La felicidad sin deseo
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La madurez de 'En el estanque dorado'Amores de cine ·
La madurez de 'En el estanque dorado'Óscar beltrán de otálora
Domingo, 16 de agosto 2020, 01:27
La felicidad puede consistir en ir a buscar moras entre las zarzas y jugar al parchís con paciencia infinita. 'En el estanque dorado' es un clásico sobre el amor maduro y sobre la reconciliación con uno mismo y los demás. Toda la película transcurre ... en una cabaña en medio del bosque y a orillas de un lago. En cierta forma, se trata de un ensayo sobre la calma, la tranquilidad otoñal, la vida lenta, el equilibrio, la aceptación de la vejez... Incluso encierra lecciones para adolescentes: está muy bien ir por ahí a «morrear», pero tampoco está mal leer 'La isla del tesoro' en una mecedora.
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Se estrenó en 1981 y tuvo un excelente eco comercial, pese a competir en las carteleras con el imbatible Indiana de 'En busca del arca perdida'. Basada en la obra de teatro de Ernest Thompson, un actor en paro que decidió colocar en el marco de sus recuerdos de infancia reflexiones sobre el amor y el ser humano, cosechó tres Oscar cuando el productor y cineasta Mark Rydell trasladó la historia a la gran pantalla.
Uno de los secretos de su éxito fue el selecto elenco de artistas. La relación la sustentan los brillantes septuagenarios Henry Fonda yKatharine Hepburn, que dieron vida a Norman y Ethel Thayer, dos ancianos que se retiran a su cabaña en el lago Squam, en New Hampshire. Allí reciben la visita de su hija Chelsea (Jane Fonda), quien les presenta a su nuevo amor, un dentista divorciado y con un hijo, Bill Ray (Doug McKeon), que dejan a su cuidado antes de emprender un viaje a Europa.
Chelsea tiene cuentas pendientes con su padre, al que considera un egoísta incapaz de haberle apoyado en su vida. Transcurre el verano y, cuando ella regresa a recoger al jovencito, aprecia que Norman está cambiado. El hombre ha vivido durante ese tiempo pequeñas aventuras con el adolescente y se ha humanizado. Envejecido y enfermo, ha terminado por aceptar la muerte, y Chelsea comprende por fin que su padre tenga mejor relación con el niño que con ella misma. Se produce la reconciliación y el otoño cae sobre la cabaña.
«Es una película sobre dos personas que han aprendido a quererse a sí mismas y, al mismo tiempo, a su pareja. La felicidad para Norman y Ethel es cuidar y aceptar al otro. Tú eres tú y yo soy yo; ya no existe la presión del placer inmediato. Las pasiones son de otro tipo y el parchís puede ser la forma de alcanzar el éxtasis», explica la psicóloga, 'coach' y experta en cine y teatro Tonina Ferrer. «Es una pareja que ha aprendido a utilizar el humor para relacionarse», agrega.
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Esa comprensión del otro está llena de ternura. No solo se advierte en los gestos de los dos enamorados y en sus diálogos. También en el intento de protegerse y de explicarse. Cuando Chelsea se queja de que su padre siempre parece enojado con ella, la madre le aclara: «No está enfadado contigo, está enfadado con la vida». Y lo dice porque solo ella sabe que su esposo teme ahora perderse en el bosque, donde ya es incapaz de recordar los antiguos caminos, y que su corazón es un animal gravemente herido.
La relación entre padres e hijos, en ocasiones tensa y afilada, es un filón que Mark Rydell no desaprovecha. Chelsea se siente incapaz de mantener un vínculo sano con Norman, y él ha dejado de entender a su hija. «Todos somos, en cierto sentido, como matrioshkas rusas. A medida que vas abriendo las muñecas, destapas traumas que hemos sufrido a lo largo de nuestra vida. Y al final, en la última, aparece siempre el niño herido», reflexiona Ferrer. En su opinión, es precisamente esta figura la que hace que algunas personas vivan atrapadas en el pasado. Como le pasa a Chelsea, hasta que se reconcilia con su padre.
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La voluntad de entender es clave. El amor maduro en una pareja tiene uno de sus ejes vertebradores en la voluntad de comprender, sostiene la psicóloga Tonina Ferrer. «Cuando sabes entender al otro, conocer de verdad el origen de sus reacciones, sus miedos y sus aspiraciones, entonces se puede hablar de una relación madura», asegura.
Cuidar implica la ruptura del yo. Estar preocupado por cuidar del otro miembro de la pareja es indispensable. «Aunque de otra forma, es como cuando los padres velan por sus hijos -apunta la experta-. Se produce una ruptura del yo; eres tú y alguien más en la vida a quien tienes que desear lo mejor». La generosidad, en otras palabras, es una pieza básica para que el amor se mantenga.
Inspirar para que el otro crezca. En opinión de Ferrer, la tercera pata para asentar una relación madura es la capacidad de inspirar al otro para que sea mejor. «Es importante saber que la felicidad debe ser común, que el hecho de que la persona con la que compartes tu vida crezca también es bueno para ti. Ya no se trata de liderar ni de orientar; estamos hablando de acompañar a la otra persona en sus sueños, de hacer juntos un viaje por la existencia».
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