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«El tren camina y camina, y la máquina resuella, y tose con tos ferina. ¡Vamos en una centella!». Así describía Machado en su poema El Tren, el sonido que hacía la máquina al arrancar en cada estación del país. Esta analogía entre el término «tren» y «tos ferina» fue una realidad durante años para muchos niños, nacidos en torno a los años 40, que recuerdan como respiraban el humo de aquellas máquinas con el objetivo de curarse de la tos ferina.
«Niños: uno, dos, tres ¡respirad ahora!». Así recuerda Delia, natural de la localidad de Cubillas de los Oteros, como comenzaba la orden de los mayores cada vez que arrancaba el tren en la estación. Eran finales de los años 40 y, situados en el andén de la rústica estación popular, decenas de niños e incluso bebés recién nacidos acudían cada vez que pasaba el tren para aspirar con fuerza sus vapores.
«Recuerdo como estábamos en fila y aspirábamos con fuerza todo el humo que salía al arrancar», explica la mujer de 81 años, que acudía junto a su madre y sus hermanos pequeños cada vez que pasaba el tren por su pueblo. El objetivo era prevenir o curar esta infección de las vías respiratorias causada por una bacteria y que en aquella época causaba numerosas muertes en todo el país, sobre todo en bebés de menos de 6 meses de edad, ya que aún no se habían comenzado a administrar vacunas contra ella.
Otra vecina de la zona recuerda como acudían madres con sus bebés «y les asomaban al andén para que les diera el humo», fruto de una creencia popular que consideraba que así iban a curarse de la enfermedad.
El motivo de esta creencia parece estar en uno de los componentes del humo: el azufre, algo que a día de hoy se utiliza en el agua de muchos balnearios con el objetivo de mejorar afecciones respiratorias, lo que puede establecer el vínculo y el origen de esta costumbre de la época que ahora parece tan disparatada.
«Aquel saludable vapor familiar...» Así se titulaba una nota en la Revista Todo Trenes publicada en el año 1926 y ya entonces se hacía referencia a esta misma costumbre llevada a cabo en diferentes puntos de todo el país. Se menciona como incluso se llegaba a pagar a los maquinistas para que permanecieran un tiempo parados y así se pudiera respirar el humo más tiempo.
Remedios populares que partían del desconocimiento y la falta de investigación médica que había en la época. Con o sin prescripción médica, estas prácticas ponían en riesgo la salud de muchas personas, obligadas a respirar sustancias para mejorar supuestamente su salud con la mejor de las intenciones, pero con dudosos e incluso peligrosos resultados.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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