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Todas las miradas acusadoras se dirigen hacia la mononucleosis desde que un estudio publicado recientemente en la revista Science, realizado por científicos de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), concluyera que esta enfermedad vírica podría ser la culpable del desarrollo de la esclerosis múltiple ( ... EM). El análisis revela que la infección por el virus de Epstein-Barr (VEB), el que causa la mononucleosis, aumenta en un 32% el riesgo de desarrollar EM. Despejamos algunas dudas al respecto.
Es una enfermedad crónica autoinmune, inflamatoria y degenerativa del sistema nervioso central que se caracteriza porque el propio organismo se ataca a sí mismo y daña la mielina, una sustancia que recubre las fibras nerviosas. Eso perjudica la habilidad de los nervios para ejecutar las órdenes del cerebro, lo que afecta gravemente a la movilidad y produce una discapacidad progresiva en quienes la sufren.
«Es el trastorno neurológico discapacitante no traumático más común en los adultos jóvenes de los países desarrollados –habitualmente comienza entre los 20 y los 40 años– y su prevalencia ha aumentado en el mundo en las últimas décadas», expresa Miguel Ángel Llaneza, coordinador del Grupo de Estudio de Enfermedades Desmielinizantes de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
50.000 personas padecen la enfermedad en España, sobre todo mujeres (dos de cada tres). En Europa son 700.000, y de 2,5 a 3 millones en el mundo.
En la actualidad, se desconoce la causa que la produce. «La mayor parte de los estudios realizados apoyan la existencia de factores ambientales que, actuando sobre individuos genéticamente predispuestos –se han identificado más de 200 genes que parecen conferir mayor riesgo de desarrollarla–, desencadenan el fenómeno autoinmune característico de esta enfermedad», añade Llaneza.
Entre estos factores ambientales se han estudiado los niveles de vitamina D –en relación con la exposición a la radiación ultravioleta de la luz solar–, el tabaquismo, el consumo de sal, la obesidad en la adolescencia y la exposición a diferentes agentes infecciosos, como el virus de Epstein-Barr.
Es una enfermedad producida por el virus herpesvirus humano 4 (HHV.4), aunque se le conoce como virus de Epstein-Barr (VEB) en alusión a M. A. Epstein y a Y. M. Barr, los científicos que lo describieron en 1964.
Es un virus común que se transmite a través de la saliva. Por eso, la forma más típica de contraerlo es al besarse (de ahí que se le llame la 'enfermedad del beso') o al compartir los utensilios de la comida, como los cubiertos o el vaso. Algunos de sus síntomas son: dolor de garganta, fiebre, amígdalas inflamadas o sarpullido en la piel. Afecta especialmente entre los 4 y los 12 años y, una vez contagiados, el virus se vuelve latente aunque desaparezcan los síntomas. Es decir, permanece 'dormido' en las células, pero puede reactivarse y causar una nueva infección. Para saber si se ha pasado la enfermedad se realiza una prueba de anticuerpos contra el VEB.
Es la pregunta que muchos se han hecho a raíz de la publicación del estudio de Harvard. La respuesta es no: haber tenido mononucleosis no determina sufrir esclerosis múltiple. «Esta investigación señala que el 100% de los pacientes analizados que tenían EM habían tenido contacto con el VEB. Sin embargo, todavía está por demostrar si la infección por este virus es un factor necesario e indispensable para desarrollar la enfermedad, o si es indispensable pero tiene que haber otros factores asociados. La realidad es que el 95% de la población mundial ha tenido contacto alguna vez en su vida con el VEB. De haber una relación directa entre ambas patologías, el 95% de la población desarrollaría esclerosis múltiple. Sin embargo, la incidencia de esta enfermedad es relativamente baja, por lo que debe haber algo más que el VEB que determine su desarrollo», explica el doctor Llaneza.
Cuando el primer contacto con el virus de Epstein-Barr se tiene en la infancia es más probable que produzca una infección leve y asintomática. En cambio, cuando la infección se produce en edades más avanzadas suele cursar de manera más grave. «Durante muchos años se ha propuesto la existencia de agentes infecciosos que aumentarían el riesgo de esclerosis múltiple si se adquiriesen en la adolescencia, pero no si el primer contacto con ellos se produjera durante la infancia. Aun así, no está demostrado que la edad a la que se produce la infección proteja frente al desarrollo de la esclerosis, o viceversa. Es decir, hay personas que habiéndose infectado con el VEB en la infancia van a tener EM, pero otros no; y también hay quien habiéndose infectado de adolescente va a desarrollar EM, pero otros no», tranquiliza el neurólogo.
Llaneza lo aclara: «La principal fortaleza del estudio es que se ha analizado a un número muy elevado de pacientes que han tenido seguimiento durante muchos años. Es decir, refuerza los hallazgos de otros estudios similares que ya habían observado una relación entre ambas enfermedades, pero de ahí a afirmar que el virus de Epstein-Barr es la causa única y directa del desarrollo de la esclerosis múltiple es aventurado».
Diseñar una vacuna contra el VEB que prevenga la infección por este virus y, en consecuencia, evite el desarrollo de la esclerosis múltiple, es un modelo teórico atractivo si se determina con total seguridad que existe una relación directa, necesaria e indispensable entre ambas patologías. «Otra cosa es que se pueda llevar a la práctica, porque también sabemos que el VIH produce el sida y, sin embargo, no se han podido diseñar vacunas que eviten desarrollar la enfermedad», lamenta Llaneza.
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