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Dos litros de agua al día. Esa es la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero hay a quien le cuesta (¡y mucho!) llegar siquiera a la mitad de esa cantidad. Parece increíble que un líquido insaboro, que además compone alrededor del 70% de nuestro cuerpo, pueda no gustarle a alguien, pero así sucede en ocasiones. Excepcionales, eso sí.
Le pasa a Encarnita Duce, una madrileña de 88 años, que dice que el agua le resulta tan sosa que le desagrada. «Por sí sola, como mucho, me tomo un vaso al día, y únicamente si es agua mineral, nunca del grifo. A veces, sin embargo, no llego ni a eso», admite.
— ¿Cómo se hidrata entonces?
— Disimulo el agua en el café o la mezclo con jugo de limón. Dándole sabor es la única forma en que la tomo, a no ser que tenga mucha necesidad de beber. El problema es que nunca tengo sed, así que me tengo que obligar a tomarla.
Lleva haciéndolo así toda la vida. «Mi madre me daba leche, infusiones y un reconstituyente llamado Quina Santa Catalina –un tipo de vino enriquecido con quina utilizado como bebida 'medicinal' hace unas décadas– que le recomendó el médico».
Si ya de niña no bebía apenas agua, ahora se le suma la vejez. «A medida que envejecemos sufrimos una disminución de la percepción de sed y dejamos de sentir la necesidad de beber, aun cuando nuestro cuerpo lo necesita. Eso hace que seamos mucho más susceptibles de sufrir deshidratación, la consecuencia más habitual de la escasez de agua en el organismo, cuyos síntomas se manifiestan en forma de dolor de cabeza, fatiga, cambios de humor, calambres o dolores musculares, entre otros. Por eso, las personas mayores deberían obligarse a beber agua frecuentemente, incluso aunque no tengan sed», explica Adriana Martín, dietista y nutricionista de la compañía Better Naked.
La deshidratación continuada durante un largo periodo de tiempo, además, contribuye a sufrir problemas digestivos, diabetes, aumento de peso, colesterol alto, estreñimiento e incluso la muerte. «Se aprecia también en el aspecto de la piel, que se reseca mucho a pesar de que nos echemos crema», dice Martín. «Y en el funcionamiento de los riñones, encargados de filtrar las sustancias de deshecho del organismo y que necesitan agua para trabajar correctamente».
Por otra parte, «aunque mucha gente no lo sabe, cuando no estamos bien hidratados, ingerimos una mayor cantidad de alimentos y, por tanto, de calorías, pues muchas veces la sed se manifiesta en forma de hambre», alerta Martín.
«Asimismo, el agua interviene en la absorción de minerales (que se pierden con la sudoración) y vitaminas hidrosolubles, como la vitamina C, las vitaminas del grupo B o el ácido fólico. Este último es especialmente necesario durante el embarazo, porque ayuda en la producción de tejidos y en la formación de los órganos del embrión y el feto. De ahí que las embarazadas deban beber mucha agua, tanto durante la gestación como en el periodo de lactancia», aconseja la especialista. Ella desvela una forma eficaz de saber cuál es nuestro nivel de hidratación: la orina. «Cuanto más concentrada sea su apariencia, más agua necesitaremos beber», orienta.
Lo que les ocurre a otras personas que beben poca agua es que se les olvida. Sucede, especialmente, si durante el día se ingieren otras bebidas, como café, refrescos azucarados o alcohol. «Dado que su ingrediente principal es el agua, parece que nos sacian la sed, pero a veces producen el efecto contrario, nos deshidratan, y no son tan saludables, pues contienen gran cantidad de azúcares o edulcorantes, que nutricionalmente son poco interesantes», advierte la experta. «Entre las bebidas que se encuentran en el supermercado, el agua mineral y el agua con gas son las más recomendables para hidratarse».
Beber agua no es, pues, solo una cuestión de sed. Tiene mucho de hábito y este debe afianzarse desde la infancia. De lo contrario, al acostumbrarse el cuerpo a beber tan poco, gradualmente se va perdiendo la sensación de sed. «No es habitual pero, si esta situación se agrava, puede derivar en una enfermedad llamada adipsia, una condición médica que consiste en la ausencia total de sed, incluso cuando el organismo necesita de hidratación urgente», alerta Martín.
«Yo me obligo a tomar dos vasos llenos cada mañana al levantarme, otro antes de comer y otro antes de cenar», cuenta Noelia Fernández, una alicantina de 53 años que reconoce que bebe poca agua «por despiste y por falta de ganas». «Otra de mis estrategias es comprarme botellas de agua bonitas o con mensajes positivos, en lugar de las típicas de plástico, porque al ser atractivas me incitan a beber». Hay personas que, incluso, se programan alarmas en el móvil para acordarse de echar un trago o colocan notas adhesivas por la casa a modo de recordatorio, además de llevar siempre una botella en el bolso o en la mochila.
Anote 'beber agua' en la agenda Escríbalo en cada día de la semana como una tarea más.
Utilice notas adhesivas Colóquelas en su mesa de trabajo. Recuerde que el cuerpo pierde agua con el estrés y en lugares con la calefacción o el aire acondicionado encendido.
Programe una alarma en el móvil También existen 'apps' pensadas para darle avisos (Alarma de Bebidas Lite, Drink Water Alarm, Watter Logged o Water Your Body…).
Beba al levantarse de la cama Le ayudará a hidratarse y también a despertar su organismo.
Antes y después de cada comida Le ayudará a sentirse más saciado y consumir menos calorías.
Una botella en cada habitación En la mesilla de noche, en la mesa del salón, en el escritorio… Ver el envase le ayudará a recordar.
Una botella propia Así podrá calcular cuánto ha bebido al final del día.
Una botella siempre a mano Lleve agua siempre encima. En el bolso, en la mochila...
Noelia también intenta tomar alimentos ricos en agua, especialmente en verano, cuando el organismo acusa más la falta de líquido, pues las altas temperaturas hacen que nos deshidratemos más rápido. Entre los más interesantes para este propósito encontramos: el pepino, que contiene un 97% de agua, el apio (95%), las fresas (92%), la sandía (92%), las frambuesas (92%), las espinacas (92%), el melón (90%) o la zanahoria (87%).
Con ellos, y muchos otros, pueden prepararse todo tipo de recetas, pero ¡ojo!, al cocinar las frutas o las verduras se elimina una gran parte del agua que contienen así que, si queremos beneficiarnos de este agua, lo ideal es comerlas crudas (pepino en rodajas, apio o zanahoria en 'sticks'...) o licuadas (en zumos o batidos de frutas y verduras).
«El recurso más sencillo es mezclar el agua con diferentes frutas (limón, lima, arándanos, fresas...), meterlo en la nevera y dejarlo reposar hasta que el agua coja sabor. Si, además, le añadimos alguna hierba aromática, como menta o hierbabuena, le dará un sabor muy bueno», propone Martín. «También se me ocurren los polos de yogur y frutas congeladas, que quedan muy ricos con frutos rojos, por ejemplo. Una receta sencilla es batir 500 gramos de sandía sin pepitas, junto a una cucharada de zumo de lima, hasta conseguir una mezcla homogénea. Añadir 80 gramos de arándanos y verter la mezcla en moldes para polos. Congelar mínimo seis 6 horas, desmoldar y ¡a disfrutar!».
Otras alternativas que plantea la especialista son las sopas, ya sean frías (gazpacho, salmorejo, sopa de tomate, de pepino, de guisantes y menta, vichyssoise...) o calientes (de fideos, de arroz, consomé...). Igualmente, se puede recurrir a las ensaladas, preferiblemente con base de lechuga tipo iceberg o espinacas. Una de las favoritas de la especialista consiste en mezclar la lechuga con mango y aguacate cortado en dados y cebolla cortada en juliana. Todo ello se aliña con una vinagreta hecha a base de batir un puñado de frambuesas, un chorro de aceite, otro de vinagre de vino tinto, un diente de ajo picado, sal y pimienta. Para terminar, se espolvorean por encima frutos secos (nueces, avellanas tostadas picadas, almendras en rodajas...) y un puñado de frambuesas.
Las opciones son casi infinitas, pero la nutricionista recuerda que es importante tener en cuenta que no es lo mismo beber agua que 'comer' agua. «Al fin y al cabo, no puedes tomarte una sandía entera de una sentada, o incluso más, que es lo que necesitarías para mantenerte tan hidratado como al beber agua. Además, estos alimentos contienen otros nutrientes, como carbohidratos, antioxidantes o fibra que, si bien son muy recomendables dentro de una dieta equilibrada, no son la mejor forma de hidratarse».
Infredientes 60 ml de agua, 1,5 kg de sandía (con corteza), 1 yogur de vainilla alto en proteínas y 1 cucharada de zumo de lima.
Preparación Haga un puré de sandía en un procesador de alimentos o en una batidora. Pase la mezcla a un bol grande. Bata el yogur y el zumo de lima hasta que se integren. Vierta la mezcla a través de un colador de malla fina en otro bol grande, batiendo para liberar todo el jugo. Deseche la pulpa. Vierta en un recipiente metálico poco profundo ambas mezclas e integre todo bien. Congele unas seis horas o toda la noche, hasta que se solidifique. Saque el molde del congelador y déjelo reposar a temperatura ambiente durante cinco minutos que se descongele ligeramente. Rompa el helado en trozos pequeños y triture en un procesador de alimentos, por tandas, hasta conseguir un resultado suave y cremoso. Sirva inmediatamente o pase el helado a un recipiente y congélelo.
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