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El reto de pasar varios meses confinados en casa en 2020 nos llevó a buscar nuevas alternativas de ocio, y lo que para muchos comenzó como una forma de entretenimiento, de aliviar el estrés o de retomar antiguos 'hobbies', se ha convertido en un aumento ... generalizado del interés por los trabajos manuales. La costura, la alfarería, la jardinería o la restauración de muebles han ganado adeptos desde el comienzo de la pandemia.
– ¿Qué lo ha motivado?
– El momento social que vivimos está muy sujeto a la incertidumbre. Para manejarla, a menudo recurrimos a actividades que requieren centrar la atención en una sola tarea, lo cual nos permite reducir los niveles de ansiedad durante el tiempo que la realizamos. También potencia nuestra concentración, fomenta la creatividad y nos anima a experimentar. Nos obliga a salir de nuestra zona de confort y conocer facetas de nosotros mismos hasta entonces desconocidas. Además, nos da un respiro de la vorágine del día a día, favorece el autocuidado y, al finalizar la tarea, obtenemos un refuerzo inmediato al darnos cuenta del avance o apreciar el resultado –explica Rosa Portero, psicóloga sanitaria del Center Psicología Clínica, en Madrid–.
Preguntamos a distintos profesionales del sector para conocer sus opiniones al respecto.
El tiempo encerrados en casa despertó en muchas personas el interés por darle una nueva imagen a su hogar. En el taller de restauración de muebles Reinventa Vintage, en Málaga, han notado tal demanda que, aparte de recibir más encargos y solicitudes de presupuestos tras el confinamiento, el pasado mes de septiembre abrieron al público un curso para aprender a restaurar. «Tenemos todo tipo de alumnos. Vienen con un interés común por la restauración, pero también para socializar y conocer gente, algo que el confinamiento y las medidas de distanciamiento social han complicado en los últimos años», dice Lidia Cano, una de las cofundadoras.
Además, sirve como terapia para despejar la mente. «Hay psicólogos de la zona que se han puesto en contacto con nosotros y que proponen la alternativa de la restauración de muebles, como 'hobby', a algunos de sus pacientes», cuenta Cano.
El ámbito de la costura, en todas sus modalidades (punto de cruz, crochet, ganchillo, a máquina, 'patchwork', macramé...) también ha logrado un mayor impulso desde el confinamiento. «Se ha notado más movimiento de gente interesada. Sobre todo triunfan los bonos de clases sueltas», declara Joana Mateo, fundadora del taller 'Ana Dedal', en Bilbao.
Ella lo atribuye a la necesidad de reducir el estrés provocado por nuestro ritmo de vida. «El problema es que ya no sabemos relajarnos sin hacer nada, queremos seguir haciendo cosas mientras nos relajamos, de ahí el triunfo de las actividades DIY ('Do It Yourself' o hazlo tú mismo), que permiten distraer la mente al mismo tiempo que realizamos una tarea productiva y gratificante», afirma.
Durante el confinamiento uno se sentía afortunado si desde la ventana de su casa se veía un árbol. Fue una época en la que se acusó, más que nunca, el déficit de naturaleza al que estamos expuestos en las ciudades, lo que derivó en un aumento de las compras de plantas 'online'.
Así se puso de moda la jardinería tradicional, y también el 'plantfulness', una especie de 'yoga mental' que busca lograr momentos de bienestar en el día a día al interactuar con nuestras plantas de interior. No solo mediante los cuidados habituales (riego, abono...), sino también siendo creativo: hacer un mini invernadero casero, cultivar un hueso de aguacate o construir una kokedama (macetas hechas con tierra y cubiertas de musgo).
«La tendencia se ha mantenido también después, al darnos cuenta de los beneficios que nos otorga la naturaleza, desde reducir la ansiedad a mejorar la concentración o potenciar la creatividad», dice Eva Durán, autora del libro 'Plantas para ser feliz' (Vergara), creadora del método 'plantfulness' y fundadora de la Escuela Plantlovers. Ella recomienda empezar con 2 o 3 plantas resistentes, como un cactus o un poto.
Loli tiene su taller de cerámica 'Lumbre y barro' abierto en Madrid desde 1991. Ella reconoce que su negocio ha pasado por muchas crisis y momentos duros pero, en este caso, la pandemia ha jugado a su favor. «Llevamos un par de años con una intensidad enorme. Desde que salimos del confinamiento no hemos parado de recibir alumnos y hasta he tenido que contratar a varios profesores nuevos para dar abasto a toda la demanda», cuenta.
El motivo lo asocia también a esa necesidad de desconexión de la rutina: «Mucha gente me dice que necesita desconectar y la cerámica es ideal para conseguirlo. Te concentras tanto en lo que estás haciendo que te abstraes totalmente de la realidad, de tus problemas laborales o familiares, y sales de aquí con otra actividad en tu mente. Además, creas algo original que puedes utilizar en tu día a día, y eso te hace sentir orgulloso y satisfecho contigo mismo, lo que aumenta la autoestima».
Los interesados tienen perfiles muy diversos. «A partir de la pandemia hemos empezado a recibir a muchísima gente joven, pero también tenemos alumnos muy mayores, de 70 y 80 años, especialmente mujeres», afirma.
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