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Los recuerdos que espolean la nostalgia de María Sánchez son los de la lumbre del brasero, los cabreros llamando a la puerta de su casa a las once de la noche con la leche fresca con la que la familia de María hacía queso. «Yo ... era una niña y salía a recibirlos en pijama». Cuenta entre risas que sus fotos de bebé son «una cría de pañales entre cabras, como una cabrita más». Que, mientras su hermano y sus primos iban a la piscina, a ella le gustaba quedarse en la quesería que era el sustento de su familia en Las Navas de la Concepción, un pueblito de Sevilla donde no nació pero se crio –«nací en Córdoba porque mi padre sacó plaza en la universidad–.
María, veterinaria de campo de 31 años, lleva una vida «nómada» recorriendo los pueblos de España y reivindicando «la voz de lo rural»: «Ni paletos, ni catetos. El campo es patrimonio y cultura». También es la historia de su familia y de la de muchas que lo trabajaron: «A mi madre la quitaron de la escuela para ir a coger aceituna», un esfuerzo que María no quiere baldío. Ella pudo estudiar, ir a la universidad, vivir la vida de la que se privó a su madre. Aunque no ha encontrado en ningún libro enseñanza más grande que la que le han dado sus mayores.
Y de ahí viene ese anhelo que ha convertido en proyecto, un 'diccionario' de lo rural. Acaba de publicar 'Almáciga' (editorial Geoplaneta), un libro que acoge decenas de palabras ligadas al campo «que llevan demasiado tiempo a la intemperie». Por ejemplo, la propia palabra que da título a su tabajo, almáciga: 'Lugar donde se siembran y crían los vegetales que luego han de trasplantarse'. Es la definición de la Real Academia de la Lengua. Esa aparece, pero no otras que ha recogido la autora en sus conversaciones con su madre, con los pastores que encuentra al paso, con las señoras que le traen «anotadas en un papelito» palabras casi olvidadas, «lastimadas, moribundas... que no aparecen ya en el diccionario ni descansan sobre nuestras lenguas». Que se perderán pronto si no las recoge alguien y las «protege» para que «broten y cojan fuerza de nuevo», que es, en definitiva, para lo que sirve la almáciga.
El libro es un estímulo para el oído y en sus páginas se agolpan palabras que se antojan traviesas como jañiquín («momento de la mañana en el que se realizan labores antes de que comience a calentar el sol»), alpararia («la forma que tienen las ovejas de viajar de dos en dos cuando se estrecha la vereda») o petricor («olor cuando cae la lluvia sobre tierra seca»)... Se mezclan con otras que suenan rotundas: dorondón («campo 'blanco' tras la helada»), zarzulla («hambre, gusanillo en el estómago después del trabajo»), cudrial («terreno duro, seco y demasiado compacto que hace difícil cualquier tipo de labor»), chabanco («no aparece en el diccionario, pero tiene multitud de significados esparcidos por todo el territorio y se puede referir a un bache en un carril, al remanso en un río...»).
Ponemos a la autora en el complejo brete de elegir una palabra de su almáciga. Duda un poco... «¡Seher! Se usa para llamar al viento de las mañanas. Es una palabra preciosa, como un pequeño animal que duerme, como si al acariciarla escrita comenzara a latir, a respirar flojito, a susurrar, hasta convertirse en arrullo».
Galuta
«Es la cría del ciervo, se le llama galuta hasta que cumple un año. La imagen también hace referencia al 'encame', el lugar que eligen para pasar el día estos animales».
Torbar
«Dedicarle tiempo y entretenernos en el bancal arrancando las malas hierbas. Escardaremos si además de malas hierbas incluimos en esta tarea también a los cardos».
Truchar
«Suena como un verbo pez. No aparece en el diccionario pero se dice así cuando sin querer se meten los pies en el regadío. ¿Qué sería de nuestras huertas sin agua», reflexiona María.
Cascabillos
«Son las capuchas de las bellotas con las que jugué de niña. Mi madre usaba las bellotas a modo de dedal para proteger sus dedos al recoger aceituna porque no tenían guantes».
Marta
«En Aragón tener una oveja negra en el rebaño era una fortuna, una especie de amuleto. Creían que con esta oveja, a la que llamaban 'marta', no caería ningún rayo en su zona».
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