«Como me obliguen a cobrar un chupa-chups con tarjeta, cierro y me jubilo»

Los sin verano ·
Begoña Odriozola lleva 53 años como kiosquera en la Gran Vía de Bilbao y durante el confinamiento abrió todos los días su puesto

Eva Molano

Jueves, 27 de agosto 2020, 00:07

En pleno agosto, sin el poder de convocatoria de la Semana Grande, la Gran Vía de Bilbao es de las pocas arterias en la que sigue habiendo actividad. De la boca del metro emerge la gente a borbotones cada dos minutos y grupos de paisanos ... y turistas cruzan la calzada en animada charla, más anónimos que nunca detrás de las mascarillas. El coronavirus recluyó en sus casas a la fauna más característica del paisaje, los ejecutivos, empleados bancarios, abogados, arquitectos y toda suerte de oficinistas que habitaban los edificios la mayor parte del día. Pero no a Begoña Odriozola, bilbaína de cuna que, desde hace más de medio siglo, levanta la persiana de un kiosco cercano al Corte Inglés cada amanecer. A sus 72 años, despacha con desparpajo periódicos, revistas, tabaco y golosinas. Y durante el confinamiento, cuando la 'milla de oro' se sumió en un silencio apocalíptico, también estuvo al pie de cañón para prestar este servicio esencial.

– ¿Por qué se decantó por este negocio?

– Cuando empecé tenía 19 años. En aquellos tiempos, estudiar una carrera era imposible. Estaba trabajando en una peluquería, pero mi marido y yo (bueno, estábamos de novios todavía) tuvimos un accidente muy gordo en Guriezo. Volvíamos de Laredo y el coche derrapó y caímos por un terraplén. La cara se me quedó clavada en el radiador, me tuvieron que coser las cejas y se me rompió la mano por tres sitios. Tuve que dejar la peluquería y mi suegra, que tenía un kiosco en Granada, nos animó a montar uno. Hasta ahora.

– ¿Hace cuánto que no se toma unas vacaciones largas?

– Hace mucho tiempo. Mi marido, Alfonso, murió hace cinco años, un año y medio después de ser diagnosticado de ELA. Fue espantoso. Antes, mis hijas se quedaban atendiendo el kiosco y nosotros nos íbamos un mes de vacaciones. Cuando volvíamos, se marchaban ellas. Pero ahora lo primero es el kiosco. Es de lo que vivimos. Tampoco tengo intención de irme fuera: me da miedo. Y con lo mal que están las cosas...

«Si me paro, igual decaigo»

– ¿Cómo han ido las ventas durante el confinamiento?

– No hemos fallado durante la pandemia. Pero en el centro de la ciudad hemos perdido las ventas a todos los empleados de banca y oficinas, que están teletrabajando. Aquí no hay apenas viviendas, son todo despachos. Y, además, la tecnología nos está matando. El Ayuntamiento se lleva un pellizco bueno y no nos ha rebajado ni un céntimo. Encima, Hacienda quiere que todo se pague con tarjeta y tener acceso a cada una de las operaciones, porque no se fía. Yo no pienso cobrar un chupa-chups con tarjeta. Como me obliguen, cierro. Me jubilo. No ganaré ni yo, ni nadie.

– ¿Y si no, no tiene intención de jubilarse?

– ¿Para qué? Estoy acostumbrada a estar trabajando. Y me gusta. Llevo ya catorce operaciones, me han quitado nueve hernias discales, tengo las dos rodillas de titanio... Apenas duermo dos horas al día. Desayuno a las cuatro de la mañana y una de mis hijas viene a primera hora, porque no puedo cargar. Vengo a las siete, me marcho a hacer la comida, vuelvo y estoy hasta las cinco de la tarde. Mientras siga en activo, estaré mejor. Si me paro, igual decaigo y dejo de andar, así que no lo hago. Mi casa tiene 300 metros cuadrados, así que allí también tengo siempre muchas cosas que hacer.