¿A qué suena el planeta?
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Ecología acústica ·
El hombre ha desafinado la sinfonía compuesta por naturaleza y animales¿Se imagina poder escuchar su ciudad tal como sonaba hace un siglo? El ruido de autobuses y tranvías, la llegada de un tren de vapor, las campanas de las iglesias, los timbres de las escuelas, los viejos teléfonos, incluso el afilador... Ha cambiado mucho. ¿Y un bosque? Podría parecer que apenas... El agua sigue corriendo de la misma forma por los ríos... si es que no se han secado. ¿El canto de los pájaros? Solo si los árboles siguen allí. Piense en el deforestado Amazonas, antaño una límpida sinfonía de aves e insectos, y hoy arrasado por estruendosas excavadoras y motosierras...
Bernie Krause (EEUU, 1938), músico, escritor y ecologista que introdujo en el uso del sintetizador a artistas como George Harrison, The Doors o Mick Jagger –además de participar en las bandas sonoras de 'Apocalypse Now' o 'Love Story'–, se lanzó un buen día a grabar la naturaleza por todo el planeta, registrando las 'voces' de más de 15.000 especies animales, muchas extinguidas ya... Tiene archivados los sonidos de 4.500 paisajes en diferentes puntos del planeta, la mitad de los cuales ha desaparecido. Pues durante 15 años se dedicó a fotografiar y grabar un bosquecillo en la Sierra Nevada de California, donde una empresa maderera había pedido permiso para talar árboles de manera selectiva, uno de aquí, otro de allá, para que la zona, eso prometían ellos, no sufriera grandes cambios. Las imágenes del antes y el después así lo atestiguaban: nada parecía haber cambiado en el paisaje visual.
«Pero sus grabaciones sonoras arrojaron un resultado sorprendente y totalmente distinto –desvela Javier Suárez Quirós, músico, profesor de la Universidad de Oviedo y responsable del Laboratorio de Sonido de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón. «Poco a poco se dejaron de oír grillos, ranas y pájaros, que llegaron a desaparecer paulatinamente. ¡Pero tú veías las fotos del bosque y era el mismo! ¿Qué puede aportar esto? Pues que hay cosas que no se ven pero se oyen». Imaginen al zorro que escucha los movimientos del ratón bajo la nieve para cazarlo... La actividad humana, máquinas trabajando cerca, podrían dejar al depredador sin su almuerzo. «Ocurre lo mismo en otro ámbito, la ecología acústica marina; las ballenas usan el sonido para sus tareas de localización, pero las distorsiones por la actividad marítima y su contaminación acústica causan trastornos que no vemos y ni siquiera oímos, pero que les impiden comunicarse, como suelen hacer incluso a miles de kilómetros de distancia».
Atendiendo a Suárez Quirós, se comprende la importancia de un concepto como ecología acústica, cuya paternidad se otorga a Murray Schafer (Ontario, 1933), compositor, escritor, pedagogo y ambientalista que definió el concepto de paisaje sonoro, por analogía con el paisaje visual, como el conjunto de sonidos que escuchamos en un momento determinado. Y desglosó estos en tres tipos: los provocados por los elementos sin vida de la naturaleza o geofónicos (viento, mar, lluvia), los que emiten los animales o biofónicos (ladridos, las chicharras, un grito humano) y los que se derivan de nuestra actividad o antropofónicos (fábricas, coches). Según Suárez Quirós, «aquello supuso una ruptura total con la tradición de Occidente, donde el estudio sonoro solo hablaba de música, partituras, enciclopedias... Pero nunca medía la manifestación sonora que nos acompaña siempre, sin poder evitarlo, porque no tenemos párpados en los ojos».
Durante milenios, solo existieron los dos primeros tipos de sonidos, «pero –explica el profesor– desde la industrialización, allá donde vayas hay un nuevo agente: ruidos de máquinas y medios de transporte, y más aún cuando las ciudades crecieron de tamaño y se dieron cuenta de este tercer invitado. Así, hoy los paisajes sonoros no están tan regidos por los dos primeros, sino por el tercero, que se intenta imponer».
Así, hace 50 años, los fonografistas, grabadora en mano, empezaron a desplazarse a selvas tropicales, desiertos agrestes, la Antártida... para conocer las poblaciones que habitaban en los ecosistemas naturales, algo que antes se hacía solo con fotos, mapas visuales, gráficas... pero que desde aquel momento incluyó el paisaje sonoro que emitían esas poblaciones como seña de identidad. «Ahí nació la ecología acústica, para obtener información ecológica a través de este estudio», informa Suárez Quirós.
Hoy en día, esta disciplina pretende convertirse, por un lado, en un indicador del cambio climático «porque puede aportar mucho sobre quién y cómo está perturbando», y, por otro, se centra en la irrupción de la antropofonía y sus efectos en el ámbito urbano, «especialmente en las ciudades, con la influencia terrible y tremenda que tiene sobre nosotros». Explica el experto que la mayor parte de la literatura sobre el tema está destinada a entender el paisaje sonoro de las urbes, los vecinos molestos con el bar de abajo, una ruidosa calle comercial... «El sonido es mala prensa para las ciudades, pero para nosotros es un recurso, algo que hay que preservar y gestionar. Hace décadas, tirabamos toda la basura al mismo contenedor hasta que empezamos a gestionar los desperdicios, porque ahí hay riqueza si la sabes gestionar,. Y con el sonido pasa igual, pero no se ha producido aún este salto».
Se refiere a la situación acústica «enferma» de nuestras ciudades, donde somos demasiado permisivos con los niveles sonoros: «Vemos normal gritar en los bares y hay mucho por hacer, por sensibilizar, porque es una consecuencia con la que hay que vivir». En ciudades como Gijón, de más de 250.000 habitantes, es obligatorio confeccionar mapas de ruido para medir la intensidad del sonido en un momento dado, aunque, según el experto, se trata de una foto de un instante y centrada en un aspecto únicamente.
«Hay centenares de miles de denuncias en comisarías en Europa por ruidos molestos que con la ley en la mano no tienen sanción. Porque hay ruidos que no llegan a alcanzar los límites, y quizá es un golpeteo constante que no es intenso, pero puede ser molesto». Por ello, considera que esos mapas incurren en un «reduccionismo y, además, no todo el mundo percibe el sonido de igual manera, no es lo mismo el oído de un chico joven que el de un anciano».
A partir de aquí, se genera entonces una oportunidad de negocio, porque este es un recurso a gestionar para mejorar la vida. Hablamos de consultorías de ecología acústica limpia en edificios, industrias, instituciones, colegios, en las calles del barrio... «Empresas para ayudar a hacer más amables los sitios donde hacemos nuestras vidas, a configurar el espacio urbano y el de nuestras propias casas, pues en algunas no te oyes de una punta a otra, y eso se puede arreglar, no hay que pensar solo en los metros cuadrados», advierte SuárezQuirós.
Aparte del lado funcional, también hay que cuidar el estético, y de la misma forma que hay esculturas visuales, las de toda la vida, existen las sonoras. «En Gijón tenemos el 'Elogio del Horizonte' de Chillida y, si uno se mete dentro en días de mar agitada parece que estás en medio de las olas». Pone también el ejemplo de Zadar (Croacia), donde en la zona portuaria tienen un órgano hidráulico con tubos que dejan entrar el agua y lo hacen resonar.
Considera el experto que el patrimonio histórico debería incluir un inventario sonoro, «pues es interesante ver cómo distintos tipos de sonido pueden provocar distintos comportamientos. Los sonidos dan sensación de lugar, las campanas, el sonido de la sirena del colegio... Sería fantástico poder escuchar cómo sonaba un autobús o un tranvía hace un siglo. Por eso animo a salir a grabar a la calle, para que podamos comparar cómo sonaba nuestra ciudad en 1950 o cómo sonará dentro de un siglo. Ni siquiera se necesita un museo físico, solo crear un registro en una web, y que no lo alimenten las instituciones, sino también la gente con su móvil».
Opina que cuesta poco dinero que una ciudad sea 'friendly' en este sentido, y que eso incluso puede atraer al turismo, lejos del de las despedidas de solteros o el de botellón: «Apostando por elementos como el órgano de mar o la escultura de Chillida, y creando 'escuchatorios', una especie de observatorio en el que te dicen 'ven, siéntate aquí a escuchar y verás...'».
Propone Suárez Quirós utilizar la ecología acústica a modo de notario, ya que el equilibrio sonoro que había antes en los ecosistemas, «esa sinfonía, ya no es tan nítida. No es que la ecología acústica aporte soluciones contra el cambio climático, sino que hace una radiografía de cómo se están degradando los ecosistemas con solo escucharlos: «Un aumento en la humedad del aire, por ejemplo, hace que la velocidad del sonido cambie, y eso puede tener repercusiones en el apareamiento de ciertas especies que dejan de recibir con claridad las señales para ello. No desafinemos el mundo».
Así suena Gijón
Javier Suárez Quirós lleva años trabajando en el Laboratorio de Sonido de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón (http://arcadeviento.com/) http://escuchandogijon.grupoi3g.es/grabaciones
Escuche este molinillo
Es un museo web para los sonidos desaparecidos o 'en peligro'. Un teléfono antiguo, un walkman, una máquina de escribir, un molinillo... (www.conservethesound.de)
Pájaros y cazadores
Desde 1968, Bernie Krause viajó por el mundo para grabar, archivar e investigar la voz del mundo natural (www.wildsanctuary.com)
En Gijón, el Laboratorio de Sonido de la Escuela Politécnica suele organizar el 18 de julio, día de la Escucha Internacional –cumpleaños de Murray Schafer– una salida por la ciudad para grabar sus sonidos con los teléfonos móviles, algo que luego pasa a formar parte de un registro. «El mundo es una gran sinfonía que suena todo el rato y nosotros somos sus músicos, como los que estamos dentro del laboratorio junto a musicólogos, técnicos de sonido, diseñadores, otro tipo de investigadores... –explica Suárez Quirós–. Y hacemos labor de apostolado para descubrir a la gente esta interesante disciplina. En el paseo está prohibido hablar, solo hay que escuchar durante 15 minutos, y hay quien se queda asombrado; cosas que les parecían desagradables, escuchándolas bien ya no se lo parecen tanto. Es un placer el escuchar y hemos perdido el oído, lo tenemos olvidado».
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