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Decidió llamar a su perro Nietzsche, como su admirado filósofo. Y para título de su último libro, el escritor y profesor de filosofía Eduardo Infante (Huelva, 1977) ha elegido 'No me tapes el sol. Cómo ser un cínico de los buenos' (ed. Ariel). Esa primera frase nos retrotrae a dos milenios atrás, cuando Alejandro Magno se acercó a conocer a Diógenes de Sinope (412 a.C. - 323 a.C.) apodado 'El cínico', atraído por su fama, basada en buena parte por su extraña forma de vida: residía en un barril rodeado de perros. Al llegar ante él, se lo encontró tomando el sol acostado en el suelo. Y al hacerle saber que era su intención concederle un deseo, aquel hombre contestó simplemente: «No me quites el sol».
Infante, que enseña filosofía a sus alumnos de Bachillerato de una manera poco convencional –explica Aristóteles paseando por el parque, invita a practicar el cinismo en un centro comercial–, insiste en una diferenciación imprescindible para entender este asunto del cinismo, pervertido en los últimos tiempos hasta llegar al significado que tiene en nuestros días, perdida la esencia que le dieron filósofos griegos como Diógenes. ¿Y qué entendemos hoy por cínico? «Tiene el sentido de actuar con falsedad o desvergüenza de manera descarada. Hoy se denomina cínicos a quienes muestran sin tapujos una inmoralidad bien arraigada y asumida. Los cínicos actuales, los malos, nada tienen que ver con los antiguos, los buenos».
Para explicarlo, pone como pésimo ejemplo al personaje de Jordan Belfort en 'El lobo de Wall Street' (Martin Scorsese, 2013). «Un cínico de los de antes jamás hubiera actuado como él porque ser cínico no guarda relación alguna con la mentira, la inmoralidad, el fingimiento o la hipocresía. Lo único que tienen en común aquellos y estos es que su comportamiento provoca escándalo en los demás. Pero los fines y motivos de uno se encuentran en las antípodas del otro. A Belfort solo le importan el dinero y su ego, mientras que a Antístenes –vestía una túnica harapienta para ver la vanidad a través de sus agujeros– solo le interesan la virtud, la verdad y la libertad».
Pero, ¿de dónde viene el nombre de cínico? Desvela Infante –autor también del 'best seller' internacional 'Filosofía en la calle'– que tomaron al perro «como modelo de existencia y por eso se hicieron llamar cínicos, palabra proveniente del griego que podemos traducir como 'propio, semejante o relativo al perro'». Su valor supremo era la libertad y no aceptaban más autoridad que la de su razón, sin reconocer patria ni dios, con una única obligación, ser felices, vivir plenamente antes de morir. «Tuvieron la valentía de vivir como pensaban, la osadía de decir la verdad a los poderosos sin temor a represalias y la lucidez para diagnosticar normas absurdas, malos hábitos y costumbres perniciosas».
Fueron cuatro los grandes cínicos: su fundador, Antístenes, quien transmitió su saber a Diógenes de Sinope, que tuvo como pupilo a Crates de Tebas. Este, a su vez, eligió como compañera a Hiparquia de Maronea, una 'amazona' feminista muy despreciada y temida por su valía como pensadora. «Las amazonas no se casaban, no construían familias patriarcales y no dedicaban su existencia a cuidar de sus hijos y a tejer. Usaban las mismas armas que un varón y esto último era lo que más atemorizaba a los hombres griegos». Recuerda Infante en su libro que esta pareja consumaba en público su amor, cuando más les apetecía. Pues esta era otra de las propuestas de los cínicos, una sexualidad libre, como la de los perros, sin moralidad alguna. «El pecado es cultural y solo se encuentra en el ojo del que juzga. El sexo es tan natural como el comer o el dormir». Y aunque aceptaban todas las prácticas sexuales, primaban la masturbación por su condición de autosuficiente: «La mano garantiza la autarquía porque no nos hace depender de terceros para saciar el apetito».
Considera el profesor que estos «cuatro 'perros' hicieron una filosofía a martillazos, como diría Nietzsche tiempo después, demolieron quimeras y esculpieron sobre ellas una vida auténtica». Antístenes veía indiferente si éramos pobres o ricos, casados o solteros, cultos o no, guapos o feos, con familia o sin ella... al considerar la virtud como lo único necesario para ser feliz. «Todo lo demás son o añadidos o lastres que nos impiden alcanzarla». Por eso proponían desprenderse de los bienes, al tacharlos de esclavizantes y aborrecían «las necesidades artificiales de la sociedad».
Mucho tenían que ver estos filósofos con aquel que señaló al rey y gritó que estaba desnudo frente a los que admiraban su traje nuevo. Igualmente, los cínicos señalaron al idealismo propugnado por Platón, lo que fue contemplado como una afrenta. En respuesta, fueron censurados, silenciados, caricaturizados y tergiversados por los maestros de la filosofía. «De hecho, reconstruir su pensamiento cínico y su historia no es tarea fácil –indica el autor–. Hemos perdido prácticamente toda su literatura. Lo poco que se conserva es un conjunto de anécdotas y dichos cuyo valor histórico no es fácil de determinar. Algunos epicúreos y padres de la Iglesia (la vanguardia del bando opositor) nos hablan de las opiniones de estos filósofos transgresores, pero lo hacen para denostarlos, caricaturizarlos y burlarse de ellos».
Infante pretende demostrar cómo aquella filosofía puede servirnos de «salvavidas para subsistir con libertad, cordura y dignidad en este mundo zozobrante que navega a la deriva». «La filosofía cínica floreció en una época muy parecida a la nuestra, de crisis, hastío y escepticismo. Fue la reacción sabia a la destrucción de un sueño, la polis. La política dejó de ser la solución para convertirse en la mayoría de los casos en el problema...». Así las cosas, los nuestros son buenos tiempos «para el cinismo, inmejorables para el sarcasmo como crítica a una cultura que nos ha tocado en desgracia vivir y que ha reducido la felicidad –dice citando al escritor, filólogo y helenista Carlos García Dual– a un simple 'ser tonto y tener trabajo'».
DIEZ EJERCICIOS PARA SER UN CÍNICO, SEGÚN INFANTE
1
Diógenes proponía que sus alumnos vencieran al sentido del ridículo paseando un arenque seco con un cordel, «como si fuera un perro». Hoy también valdría hacer nudismo, bajar en pijama a tirar la basura...
2
Sócrates paseaba por el mercado de Atenas sin comprar nada. «Tengo todo lo que necesito y lo que deseo. Pero me encanta comprobar que puedo ser feliz sin esas cosas», decía. Eso podemos hacer hoy, «fijándonos en las estupideces que compra la gente para ganarse el respeto y la admiración de los demás» .
3
El autor propone distinguir los objetos necesarios, y nos invita a imaginar lo que debe ser salir de viaje inmediatamente, como un refugiado, y llenar con ellos una sola maleta.
4
Propone Infante comer lo que el cuerpo necesita y no lo que le apetece. Una «gimnasia de la voluntad para alcanzar autodominio, eliminar necesidades vacuas y obtener máximo placer con mínimos medios».
5
Vayamos endureciéndonos para afrontar adversidades y un buen ejercicio es aclimatarnos a los cambios de estación «de forma natural y progresiva en lugar de usar la climatización para vivir un verano artificial en invierno o viceversa».
6
Podríamos morir hoy, y plantea Infante que imaginemos nuestro entierro, quién iría, qué dirían de nosotros, por qué nos recordarían. Así podremos hacer reajustes en nuestra vida.
7
Invitación a usar la ironía, la burla y el sarcasmo para decir la verdad, cuestionar injusticias o autoritarismos. «Sea hostil, discutidor y subversivo contra lo que busque doblegarle».
8
Infante plantea rebelarnos ante «la tiranía de lo políticamente correcto. La única manera de no molestar es renunciar a pensar y a expresarse. Practique una saludable falta de respeto por la opinión común».
9
Un buen cínico transgrede las «normas, costumbres y tradiciones que van contra nuestra naturaleza humana y carecen de fundamento racional».
10
Anima Infante a viajar (nada de turismo): «Y, si no, lea sobre las otras culturas de esta aldea global. Quizá descubra que los salvajes somos nosotros».
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