Cada vez nos matamos menos
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La tasa de homicidios va en descenso en el conjunto del mundo, con España en uno de los niveles más bajos, aunque sigue habiendo países que se resisten a esa tendencia generalExiste cierta creencia generalizada de que, en materia de criminalidad, las cosas van cada vez peor. Es lo que podríamos llamar una mentalidad de televisión matinal, que se centra solo en las manifestaciones más atroces de nuestra sociedad sin reparar en la visión de conjunto: así, a menudo acabamos pensando que el mundo actual está plagado de peligros y lo contraponemos a un pasado más o menos lejano –y más o menos imaginario– en el que la convivencia era más pacífica, sin tantos sobresaltos ni tanto derramamiento de sangre. Pero, cuando se atiende a la estadística, se puede comprobar que esa apreciación va desencaminada: tanto en el ámbito global como, más específicamente, en los países europeos, la tasa de homicidios intencionados está sujeta a un proceso gradual de declive, que demuestra que cada vez nos matamos menos unos a otros.
Esta conclusión resulta válida en dos marcos temporales. A largo plazo, este índice (que se calcula en víctimas anuales de homicidio por cada 100.000 personas) ha experimentado un notorio descenso desde la Edad Media hasta nuestros días. Los estudiosos del crimen en su vertiente histórica calculan que, allá por el siglo XIV, la probabilidad de que un desencuentro tuviese desenlace fatal era muy superior a la actual: se estima que las tasas europeas de homicidios de aquella época oscilaban entre el 20 y el 50 por cada 100.000 seres humanos, pero en lo sucesivo las muertes violentas se fueron reduciendo hasta alcanzar en algunos países, a finales del siglo XIX o principios del XX, lo que podríamos considerar el nivel moderno de este índice en el mundo desarrollado, en torno al 1 por 100.000. Las causas de esa evolución son complejas –en un asunto como este, no se puede aspirar a las explicaciones sencillas– e incluyen aspectos como las mejoras educativas, el desarrollo de las fuerzas de seguridad y la Justicia o el sostén de la cobertura social.
Pero, si contemplamos un plazo más corto, también apreciaremos cómo la representación gráfica de las muertes violentas describe una línea descendente. En la segunda mitad del siglo XX se registró un inesperado repunte, un crecimiento en la tasa de homicidios que supuso una anomalía en la tendencia histórica, con un pico máximo en torno a 1990. Los analistas, de nuevo, acuden a múltiples argumentos para explicar este fenómeno, desde los conflictos sociales de los 60 hasta el impacto de la heroína en la criminalidad, tan evidente en nuestro país durante los 80, pasando por detalles como que la sociedad de consumo contemporánea ofrece muchas más tentaciones para el robo y, por lo tanto, más probabilidades para que las acciones de ese tipo concluyan mal. Pero, a partir de los 90, se recupera la tendencia dominante y la tasa de homicidios vuelve a bajar: según el voluminoso estudio publicado el año pasado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, «el riesgo de sufrir una muerte violenta como resultado de un homicidio intencionado ha ido disminuyendo sin cesar durante un cuarto de siglo»,desde las 7,4 víctimas por cada 100.000 personas de 1993 hasta las 6,1 de 2017 (una reducción superior al 17%).
Eso sí, esta tendencia no se cumple de manera homogénea en todo el planeta. Simplificando, podríamos decir que los países con índices bajos van todavía a mejor, mientras que algunos con las tasas más elevadas siguen igual de mal o empeoran. América, con el 13% de la población mundial, es escenario del 37% de los homicidios, con un registro de 17 asesinados anuales por cada 100.000 personas, el más alto de las últimas décadas. En Europa, en cambio, la tasa es de 3 por 100.000 y sigue reduciéndose, al igual que en Asia, donde la proporción de homicidios es todavía más baja, con un índice de 2,3 por 100.000. África, en buena medida, sigue siendo el gran desconocido, opaco incluso para la ONU.
Por países, se abre un abismo sobrecogedor entre los primeros de la tabla (El Salvador, con 62 víctimas de homicidio por cada 100.000 habitantes, o Venezuela, con 56) y los últimos (el 0,2 de Singapur, el 0,5 de Suiza o también la cifra española, en torno a 0,7). La mitad de los homicidios mundiales se reparten entre veinte países, que suman solo el 9% de la población global, y hay lugares como Venezuela, Honduras o Guatemala donde la acción violenta de otros seres humanos llega a situarse entre las cinco causas más habituales de muerte. La oficina de Naciones Unidas también detalla que el homicidio sigue siendo primordialmente cosa de hombres. El 81% de las víctimas son varones, igual que más del 90% de los sospechosos, los acusados y los condenados, aunque hace hincapié en la realidad cada vez más preocupante de la violencia de género: en 2017, el 58% de las mujeres asesinadas lo fueron a manos de sus compañeros sentimentales o de otros familiares, frente al 47% de cinco años antes.
¿A qué se debe el descenso sostenido de la tasa de homicidios en gran parte del planeta? Se podría confeccionar una lista interminable de causas probables que contribuyen a que nos matemos menos. La ONU apunta un par de las «más populares», como los avances en tecnología de la seguridad o la transición progresiva hacia una sociedad sin dinero en metálico, pero algunos científicos acuden a estratos más profundos de la sociedad en busca de una explicación válida para todos: el año pasado, investigadores de varias universidades estadounidenses publicaron un estudio que vincula esta tendencia con el envejecimiento de la sociedad, ya que la actividad criminal resulta mucho más frecuente en la adolescencia tardía y la juventud. En Estados Unidos, por ejemplo, los jóvenes de entre 15 y 29 años constituyen el 21% de la población, pero son objeto del 50% de los arrestos por crímenes violentos. «El incremento de las tasas de homicidio en los 60 y los 70 fue en paralelo a un pico en la población joven derivado del 'baby boom'», apunta Mateus Rennó Santos, uno de los firmantes del estudio.
Fernando miró llinares
jorge santos hermoso
«Quizás la única respuesta válida sería que el descenso generalizado del homicidio es más bien una concurrencia de descensos de tipos de homicidios debida a múltiples causas que operan de distinto modo en diferentes países», reflexiona Fernando Miró Llinares, catedrático de Derecho Penal y Criminología de la Universidad Miguel Hernández y director del centro Crímina. Más allá de un «cambio cultural general», el experto propone «cambios en las actividades cotidianas» que repercuten en las posibilidades de delinquir, «como podrían ser el incremento de las medidas de seguridad en las calles, que habría producido un efecto disuasorio; el aumento del ocio en las casas para los menores, sobre todo debido a los videojuegos y a internet, que habría reducido algunas acciones violentas que pueden acabar en homicidio, o la mejora en la actividad médico-quirúrgica, ya que las tentativas de homicidio no han disminuido tanto».
Las mismas dificultades para simplificar en la indagación de causas se dan a la hora de estudiar por qué la tasa española, una vez superado el terrorismo de ETA, se presenta particularmente baja, incluso en el contexto de Europa Occidental: «A mi parecer –plantea Miró–, y con la dificultad que supone, los factores de civilización no explicarían la diferencia, sino más bien factores de oportunidad o de estilos de vida, como la poca disponibilidad de armas de fuego que hay en nuestro país y la buena regulación que tenemos en comparación con otros; el tipo de consumo de alcohol y de ocio, que parece más social y menos violento que en otros países, y quizás el carácter de 'lugar de paso' de la delincuencia organizada más violenta que causa más homicidios en otros países de Europa».
«Las características de un país se verán reflejadas en su criminalidad, tanto en el número de delitos, como en el tipo de crímenes, como en la forma en la que se cometen. En general, España es un país con bajas tasas de criminalidad y poco violento, por lo que es normal que el homicidio presente unas tasas especialmente bajas», resume el sociólogo Jorge Santos Hermoso, responsable de un pionero estudio del homicidio en nuestro país en colaboración con el Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad Autónoma de Madrid. El experto insiste en que las explicaciones reduccionistas no tienen cabida en este terreno, pero apunta hacia la dispar incidencia en nuestro país de los tres tipos de homicidios que establece la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito: los «interpersonales» (entre particulares, podríamos decir), los vinculados a actividades criminales y los sociopolíticos.
«Desde mi punto de vista –analiza el experto–, si se atiende a los países que tienen las tasas más bajas y más altas, las diferencias podrían explicarse en cierta medida por el número de homicidios relacionados con actividades criminales. En otras palabras, la tasa de homicidios interpersonales en el mundo es más o menos estable entre los diferentes países, y lo que hace que existan grandes diferencias es la tasa de homicidios relacionados con actividades criminales, de los que hay pocos en España. Aquí la mayor parte de los homicidios son entre conocidos y más del 40% entre familiares».
Santos Hermoso recuerda además que los homicidios interpersonales son imposibles de evitar. «Hay que desmitificar la idea de que un homicidio es un comportamiento extremadamente raro o anormal y entenderlo como el resultado de una interacción entre individuos. Va a seguir existiendo en todas las sociedades y esperar que algún día se erradique por completo es una utopía».
6,1 víctimas anuales por cada 100.000 personas es la tasa global de homicidios, según la ONU. Por continentes, oscila entre 2,3 en Asia y 17,2 en América. Pese a que el índice va en descenso, el incremento de la población mundial hace que el número absoluto de víctimas crezca: en 2017 se contabilizaron 464.000, una cifra muy superior a la que provocaron las guerras (89.000). El terrorismo segó 26.000 vidas, mientras que se estima que el crimen organizado y las bandas estuvieron detrás de la quinta parte de los homicidios.
62,5 víctimas por cada 100.000 personas es la tasa de homicidios de El Salvador. Es la cifra más alta en Centroamérica, la región con peores registros del planeta, donde el más bajo corresponde a Nicaragua (8,3). En Sudamérica, se sitúan en los extremos Venezuela (56,8) y Chile (3,5). En el Sureste Asiático, Filipinas tiene un índice de 8 víctimas por cada 100.000 habitantes y Singapur, de 0,2. En Europa Occidental, la cabeza de la tabla la ocupa Bélgica, con una tasa de 1,7, y en el último puesto aparece Suiza, con 0,5.
0,7 víctimas por 100.000 habitantes es el registro más reciente que recoge el INE, de 2018. Ningún año de esta década ha alcanzado la frontera del 1.
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