![Alegría, tristeza, enfado... ¿sabes cómo tratar las tres emociones que más te boicotean?](https://s3.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2025/02/09/emocionesh-k16H-U230787619172uMD-1200x840@RC.jpg)
![Alegría, tristeza, enfado... ¿sabes cómo tratar las tres emociones que más te boicotean?](https://s3.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2025/02/09/emocionesh-k16H-U230787619172uMD-1200x840@RC.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Cuarenta días llevamos de 2025 y a juzgar por muchos memes en redes sociales, nos han parecido a todos mucho más. Sería digno de estudiar por qué los comienzos de año siempre se nos hacen tan largos y, en cambio, diciembre se nos pasa en un pispás. ¿Otro asunto muy de actualidad estos días que merece una investigación?:los propósitos abandonados. Seguro que muchos ya ni nos acordamos de lo que nos propusimos cumplir en este nuevo ciclo vital. Y a saber dónde está la lista que hicimos con toda la buena intención...
Noticia relacionada
Ir al gimnasio, apuntarse a un curso de macramé, decir menos tacos, hacer dieta... todo ellos son acciones que seguramente no hemos llevado a cabo. Nos las proponemos, las realizamos o no, pero no tienen mucha más miga. Pero, ¿qué pasa con las emociones? ¿Alguien se ha propuesto, por ejemplo, ser más resiliente? ¿O enfadarse menos? «Pocas personas se paran de verdad a prestar a esos objetivos», explica la psicóloga Daniela Constantin. Y pone un ejemplo:«Cada semana me puedo encontrar en consulta con pacientes que comentan que quieren adelgazar. Cuando les preguntas suelen responder que se lo plantean porque no se sienten bien. Pero casi ninguno ha pensado realmente lo que significa adelgazar, si su vida se lo permite ni de dónde parte esa necesidad, qué emoción le ha llevado a proponerse esta meta...». Y esto, al parecer, es un 'así no' de manual aunque llevemos casi toda la vida haciéndolo. «Los propósitos se tienen que poner o se tienen que mirar a largo plazo y cuando tenemos un equilibrio, no cuando estamos en los polos opuestos: de bajón o eufóricos», prosigue la experta.
Pero claro, esto exige una de las cosas «más difíciles en esta sociedad: escucharse a uno mismo». Y en este caso, estamos «totalmente sordos». Hablar de emociones era hasta hace unos años casi tabú. Demasiado íntimo para compartir. Hoy en día, en cambio, se han puesto en el foco –o se está intentando– de nuestra vida. ¿Por qué? Porque no podemos vivir «desconectados» de nosotros mismos. «Hay que hacerlo, aunque sea incómodo o no nos guste lo que oímos»
– Es fácil decirlo, pero, ¿cómo se consigue?
– Es un ejercicio, una práctica que tenemos que implementar en nuestra vida. Hay que empezar con unos minutos, no necesitamos más. Y el ejemplo más sencillo para explicarlo es el de caminar. Cuando lo hagamos, prestamos atención al cuerpo, por ejemplo, a los pies, a si el calzado nos resulta cómodo, a si el pantalón me permite moverme, a si tengo calor, a si me molesta el viento.... Si conseguimos respondernos sin pensar en otras cosas como el trabajo, la casa, etc. estamos conectando con nosotros mismos.
Este debería ser el primer propósito de este año, que igual no lo habíamos contemplado, pero estamos más que a tiempo para lograrlo. Ahora bien, también es un buen momento para dar un paso más allá y focalizarnos en las emociones, a las que no siempre dejamos fluir, pero que debemos transitar si queremos tener ese equilibrio tan necesario en una sociedad donde ya hay mucha montaña rusa a nuestro alrededor. Y dentro de las emociones hay tres que maltratamos más de lo que pensamos y que igual explican por qué nunca cumplimos nuestros propósitos.
«Nos cuesta muchísimo transitar por la tristeza. Hay gente que piensa que tiene depresión solo porque está triste. O que se pone a hacer cosas para no sentirla», reconoce Constantin. No hay que evitarla, sino dejarla pasar. «La cuestión está en la duración y la intensidad. Si solo es un rato, no nos pasa nada». Pero hay que aprender a reconocerla y, claro está, ver cuál es el detonante porque en función de él cambian las cosas, según la psicóloga. No es lo mismo estar triste por no poder disfrutar de un viaje, que estarlo porque se ha perdido a un familiar. Aunque no hay recetas mágicas, Constantin se atreve a poner plazos:«Si te pones triste porque has tenido un encontronazo no deberías estar más de unos minutos, lo que te cuesta entender el proceso, reconocer lo que te pasa y aceptarlo. Si estamos ante un duelo, puedes estar una semana o más tiempo triste».
Sostiene la psicóloga que mientras con las emociones más negativas tenemos una conducta evitativa, con las positivas lo que hacemos es no darles la importancia que tienen. «Si, por ejemplo, nos proponemos ir al gimnasio y somos constantes, lo conseguimos, en vez de mantener la emoción positiva por haberlo logrado, lo que hacemos es ponernos otra meta más, ya sea aumentar los días de actividad, apuntarnos una carrera, etc.»
Esto impide de algún modo que nos regocijemos en esa alegría por lograr algo. Y no es lo ideal. «Hay que aprender a sostenerla un poquito más. Primero unos segundos, luego minutos y, ya si podemos, incluso horas», recomienda Constantin al tiempo que nos avisa de que no es fácil.
– ¿No sabemos disfrutarla más tiempo?
– Tenemos miedo. Y deberíamos darnos cuenta de lo terapéutico que resulta recrear un momento que nos da alegría cada día o cada semana.
Enfadarse es tan natural «como sentir miedo o ira». Incluso aunque tengamos una vida privilegiada van a surgir motivos para sentir esta emoción. Ahora, «hay que sostenerla lo justo», advierte la experta. ¿Y cuanto es eso? El tiempo que lleva «reconocerlo, experimentarlo, hablar un poco sosbre él y aceptarlo». A partir de ese momento, debemos tratar de disminuirlo porque si lo sostenemos todo un día «nos acaba provocando mucho daño». Pero lo que no hay que hacer en ningún caso es «cortarlo o prohibirnos sentirlo».
Muchas veces cuando alguien nos pregunta cómo estamos –o cuando nos chequeamos nosotros mismos– no sabemos qué responder. O no respondemos a la pregunta exactamente. Y esto tiene que ver con que confundimos lo que sentimos en ese momento con el ánimo que experimentamos. Este último es un «estado emocional que prevalece en un individuo en un momento dado», explica María del Carmen Neipp, profesora de Psicología en la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Dura más que una emoción, es menos intenso y específico. Además, «no necesita un estímulo para que aparezca». Otra diferencia es que «un estado de ánimo no tiene expresiones faciales propias mientras que las emociones básicas sí, y son universales», añade. Dicho de otro modo:«Una persona puede inferir que otra se encuentra en un estado de ánimo alegre viendo diferentes expresiones faciales de la alegría, como la sonrisa, las mejillas elevadas, etc.. Pero no existe una expresión facial distintiva de la alegría», concluye la experta.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.