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Si les ha servido de alivio escribir estas palabras, solo ellos lo sabrán. Pero la teoría dice que llevar un diario en estos tiempos raros y difíciles es terapéutico. Dos 'positivos' que pasan la cuarentena aislados totalmente, una auxiliar de enfermería que ya está curada ... y ha regresado a su trabajo en el turno de noche, una psicóloga que teletrabaja atendiendo a sus pacientes y un escritor que pasa el encierro en un centro de acogida comparten vivencias de un día cualquiera. Ayer mismo.
Pedro Martínez. 'Positivo'
«Llevo unos días en casa tras haber estado ingresado en Ifema. Duermo bastante mal y me despierto a las tres, con cansancio continuo, un peso inmenso en el pecho que no me deja ni dormir ni descansar. Tengo bastante dolor de cabeza, no sé por qué. Desayuno y me levanto para ir al baño y así paseo un rato, pero cuesta porque me canso. Luego lo que me acompaña mucho son las redes sociales, la verdad es que la gente se ha volcado. Informo de síntomas a mi médica, descanso cada dos por tres. Estoy todo el rato tirado y así… Mi mejor momento es siempre cuando veo a mis hijas en la distancia y puedo hablar con ellas y algún detalle que hace mi mujer no confesable, je, je... No hay un momento que sea peor, pero, cuando mi cabeza se va y se pone a pensar en lo que queda por venir... Me paro a pensar hacia dónde voy después o si tendré secuelas, porque esto no es conocido y no se sabe nada».
Aritza Bergara. Escritor
«Soy responsable de un centro en el que acogemos a personas en situación de vulnerabilidad y estoy confinado en la instalación que gestiono... Como cada día, nada más despertarme comparto 'online' con mis lectoras y lectores un nuevo capítulo de mi libro 'Manos ensangrentadas', sobre los bebés robados. Después, al trabajo. A comprobar que todo esté en orden y los servicios necesarios –cocina, limpieza... –funcionando. También me encargo de que la gente mantenga la moral y el ánimo. Organizamos actividades de intercambio intercultural, bailes, cocinamos recetas de Ucrania, Venezuela, Colombia…, origen de los refugiados con los que convivo.
Por la tarde, por la noche y a ratos libres me pongo a escribir. Corrijo, maqueto… Para nosotros, los escritores, que habitualmente trabajamos en casa en solitario, el impacto del virus no ha alterado tanto nuestras costumbres y eso implica seguir creando. Todos los días tienen grandes momentos y el mío siempre es la videollamada de mis hijos. Hoy es el cumpleaños de mi hermano y no he podido acercarme a felicitarle... Cuando me encuentro cansado de esta situación pienso en los solicitantes de asilo, lo que han tenido que superar para estar aquí. Y me doy cuenta de que somos privilegiados. Y sonrío, agradecido. Sonreír es lo más adecuado».
Ana B. Auxiliar de enfermería
«Hoy no he dormido por la noche, ya que tengo el sueño cambiado a causa del horario de trabajo (soy auxiliar de enfermería en un hospital de Madrid). Me he duchado y he seguido en mi habitación hasta que mi pequeña me llamaba llorando porque quería verme. No he podido resistirme y a lo lejos hemos estado jugando a hacer puzles.
Ese ha sido el mejor momento del día, poder compartir con ella esa mañana que hacía tiempo que no compartíamos. El resto del tiempo que paso en casa estoy en la habitación y trato de dormir todo lo que puedo y estar conectada a las redes sociales.
Cuando estuve sin poder salir a causa del 'positivo', mi peor momento del día era siempre sobre las ocho de la tarde, que es la hora a la que salgo para hacer el turno de noche en el hospital. Saber que mis compañeros estaban con una persona menos me provocaba mucha ansiedad, ya que los casos de coronavirus seguían en aumento y no reforzaban la plantilla. El ánimo depende del día, sube y baja, pero es más bien bajito».
Luis García Villameriel. 'Positivo'
«He dormido hasta que el tractor de riego ha comenzado a regar la calle y el ruido me ha despertado. Pueden ser las 10.30. He leído la prensa digital, un poco en diagonal, y mi mujer me ha dado los buenos días, vía WhatsApp. Nos reímos de lo soso que es despertarse con la videoconferencia y me sube el desayuno, ya voy recuperando el apetito. Trasteo un poco por Facebook y leo los mensajes de los cien mil grupos; el email ya ni lo abro. He aprovechado para poner en orden las cuentas personales, papeleos atrasados... (soy psicólogo) Y he castigado YouTube buscando documentales raros. También aprovecho para ver esas películas que no puedo compartir con nadie (me echarían de casa). Cine de Bogart, pelis españolas de los años 60 y 70, que me chiflan... A media tarde, una vuelta al dial de la tele a ver si algo me engancha en menos de tres segundos... No suele ser así, así que trasteo buscando la nueva peli que me voy a empezar antes de dar una cabezada.
A las 17.30 me muevo un poco, hasta la habitación del al lado, que tiene una terracita y así me espabilo un poco. Me aseo: afeitado, ducha, y aprovecho para ventilar la habitación y darle un repaso. Entre las 18.30 y las 19.00, por algún motivo, llueven las llamadas y los mensajes de amigos y familia y, según el día, le damos a alguna vídeoconferencia a tres, a cuatro... Total, que a eso de las diez me suben una cena y me engancho a la siguiente película o documental que haya elegido. Y, así, se ha pasado un día más. Estos últimos días el aislamiento es muy distinto a los de antes. Ya estoy casi sin síntomas. No como cuando estaba en la fase más aguda, que la fatiga apenas me dejaba hacer nada y no aguantaba ni diez minutos levantado. Estaba constantemente adormilado».
Iratxe Martínez. Psicóloga
«Una ducha rápida, un rico desayuno, un ojo a la agenda... y a organizar el día. A las 9.00 he sacado la artillería pesada (ordenador, libros, apuntes, agenda) y he trabajado gran parte de la mañana y alguna hora de la tarde… A regañadientes he preparado la comida, que la cocina no es santo de mi devoción, no así la comida.
Por la tarde, una hora larga de ejercicio físico, una clase de fitness 'online' dura, en eso soy disciplinada. Aunque el mejor rato es el que estoy con mis hijos. Como buenos adolescentes, son celosos de su tiempo y su espacio, con lo que los ratos con ellos son doblemente valiosos.
El peor momento del día siempre es cuando escucho a los sanitarios que libran la batalla en primera línea de combate, carentes de instrumental adecuado para proteger y protegerse; exhaustos, deprimidos, ansiosos, temerosos, desesperanzados, debido al efecto que produce una prolongada exposición al sufrimiento humano. Una cena ligera y un ratito de meditación para acabar».
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