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La pandemia de covid-19 provocó restricciones sin precedentes a nivel mundial, eso dio lugar a cambios en la frecuencia y patrones de consumo de alcohol, especialmente entre los adultos jóvenes. Una investigación de la Universidad de León, liderada por Lorena Botella Juan, parte del grupo GIIGAS del área de Medicina Preventiva y Salud Pública, ha hallado cifras que constatan la disminución general del consumo de alcohol, sobre todo entre los bebedores ocasionales y sociales. Sin embargo, a pesar de esa disminución general, se detectó un aumento en el consumo de alcohol entre los usuarios de alto riesgo, incluyendo aquellos con síntomas depresivos, estrés, mala salud mental y/o que utilizaban el alcohol como mecanismo de afrontamiento.
La investigación ha llevado a cabo una extensa revisión sistemática sobre el impacto de la COVID-19 en el consumo de alcohol en jóvenes de todo el mundo, y que ya se ha publicado en la revista Public Health (Elsevier, Q1) es parte de la tesis doctoral de Lorena Botella, que será defendida en los próximos meses.
El trabajo se llevó a cabo según las directrices PRISMA y SWiM y se analizaron 28 estudios realizados en población joven de diferentes países de todo el mundo que permitieron hallar una disminución en el consumo general de alcohol, en muchos estudios, especialmente en Europa, se observó una reducción general en la prevalencia del consumo de alcohol, que fue más notable entre los bebedores ocasionales y sociales. La falta de contacto social fue una motivación clave para esta reducción.
Según explica la investigadora Botella-Juan «en total analizamos 28 estudios cuya metodología era similar y cumplían los criterios de inclusión de población joven y lo que observamos es que cuando se daban datos de prevalencia global de qué ocurrió, en la mayoría de estudios». Además, en aquellos estudios que desagregaban los datos de consumo según el perfil de los bebedores, que sobre todo estuvo medido con un cuestionario de identificación de trastornos de consumo de alcohol, «se vio que entre estos consumidores, que son un porcentaje menor del total, entre estos consumidores regulares y de riesgo, el alcohol había sido un mecanismo de afrontamiento del malestar y también aquellos consumidores que reportaban síntomas depresivos, estrés o ansiedad, habían declarado aumentar su consumo de alcohol durante la pandemia».
En cuanto al aumento de consumo en población de riesgo, fueron los hombres los que exhibieron un mayor riesgo de consumo problemático en comparación con las mujeres, Según Botella-Juan, es clave analizar las respuestas a situaciones tan extremas como la COVID-19 de forma desagregada según el perfil de los bebedores, especialmente entre los jóvenes, puesto que la prevalencia global podría enmascarar los comportamientos subyacentes de algunos perfiles ya que los bebedores regulares y de riesgo son un porcentaje menor del total de bebedores.
Botella-Juan realiza su tesis en el marco del proyecto uniHcos, un proyecto en el que participan 11 universidades españolas, y donde la investigadora también evaluó los cambios en el consumo de alcohol entre los estudiantes universitarios españoles durante la COVID-19, encontrando resultados muy similares a esta nueva investigación; por lo que parece que los jóvenes universitarios de España siguieron las tendencias del resto de países.
Entre los principales factores asociados al aumento del consumo de alcohol entre la población joven se encontró el deterioro de la salud mental, incluyendo síntomas depresivos y ansiedad, y estrés. El consumo de alcohol como mecanismo de afrontamiento del malestar psicológico fue un factor asociado también al aumento del consumo. Durante esta época, entre los bebedores las motivaciones principales para el consumo cambiaron, aumentando las razones para «afrontar» problemas o «evitar» emociones negativas y reduciéndose las de socialización. Entre los bebedores, no consideraron que tuvieran menor disponibilidad o dificultad en el acceso a la sustancia durante el confinamiento.
Estos resultados son similares a los cambios en los patrones de consumo de alcohol que se han observado en otros desastres naturales y eventos traumáticos, como el 11-S y huracanes. Por ejemplo, tras el atentado del 11-S en Nueva York, el consumo de alcohol aumentó entre los habitantes de esa zona, especialmente entre los que padecían trastorno de estrés postraumático, también se encontraron patrones similares durante los terremotos de Japón y los Huracanes Rita y Katrina de Nueva Orleans, entre otros. Estas tendencias similares durante otras catástrofes subrayan la importancia de abordar el consumo de alcohol de alto riesgo en la planificación de futuras catástrofes.
El estudio de la Universidad de León concluye que la estratificación por riesgo de consumo es crucial para comprender las diferentes respuestas frente a un evento catastrófico o estresante, ya que no todos los bebedores reaccionan de la misma forma. También se destaca que el perfil de riesgo pre-desastre es un fuerte predictor del consumo post-desastre y son los usuarios regulares con riesgo de dependencia los más vulnerables. Finalmente, los investigadores destacan que la prevención del consumo problemático desde la adolescencia y la juventud es crucial para poder reducir la carga global del consumo de alcohol.
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