimiento es más fácil con una cara, que te da mucha información. Pero recordar un nombre a pelo, como suele decirse, es complejo».
Aprovecha el neurólogo para hacer una advertencia: «Vivimos en una sociedad muy visual en la que lo lingüístico está cayendo. Estamos transformando el cerebro y no es para mejor».
Explica el neurólogo Félix Viñuela que estructuramos la información de las caras de forma muy compleja: «Una zona se encarga de vincular ese rostro a un nombre, otra de interpretar las emociones de esa cara, otra averigua si nos es familiar o no...». Y de ese procesamiento sacamos a veces esta conclusión: 'Tiene cara de malo'. Coinciden los expertos en que no hay gente con cara de buena o de mala, sino interpretaciones de los rasgos, como la asociación generalizada que hacemos de perfiles redondeados con bondad, «porque nos recuerdan a los niños, que son inocentes», señala Viñuela, «igual que si te ataca alguien con nariz aguileña asocias ese rasgo con la maldad». «Son prejuicios no fiables», coincide Facundo Manes.
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