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Julio Arrieta
Domingo, 2 de junio 2024, 19:10
Concluir que trabajar en un sitio en el que predomina el buen humor es mejor que hacerlo en uno que se parezca a 'La oficina siniestra' no es que sea el descubrimiento del siglo, precisamente. Sin embargo, la cuestión es objeto de estudio en la Universidad de Stanford (EE UU), nada menos. Allí la psicóloga Jennifer Aaker y la asesora empresarial (y humorista) Naomi Bagdonas han desarrollado un curso que muestra «cómo incorporar las herramientas de la comedia en tu día a día». Es un cóctel docente llamativo en el que se mezclan las ciencias del comportamiento, la neurociencia y la fisiología, más las aportaciones de grandes cómicos profesionales. Este saber peculiar se ha materializado en un libro, 'Hazlo con humor' (Temas de hoy), que pretende enseñar «por qué el humor es tan poderoso, por qué está infrautilizado y, lo que es más importante, cómo puedes utilizarlo más y mejor». Y sobre todo bien, porque enseña cómo no meter la pata y evitar que la gracia equivocada lleve... a 'La oficina siniestra'.
«Hemos realizado estudios en los que han participado más de 1,5 millones de personas de 166 países con el objetivo de entender cómo y por qué funciona el humor, cómo difiere a lo largo de la vida y de una cultura a otra, la relación matizada entre el humor y el estatus y, en particular, cómo aquellas personas que se creen poco graciosas se vuelven graciosas», aseguran las autoras.
Es un dato científico contrastado que a medida que nos hacemos mayores vamos perdiendo sentido del humor. Alguien se ha molestado en comprobarlo y resulta que, de media, un niño de cuatro años ríe hasta trescientas veces al día, mientras que una persona de cuarenta años ríe trescientas veces… ¡cada dos meses y medio! «Crecemos, empezamos a trabajar y de repente nos convertimos en personas serias e importantes, y cambiamos la risa por resultados», dicen Aaker y Bagdonas. «Pero los beneficios del humor para nuestro trabajo y para nuestra vida en general son enormes. El humor nos hace parecer más competentes y seguros, fortalece nuestras relaciones, desbloquea la creatividad y aumenta la resiliencia en tiempos difíciles».
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Pero no todo el mundo tiene el mismo tipo de humor. Aaken y Bagdonas han identificado cuatro tonos humorísticos: afectuoso, expresivo, agresivo y sutil. Dependiendo de la inclinación de cada uno, tenderemos a ser 'monologuistas' (humor agresivo-expresivo), 'cariñosos' (afectuoso-sutil), 'imanes' (afectuoso-expresivo) o 'francotiradores' (agresivo-sutil). No son categorías cerradas. Nuestro tipo puede variar en función de nuestro estado de ánimo, el contexto y el público. «De hecho, no solo puedes cambiar de tipo de humor, sino que deberías hacerlo», aconsejan. «Hay que ser capaz de ajustar la puesta en escena y el discurso en función de la lectura que se haga en la sala». El peligro es que, al tratar de dejar de ser grises y cenizos, nos pasemos y nos convirtamos en graciosetes molestos. ¿Cómo evitarlo?
«En nuestra época actual de sensibilidades exacerbadas, polarización política y cultura de la cancelación, recurrir al humor en el trabajo puede parecer más arriesgado que nunca», dicen las expertas. Así que hay que sopesar el equilibrio entre la «pertinencia» y la «gracia». Por ejemplo, podemos hacer un chiste privado sobre alguna ineficiencia de nuestra empresa. Pero quizá no es buena idea hacerlo en Instagram y que lo vea todo el mundo, empezando por el CEO de la compañía. El problema es que «las zonas grises del humor son confusas. desordenadas y están en constante evolución». Por eso Aaker y Bagdonas proponen tres factores a tener en cuenta a la hora de ajustar nuestras aportaciones humorísticas.
1. Examinar la verdad.
Un buen chascarrillo siempre se basa en algo cierto. Imaginemos que vamos a soltar un comentario jocoso en el trabajo. ¿Si retiramos la gracia y dejamos solo la verdad en la que se basa –algún rasgo molesto de un jefe, por ejemplo–, sería un comentario pertinente?
2. Considerar el dolor y la distancia.
Aaker y Bagdonas ponen como ejemplo extremo los chistes basados en el 11-S. Seguro que soltarlos en Nueva York dos días después de los atentados no estaba bien. Lo mismo en el trabajo. Huyamos de las gracias sobre temas delicados, sobre todo cuando son cercanos tanto en el espacio como en el tiempo.
3. Lo que los humoristas llaman 'interpretar la sala'.
¿Está la gente de humor para aguantar una broma? ¿Es el momento adecuado? Observar antes de hablar.
¿Que metemos la pata y una supuesta gracia mal calibrada nos convierte en el bocachanclas de la oficina? Entonces recorreremos el «ciclo de vida de la forma fallida»: reconocer el fallo, diagnosticarlo, rectificarlo y hacerlo mejor la próxima vez. Si no, vuelta a empezar.
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