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Todo empezó con la pandemia. No es una frase muy original, pero fue literalmente así. De la noche a la mañana nos vimos en peligro y encerrados en casa. Las únicas ventanas al mundo eran internet, los ordenadores, los móviles... y nos acostumbramos a buscar con desesperación informaciones del covid empujados por el miedo y la necesidad de respuestas, de poner algo de orden en un mundo patas arriba. Y ese hábito de consumir compulsivamente noticias catastróficas se ha quedado con nosotros: ahora, en lo que parecen los estertores de la pandemia, surge la guerra de Ucrania y llevamos ya un mes entero asistiendo a escenas de destrucción y amenazas nucleares, dándonos verdaderos atracones de información (y de algunas 'fake news', sí). Miramos cada poco nuestros móviles... ¿alguna novedad? ¿ya ha llegado la paz? ¿qué dice la OTAN? ¿Y Putin? ¿Todo igual que hace veinte minutos? ¿Es que nadie hace nada? Hace un año, las preguntas eran otras: ¿cómo va la enésima ola? ¿Nos quitan la mascarilla? ¿Otra dosis de vacuna, sí o no? ¿Es que nadie hace nada? (sí, esta es repetida). Vamos, el mismo miedo con distinta piel porque se trata del mismo fenómeno: 'doomscrolling' (de 'doom' –catástrofe o fatalidad– y 'scroll', –el desplazamiento hacia abajo en las pantallas para ver más–. Al parecer, el término nació en Twitter algo antes de la pandemia, pero se llenó de significado y se popularizó en 2020, en pleno auge del covid. Y ha venido para quedarse.
Recientemente, investigadores de la Universidad de Florida han determinado que el 'doomscrolling' es «un comportamiento nuevo y único» que se da en personas de todo el espectro ideológico. No es un nuevo 'palabro' para un fenómeno ya existente.
Y también se ha aceptado que este comportamiento obsesivo tiene consecuencias sobre nuestra salud. En Alemania, una encuesta realizada en los primeros compases del covid –publicada en European Archives of Psychiatry and Clinical Neuroscience– reveló la conexión directa entre la frecuencia, duración y diversidad de exposición a los contenidos preocupantes con el aumento de síntomas de depresión y ansiedad.
También están el insomnio los, cambios repentinos de humor... los efectos del 'doomsrolling' dependen de la sensibilidad de la persona. Los más racionales llevan mejor la sobreexposición porque son capaces de desconectar después, pero quienes tienen reacciones más emocionales deben andarse con cuidado: es muy probable que su 'enganche' al tema catastrófico no le abandone en todo el día y se vaya potenciando con cada consulta de información. En este tipo de perfiles, la escalada de malestar funciona así: por la mañana al levantarnos miramos el móvil y tomamos nuestra primera ración de horror (pero estamos aún más o menos frescos), después hacemos un repaso seis o siete veces a lo largo de la jornada aprovechando tiempos muertos –pausas del trabajo, trayectos de transporte, pequeñas esperas en tiendas o ante el cole de los peques, en el baño...– (en esta fase vamos 'cargándonos' y apreciando un nerviosismo de fondo) y lo que es peor, llega la noche y antes de acostarnos rebuscamos por si nos hemos dejado alguna novedad (y acabamos de redondear la jornada dinamitando una transición tranquila hacia el sueño, que tardará en llegar y será agitado). ¿Debemos hacer algo al respecto si nos pasa algo así?
«La clave para intervenir o no es si esta conducta genera malestar o interfiere en alguna otra área de su vida. Si es así, hay que atajarla», sentencia Nieves Álvarez, psicóloga sanitaria experta en trastornos obsesivo compulsivos de la Asociación TOC Madrid. Según explica, el 'doomscrolling' es una obsesión y para controlarla deberíamos preguntarnos «por qué creemos que necesitamos tanta información y cómo nos sentimos antes y después de ponernos a mirar noticias». «Esto nos ayudará a encontrar qué hay detrás de esa conducta», alerta Álvarez. Como regla general, la psicóloga ofrece un consejo: «No es sólo dejar de hacerlo sino hacer otra cosa alternativa que no genere malestar y que sea más funcional». Aunque, claro, no es fácil, ya que los móviles y las redes están diseñados para crear dependencia. «Los colores, los sonidos, los 'me gusta», la publicidad, la monitorización de los segundos que pasamos en cada post, la emocionalidad.... todo destinado a lo mismo: estimular nuestras emociones y nuestro circuito de recompensa cerebral. ¿Y qué pasa cuando ese circuito, indispensable para la vida está sobreestimulado? Que genera dependencia», aclara Julio Rodríguez, psicólogo y divulgador científico.
Las redes sociales son tan conscientes de que hay una parte de sus usuarios 'adictos' a las malas noticias que se han creado ya 'puntos de descanso': vídeos o imágenes relajantes –paisajes, mascotas– que aparecen en las pantallas y 'limpian' nuestra mente un rato. Incluso suelen llevar un texto donde te invitan a quedarte ahí tanto tiempo como necesites. Instagram, Twitter y Tik Tok son las redes donde más hay. Aunque a veces los usuarios se enfadan (como todo 'yonki') cuando se les insinúa que deben controlarse. Las críticas no se han hecho esperar: ¿las redes nos 'enganchan' y luego nos dicen que descansemos porque nos pasamos de rosca?
Tal y como explica, la activación emocional exagerada de las emociones nubla el razonamiento. Es así por una cuestión fisiológica: cuando los centros cerebrales de la emoción se activan, se constriñe el flujo de sangre a la corteza prefrontal, centro neurálgico de la inteligencia. Por eso no es aconsejable tomar decisiones importantes cuando estamos aterrorizados por las malas noticias.
Lo peor es que nuestro cerebro pide más. «Buscamos continuamente nuevas descargas de dopamina que nos proporcionan las nuevas noticias, pero si no son más catastróficas que las anteriores, no nos 'llenan' ese vacío, y entonces nos deprimimos», argumenta Rodríguez. O sea, que buscamos chute tras chute, pero de lo que él llama «dopamina plastificada», es decir, no natural, ya que no responde a un estímulo gratificante real... ¿O sí?
¡El cerebro humano siempre busca 'recompensas'! Según algunos estudiosos, como Dean McKay, profesor de Psicología de la Universidad de Fordham (Nueva York), ser testigos de desgracias desde una postura de seguridad y comodidad nos calma. Es decir, comprobamos que existe el peligro y que está lejos y nos sentimos mejor. Esto no dice mucho de la bondad del ser humano, ¿no? Tampoco es eso, no hay que fustigarse. La sensación de placer que tenemos es inconsciente y tiene que ver con cuestiones evolutivas. «Al final, somos animales y lo que queremos es comprobar que estamos a salvo», recuerda Teresa Sánchez Gutiérrez, docente en el Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad de Internacional de La Rioja (UNIR). Según explica, la sensación de «falso control» que nos produce picotear desgracias es especialmente llamativa en personas que ya de entrada se sienten vulnerables.
Acotar tiempos No dejarnos llevar por el impulso de mirar una y otra vez. Fijar unas horas (por ejemplo, al levantarnos, después de comer y al terminar el trabajo).
Nunca antes de dormir No debemos terminar el día con angustia. Al menos una hora antes, evitaremos todas las pantallas.
Seleccionar los contenidos No consumirt todo (whatsapps, 'mememes', blogs, noticias, vídeos...) y acudir a fuentes serias.
Alejamiento físico del móvil que es el principal amigo del 'doomscrooling' porque lo tenemos muy a mano
Vida activa Debemos contrarrestar la sobredosis de contenidos que nos obsesionan haciendo algo (pasar a la acción) para que nuestro foco atencional cambie. A poder ser, acompañados de otras personas. Se trata de 'romper' el bucle.
Por ejemplo, las personas mayores que pasan demasiado tiempo en casa o en algún recurso asistencial frente a la tele, oyendo y viendo horrores durante horas (en su caso el consumo es pasivo, ellos no 'buscan') y que pueden caer fácilmente en un estado de angustia. También hay que tener cuidado con los más jóvenes de la casa. A nivel familiar, «un consumo excesivo de información puede resultarnos altamente tóxico», alerta María José Abad, coordinadora de contenidos de Empantallados.com, plataforma sin ánimo de lucro, cuyo objetivo es ayudar a padres y madres a educar a sus hijos en el entorno digital . La experta aconseja que los progenitores –el 54% comenta con sus hijos noticias de actualidad– aprovechen la ocasión para advertir a los adolescentes (el 74% usa las redes sociales para informarse) sobre las 'fake news' y el consumo descontrolado de malas noticias. Predicar con el ejemplo es buena idea. ¿Y los más chiquitines? «Es mejor alejarles de las malas noticias y, si ya han visto algo, ser empáticos con sus preocupaciones para que se sientan seguros», añade Abad.
A mar revuelto... proliferación de 'todólogos', esos tertulianos, blogueros o personajes públicos de todo pelaje que, sin formación para ello, lanzan mensajes machacones sobre temas de actualidad, generalmente, poco tranquilizadora. Son un clavo más en el ataúd de las personas más hipersensibles. Alejandro Romero Reche, sociólogo de la Universidad de Granada, nos explica cómo actúan los 'todólogos' y dónde resultan más dañinos. Y también por qué cala su mensaje...
–Los 'todólogos' son especialmente aficionados a recrearse en las malas noticias...
-Un buen 'todólogo', ya sea profesional o amateur, debe estar, si no informado, como mínimo conectado a las discusiones del momento. Y nosotros sentimos la necesidad de formar parte de la conversación y ejercer, en la medida de lo posible, de ciudadanos con opinión, aunque nuestro ágora sea el bar de la esquina.
-¿Qué 'hábitat' mediático es el preferido de los 'todólogos'?
-Las redes sociales pueden parecernos el medio más peligroso por su insidiosa capacidad de penetrar en todos los espacios y tiempos de nuestra vida y estimularnos con alertas y puntos rojos urgentísimos para destacar noticias que necesitamos conocer ya, mientras vestimos la comida y cocinamos al niño. Pero el ritmo y las formas de la televisión, con infografías espectaculares y música épica, y la promesa constante de la enésima bomba informativa inminente mientras se estira un tema durante horas, también puede generar dinámicas poco saludables.
-¿Por qué nos enganchan los 'todólogos' y las malas noticias?
-Es una de las operaciones que llevamos a cabo para construir nuestra imagen del mundo en que vivimos y de los peligros que encierra, del lugar que nosotros ocupamos en él y de nuestra relación con esos peligros.
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