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¿Etiquetar a los peques?

¿Etiquetar a los peques?

Hiperactividad, alta demanda... Hay sambenitos que son «una losa»

Solange Vázquez

Sábado, 18 de marzo 2023, 00:28

En una ocasión, una psicóloga muy veterana y con el ojo más que entrenado para detectar al vuelo trastornos y peculiaridades en la más tierna infancia, pronunció una frase magistral en su sencillez. «A los niños, así los miras, así se comportan», sentenció. Es más, ... añadió que con los adultos, en menor medida, pasa lo mismo. Lo que ocurre es que en los últimos años nos hemos olvidado un poco de esta máxima tan sensata, porque la 'moda' de las etiquetas en la infancia se ha impuesto: un montón de niños y niñas han sido catalogados por sus padres y madres -sí, sí, no por especialistas- como peques de alta demanda, con baja tolerancia a la frustración, de alta sensibilidad, hiperactivos, de altas capacidades... Evidentemente, estas y otras realidades existen. El problema es que se han acabado trivializando y ahora mucha gente con niños pequeños oye o lee sobre ello e, inmediatamente, sin encomendarse a nadie medianamente serio, le colocan la etiqueta a los críos.

Y esto, claro está, es un peligro. «Si nombramos a nuestros hijos como 'un niño difícil', como 'un niño demandante', como 'un niño intenso'... eso es lo que van a ver cuando se miren al espejo». Esta advertencia la lanza Paola Roig, psicóloga y psicoterapeuta, quien alerta sobre «las etiquetas y lo que pesan». En su último libro, 'La crianza imperfecta' (Ed. Penguin Random House), cuenta que recibe un aluvión de preguntas sobre este tipo de cuestiones en la ronda de dudas que abre en Instagram -donde tiene 80.000 seguidores- todas las semanas. «Cada vez aparece más algo parecido a esto: '¿Cómo saber si tengo un bebé de alta demanda?' Esto a veces me deja perpleja. Entiendo perfectamente la necesidad de nombrar cosas, de ponerles nombres para describirlas, para encontrar familias que estén en la misma situación, para buscar recursos... En definitiva, para tranquilizarnos. Pero también entiendo lo peligroso que puede ser poner una etiqueta: que ya no se pueda ver más allá de eso, que ese nombre que en principio nos 'salvó' acabe convirtiéndose en una losa», advierte la especialista.

Por ejemplo, si damos por hecho por nuestra cuenta que tenemos un hijo o hija con altas capacidades -y esta es una de las etiquetas más deseadas, aunque, si la gente conociese la realidad de estas personas quizá no sería así-, ese peque crecerá con unas exigencias (de la gente, las suyas propias) muy altas. ¿Y si no lo es en realidad? Querrá comportarse como un superdotado sin serlo y tendrá miedo a defraudar.

Cómo nace una etiqueta

  • Años 50: La necesidad de etiquetar a los niños no viene de ahora. Ya en los años 50 Thoma y Chess, investigadores, describieron tres tipos de temperamento en bebés: niños fáciles, niños difíciles y niños de reacción lenta.

  • Paternidad y teoría: Las etiquetas más conocidas suelen 'nacer' a raíz de una investigación que acaba publicada y se convierte en moda. Una de las últimas: alta demanda. Acuñó el término el pediatra William Sears tras el nacimiento de su cuarta hija.

Con otras etiquetas -con connotaciones menos fascinantes- pasa igual: si de pequeño te cuelgan (repetimos, sin criterio profesional) el sambenito de alta demanda, acabas asumiendo que eres así y pidiendo más atención constante. Y así podríamos ir repasando etiqueta (mal puesta) tras etiqueta...

Todo en Google

Pero, ¿cómo llegamos los progenitores a hacer eso de 'etiquetar'? Vivimos, según los expertos, maternidades y paternidades demasiado reflexivas. Internet y las redes sociales nos ofrecen un montón de información que no siempre gestionamos bien. Sólo en el primer año de vida del bebé acudimos a Google unas 2.000 veces para solventar dudas, tal y como recoge una reciente encuesta realizada en Estados Unidos por la agencia de investigación de mercado internacional OnePoll. Además, el 70 % de los progenitores estuvo de acuerdo en que no habría 'sobrevivido' a esa etapa sin Internet o sin echar mano de libros de expertos en crianza. Y muchas veces lo que hacemos es buscar 'pruebas' para nuestras sospechas.

Por ejemplo, si ponemos 'tengo una niña que no para quieta, ¿será hiperactiva?' y buscamos en Google y en las redes sociales para dar explicación al agotador comportamiento de la pequeña... ¡La encontraremos! Y desde ese momento se lo diremos a quien lo quiera oír y todo el mundo empezará a tratarla como a alguien hiperactivo cuando, posiblemente (y a no ser que alguien cualificado diga lo contrario), lo que le pasa es que es inquieta, más movida que la media.

«Tengo la sensación de que a veces nos cuesta tanto lidiar con el día a día, con la crianza tan precarizada que vivimos, que necesitamos desmenuzarlo todo, sentir que todo es diferente, que todo es particularmente difícil. Quizá podríamos aprender a soltar un poco, a entender que cada criatura es diferente», aconseja Roig.

Y, sobre todo, la experta advierte que esas etiquetas que coloquemos van a impedir ver otras características del peque. «No hace falta volcarlo todo en un término. Somos mucho más que una cosa, tenemos muchos más matices y vale la pena apreciarlos», indica. Y, en este aspecto, es indiferente que la etiqueta se haya colocado correctamente o no. No es bueno para el 'etiquetado' que solo se le conozca por un aspecto de su personalidad. Aunque es correcto y útil saber si un niño o niña tiene alguna peculiaridad para educarle en consecuencia y ayudarle de la mejor manera posible -repetimos, hace falta un diagnóstico-, no podemos caer, según explica Roig, en transformar el hecho de ser diferente «en etiquetas que tapan todo lo demás».

En todo esto, apunta la especialista, hay un problema de fondo: lo solos que nos sentimos (e inseguros) al criar a nuestros hijos e hijas, algo que nos impulsa a ponerle nombre a todo y a buscar apoyos externos, por ejemplo en Twitter, que se ha convertido en uno de los foros favoritos de madres y padres para despotricar o buscar información: las cuentas de esta red social en las que se habla e ironiza sobre la crianza acumulan prestigio y miles de seguidores.

El 48% de las mamás usan Twitter a diario, mientras que el 83% lo hace semanalmente. Y lo usan, según estudios de la propia plataforma, porque «se sienten escuchadas». Esto tiene su lado bueno y uno malo: oír casos explicados por otros y, sin encomendarse a nadie, pensar: '¡Eso es lo que le pasa también a mi pequeño!'.

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