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Cuenta una leyenda europea que un joven se ahogó en un río después de haber cortado una florecilla con cinco pétalos azules. Antes de sumergirse entre las aguas, sus últimas palabras fueron: «no me olvides», y así es como se conoce a dicha flor desde ... entonces.
Esta historia es un ejemplo de la imaginación de los humanos, que durante siglos han nombrado aquello que les rodea basándose en su aspecto, su similitud con ciertas formas, el lugar donde lo encontraban o el uso que le daban. Las plantas son un claro ejemplo de esa costumbre. De ahí que en el mundo vegetal haya plantas con denominaciones de lo más variopintas (linterna china, flor cadáver, diente de león, labios de meretriz, nevadilla...).
«El nombre de las plantas, al igual que el de los animales, cambia de un lugar a otro. Es más, la misma planta puede llamarse de formas distintas en dos pueblos aledaños, así que ya no digamos entre las distintas regiones. Por ejemplo, en catalán, gallego o vascuence, el nombre de las plantas es completamente distinto que en castellano. ¡Imagínate como es entre los distintos países e idiomas!», expresa el investigador Ramón Morales Valverde, que desarrolla su actividad en el Real Jardín Botánico de Madrid, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Para evitar las confusiones, en 1731, el naturalista sueco Carlos Linneo estableció la nomenclatura binomial para clasificar a los seres vivos. Esta utiliza el latín como lengua de referencia y consiste en un conjunto de términos agrupados en binomios (dos palabras). El primero, con su letra inicial escrita en mayúscula, indica el género al que pertenece el ser vivo, mientras que el segundo corresponde al nombre específico de la especie descrita y va en minúscula. Todos los géneros, a su vez, están agrupados en familias, las familias en clases, las clases en tipos y los tipos en reinos.
Así, hoy en día, sabemos que dentro del género Cucúrbita —el que aglutina los tipos de calabaza que existen — encontramos especies como la Cucúrbita máxima (calabaza gigante), Cucúrbita ficifolia (la verde ovalada con la que se hace el cabello de ángel) o la Cucúrbita moschata (calabaza moscada).
Aun así, los nombres populares (o vulgares) aparecieron antes que los científicos y son los que seguimos utilizando en la mayoría de los casos. O mejor dicho, siempre que es posible pues, «aunque existen nombres científicos para todos los tipos de plantas conocidas, no todas tienen nombres vulgares, ya sea porque nos han pasado desapercibidas o porque no se han empleado para nada», explica Morales.
Un gran número de ellas han sido bautizadas según la forma a la que recuerdan. El diente de león, cuyas hojas tienen unos pequeños salientes que parecen dientes, es un ejemplo. Otro caso característico es el de las orquídeas, principalmente las tropicales, cuyos pétalos y sépalos se distribuyen de las maneras más sorprendentes. Las orquídeas grulla blanca (Habenaria Radiata), cara de mono (Dracula simia), patito (Gomesa bifolia) y hombre desnudo (Orchis itálica) son algunas de ellas. Hay otras especies, como la flor labios de meretriz (Psychotria poeppigiania), que evoca a unos labios rojos, o la linterna china (Physalis alkekengi), que simula uno de los típicos farolillos rojos de este país asiático, que también siguen esta pauta.
Otras plantas se han nombrado según el uso que los humanos han hecho de ellas, como la jabonera (Saponaria officinalis), que servía de gel cuando este aún no existían. También las medicinales, como las del género Hepática, que curaban los males del hígado; o las especies mermasangre (Agrimonia eupatoria), que permitía bajar la tensión y la hierba callera (Sedum telephium), que segrega una sustancia con la que se ablandaban los callos.
Un tercer conjunto es el de las plantas designadas según su origen o lugar en el que viven, como las alpinas, es decir, aquellas cuyo hábitat natural son las laderas de las montañas. «El Edelweiss o flor de nieve (Leontopodium alpinum), por ejemplo, recibe ese nombre porque brota en zonas donde tarda más en retirarse la nieve», cuenta Morales.
Algunas plantas también se han apodado vulgarmente por alguno de sus rasgos (olor, color, textura…). La flor cadáver (Amorphophallus titanum), originaria de las selvas tropicales de Indonesia, se llama así por el olor a carne podrida que desprende, un recurso que le permite atraer a insectos polinizadores. Las nevadillas (Paronychia argéntea), por su parte, reciben ese nombre por el color blanco de sus flores.
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