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La lengua inglesa es un claro ejemplo del uso de la economía lingüística. Es decir, cuando los angloparlantes quieren nombrar algo, no se andan con rodeos. Cuanta más información aglutinen en una misma palabra, mejor.
Un ejemplo extraordinario es 'brexit', nacida de ... la fusión que Peter Wilding, director de la fundación europeísta British Influence, realizó con los términos 'Gran Bretaña' ('Great Britain', en inglés) y 'salida' (exit) y cuyo equivalente español es 'salida del Reino Unido de la Unión Europea'. Una palabra versus ocho. Por eso, no es de extrañar que nos guste tanto utilizar anglicismos, no solo porque queda más 'cool' (molón), sino también porque nos permite ahorrar saliva, ¡y tiempo!
Lo que a veces pasamos por alto es que el español tiene más recursos de los que nos imaginamos y que, aunque no las usemos, existen muchas palabras en el diccionario para designar objetos de la vida cotidiana a los que habitualmente nos referimos con más letras de las necesarias. ¿O usted es de los que utilizan términos como 'giste' y 'luquete' para designar la espuma de la cerveza o la rodaja de limón del gin tonic? La mayoría de la sociedad no lo hace pero, ¿por qué?
«Hay que considerar que el diccionario de la Academia no es un diccionario histórico, pero tiene profundidad histórica (hasta 1500), de forma que pueden aparecer palabras que se utilizaron mucho en siglos anteriores y que ya no se usan, pero que sirven para poder leer los textos clásicos del español», expresa Inés Fernández Ordóñez, lingüista y académica de la Real Academia Española (RAE). Aun así, hay quien no desiste en su empeño de recuperar algunos de ellos, mientras que hay casos en los que su empleo en libros, películas o canciones de éxito consigue rescatarlos del olvido.
Suele flotar en nuestros refrescos, pero pocos la llaman por su nombre. Sí, la rodaja de limón o naranja que se echa en la bebida (al vino, concretamente, según recoge el diccionario) para que tome de ella sabor se denomina 'luquete', y es tan bonita como poco frecuente escucharla. Su uso se concentra entre los siglos XVI y XVIII, según los corpus de la RAE, donde se pueden encontrar referencias como: «Urna de labor costosa, a tu cuerpo se promete, donde estés más celebrado que en el vino está el luquete», de la obra 'Donaires del Parnaso', de Alonso de Castillo Solórzano.
Cuando no la lleva parece pis. Hablamos de la espuma de la cerveza, cuyo objetivo, aparte del estético, es que el aire no entre en contacto con la bebida para que no se oxide. Dichas burbujas también reciben el nombre de 'cabeza', 'corona' o 'giste'. Este último término deriva del alemán 'Gischt', que se refiere a la masa de burbujas que se forma en la superficie de los líquidos, como el mar. También se cree que podría venir de 'jestuz', que en protogermánico –idioma ancestral del que derivan las lenguas germánicas– significa fermentación.
Si los cordones de los zapatos no tuvieran herretes entrarían mucho peor por los ojetes. Parece un pareado, pero precisamente esa es la función de las partes metálicas o de plástico que se colocan en la punta de los cordones o las cintas. También de las que salen por la capucha de las sudaderas o de los corsés. La primera referencia que tiene el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español (CNDHE) es de 1514 y la última de 1987, concretamente en la novela de Miguel Delibes 'Madera de héroes' (Destino). No es que nos pasemos el día nombrando estas cosas, pero nunca está de más conocer su nombre correcto.
Pocas abuelas habrá sin un acerico, esa almohadilla que parece un muñeco budú, siempre llena de alfileres. La primera referencia que contiene el CNDHE es de 1538, de un texto anónimo. La última está registrada en el Corpus del Español del Siglo XXI de la RAE. Es una comparación de la obra 'Miseria y compañía' (Pre-textos), escrita por Andrés Trapiello y publicada en 2013. Dice así: «El frío y el aire se le clavaban a uno en los mofletes como alfileres en acerico». Acerico también es «la almohada pequeña que se pone sobre las otras grandes de la cama para mayor comodidad», según la Academia.
Los niños utilizan los lapiceros constantemente para dibujar pero, seguramente ninguno, o muy pocos, saben cómo se llama la parte metálica que une la madera con la goma. Es la virola, que la RAE define como cualquier «abrazadera de metal que se pone, por remate o por adorno, en algunos instrumentos, como las navajas o las espadas», aunque también los lápices. Se ha adaptado al español del francés 'virole', que a su vez desciende del latín 'viriola', un tipo de brazalete masculino utilizado en la antigua Roma.
Quizás los músicos y guitarristas estén más familiarizados con este término que, seguramente, ha caído en desuso al sustituirse por otro más actual y extendido, 'correa'. Pero correas hay muchas, así que ¿por qué no usar tahali? El término es parte de la herencia lingüística que los árabes dejaron a su paso por España entre los siglos VIII y XV y se refiere a cualquier «tira de cuero, ante, lienzo u otra materia que cruza desde el hombro derecho por el lado izquierdo hasta la cintura, donde se juntan los dos cabos y se pone la espada». Como ahora no llevamos espadas, amarramos la guitarra y nos vamos por bulerías.
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