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Nos gusta hablar de sexo, sobre todo en esas salidas con amigos en las que, en un alarde de camaradería y complicidad, quizá impulsado por alguna cerveza liberadora, nos lanzamos a contarlo... ¿todo? Mmmm, todo no, ¿verdad? Seamos sinceros, más bien tendemos a la hipérbole cuando tocamos estas cuestiones y escondemos o eludimos algunos aspectos que no nos hacen sentir muy orgullosos. Y la falta de pasión -por nuestra parte o por la de nuestra pareja- es uno de estos tabúes. ¿Quién admite en público que ya no siente ese deseo sexual fogoso e irreprimible que había en los primeros compases de la relación? Sí, ese impulso maravilloso que te dejaba el corazón y las piernas temblorosas como gelatina y la cabeza loca pensando únicamente en un nuevo encuentro.
Pocos valientes hablan de ello con su pareja -por no herir susceptibilidades- y mucho menos con terceras personas. Porque perder la pasión tiene muy mala prensa, es como triste, como el principio del fin. Y, para colmo, parece que siempre hay 'culpables': nuestro compañero de cama o nosotros mismos, que no somos capaces de sentir con la intensidad de otros tiempos... En realidad. como casi siempre, nos estamos 'autoboicoteando'. Que la pasión en una pareja baje o fluctúe es perfectamente normal (de hecho, es lo habitual) y es un fenómeno tanto psicológico como biológico. Así que menos fustigarnos.
«El amor tiene una explicación científica», ilustra Bianca Acevedo, profesora del departamento de Ciencias Psicológicas y del Cerebro de la Universidad de California. «Los estudios de imágenes cerebrales que hemos llevado a cabo mis colegas y yo, así como otros investigadores de todo el mundo, han mostrado que el amor y la satisfacción sexual de las parejas activa regiones del cerebro ricas en dopamina, específicamente el área tegmental ventral. La dopamina es una sustancia que nos motiva a salir y conseguir lo que queremos o necesitamos, como comida, agua y pareja. Se asocia con la energía y la euforia», explica la científica. Además de la dopamina, el amor y la pasión también activa regiones cerebrales ricas en receptores vinculados al apego y los comportamientos sociales, com la oxitocina, además de otras relacionadas con la calma, como los opioides y la serotonina. Vamos, que somos un cóctel de química, para bien o para mal, claro.
Así que, cuando sentimos pasión con una persona (sí, no es exactamente amor) se encienden todas las lucecitas de nuestro cerebro como un árbol de navidad. Para ello hacen falta estímulos y, en este terreno, cada cual es un mundo, aunque los hombres son mucho más visuales que las mujeres a la hora de encenderse. Bien, conocemos cómo funcionan nuestras conexiones cerebrales cuando sentimos pasión. Pero ¿por qué dejamos de sentirla? «Los investigadores han sugerido varias ideas, tales como la habituación, el aumento del estrés en la pareja o el haber cumplido las metas reproductivas», detalla Acevedo, quien indica que la pasión no está abocada a la decadencia inexorablemente. Y la genética tiene mucho que ver con esto: hay algunos individuos «que lo consiguen de forma natural» mantenerla mientras que «otros tienen que trabajárselo más», apunta la científica.
Química, genética, conexiones neuronales... La pasión no es una espoleta que salta o no en función de nuestra voluntad. Aunque podemos poner de nuestra parte, por supuesto, para mantenerla más o menos en forma.
María Mavji, sexóloga y terapeuta de parejas de TherapyChat, plataforma de psicólogos online, asegura que la falta de pasión es uno de los motivos de consulta más frecuentes. Preocupa. Y mucho. «Lo que intentamos es hacer entender a la gente que no es que la pasión se acabe, pero sí que fluctúa. Eso de que tenga que estar siempre al 100% es una idea preconcebida y muy dañina», señala. Según explica, hay tres momentos en la vida en los que la pasión tiene altibajos: el inicio de la relación es un momento de máximo estallido «por la novedad». Lo desconocido, el descubrimiento, siempre capta nuestra atención. El ser humano es curioso por naturaleza y la idea de explorar eso que no conocemos nos seduce, además de todo aquello que podemos tanto enseñar como aprender. Cuando esa curiosidad merma..., la pasión también. Por eso una nueva pareja suele causar el llamado efecto Coolidge, que se da en la mayoría de los mamíferos, en machos y, en mucha menor medida, en hembras. Es mayor el deseo de aparearse al aparecer una nueva pareja receptiva.
El segundo hito es cuando se tienen hijos: «La llegada de un bebé supone un antes y un después. La organización vital y las prioridades giran en torno a ellos y, a nivel íntimo, pasamos a un tercer plano», indica Mavji, quien añade que el «cansancio y el estrés» en estas épocas son factores clave en la caída del deseo. Muchas parejas jóvenes se agobian mucho con este asunto. '¡Ya no le excito!', '¡Es que ni me toca!'. Frases como estas las oye constantemente en consulta. «No es preocupante siempre y cuando esa falta de pasión no esté encubriendo un problema más profundo. Se pueden pasar meses sin encuentros sexuales y que no sea grave», apunta. La relación se puede reavivar cuando cambien las circunstancias y con un poco de esfuerzo por nuestra parte.
Y luego está el tercer estadio, el de la decadencia de la pasión entendida como energía, que se da en relaciones de larga duración. Tampoco debería ser un problema si lo entendemos bien y no nos obsesionamos. «Obviamente, con 25 años y una pareja que acabamos de conocer no sentimos la misma pasión que cuando ya somos más mayores y la relación ya es de muchos años. ¿Y qué? No pasa nada, puede haber pasión también. Quizá no con tanta frecuencia, pero sí en determinados momentos. Así que sería bueno que ninguno de los dos sienta que les falta algo y que los encuentros -sean cada semana, cada mes o cuando ocurran- resulten satisfactorios», aclara la sexóloga, quien lo resume en una idea: «Hay que aceptar que las cosas cambian... pero eso no significa que acaben».
Otra cosa es que el deseo sexual hipoactivo, como se le llama técnicamente, ocurra en etapas en las que no hay nada que lo justifique. Entonces, debemos indagar para saber qué pasa, claro. Muchas veces las repuestas ya las sabemos, pero no nos atrevemos a mirarlas a la cara. La terapeuta propone un experimento. «Si tienes dudas, tómate un fin de semana para estar en pareja, los dos solos, con la atención de uno puesta en el otro, sin nada más. Si ese contexto se 'recuerda' y vuelven los momentos de pasión, casi seguro que no hay problema alguno», afirma. Las pasiones pasadas se quedan 'prendidas' en el cerebro y se pueden reavivar.
s. v.
Es muy difícil estudiar las relaciones humanas desde un punto de vista científico. Sobre todo, lo relacionado con el amor y la pasión, sentimientos universales pero complicados de medir y catalogar.Sin embargo, sí hay teorías sólidas que establecen conclusiones sobre estos temas tan escurridizos. Como la teoría triangular del amor de Sternberg. Este psicólogo estadounidense realizó un esquema en el que el amor sería una relación interpersonal sostenida por tres pilares distintos: la intimidad, la pasión y el compromiso. Y, según su tesis, una relación perfecta se sustentaría en todos ellos, pero, como casi ninguna lo hace, también puede basarse en uno o en dos. Siendo la pasión uno de ellos, la respuesta de si una relación puede sobrevivir sin pasión es que sí, sí puede, siempre y cuando los otros dos elementos soporten el peso para que no se hunda.
«Es lo que ha pasado toda la vida, igual con nuestros propios padres, que quizá en un momento dado ya no tenían pasión, pero sí otros valores que les hacían mantener la relación.Claro, si a una pareja solo la une esa pasión y resulta que desaparece..., se va al traste el pegamento que los mantenía juntos», indica la psicóloga y terapeuta de parejas Mónica Dosil. Ella atiende a muchas parejas que acuden a su consulta en plan S.O.S. ¡No tengo libido, necesito terapia! «Ellos mismos se diagnostican», bromea. «La caída de la pasión puedre ser por muchos motivos, por un tema bioquímico o por medicaciones muchas veces», apunta. Según su experiencia, esto redunda en que la persona que nos volvía locos deje de interesarnos y ya no cuente ni con nuestra admiración ni con nuestra atención. ¿Reavivar el asunto? Es complicado, la pasión es una emoción, no una conducta o un pensamiento. Es difícil 'actuar' sobre ella. Pero no imposible.
Actividades nuevas «Algunas investigaciones sugieren que implicarse juntos en actividades nuevas o que supongan un desafío puede ayudar a reavivar la pasión», indica Acevedo. El cerebro se 'anima' con todas esas novedades y se pone en un estado receptivo que facilita la pasión. De hecho, si el cerebro no da 'permiso' y se relaja, es imposible que llegue la pasión y se desate la tormenta de hormonas que permiten la excitación.
Dos horas de atención No es necesario hacer cosas raras. María Mavji sugiere a las parejas que la consultan que hagan durante dos horas cualquier cosa fuera de lo normal, «no hace falta que sea un viaje a Hawái». Puede ser tomarse una copa (si normalmente no lo haces), ir al cine (¿cuánto tiempo hace que no vas con tu pareja a solas?) o cocinar algo especial juntos. En sólo dos horas empezamos a centrar la atención en el otro.
Sistema nervioso, el que manda La excitación sexual empieza en nuestro sistema nervioso: el cerebro y la médula espinal, que, ante los estímulos, empiezan a mandar mensajes a diestro y siniestro a las hormonas y a distintas zonas de nuestra anatomía. Ojo, algunas medicaciones reducen el deseo sexual.
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Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
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