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A bordo de una pequeña furgoneta y a golpe de bocina, José Luis anuncia cada mañana su llegada a cada uno de los más de veinte pueblos a los que reparte pan en León. Un sonido familiar para los vecinos, que salen de sus casas expectantes para proveerse de alimentos y socializar entre ellos, llenando así de vida y de olor a pan recién hecho las calles de pequeños municipios acechados por la despoblación.
Un trabajo «cada vez más complicado» por la falta de personal y las larguísimas jornadas laborales, pero de gran importancia para las personas que viven en el medio rural y no tienen otra forma de poder consumir productos de panadería frescos cada día.
Una jornada cíclica que parece no tener fin, ya que el panadero asturiano afincado en León se pasa las noches amasando y cociendo el pan y otros productos de bollería para después repartirlos en una ruta panadera que «sabes cuándo empieza, pero no cuando termina».
José Luis lleva en el oficio desde niño y desde hace cinco años es el panadero de Villamarco. Cada día recorre «unos 23 pueblos» de la provincia para hacer llegar a sus habitantes «pan fresco, palmeras, empanadas, napolitanas, bollos 'preñaos'… y casi todo lo que pidan».
El panadero hace hincapié en la dificultad para conseguir gente para trabajar en el oficio, que califica de «llevadero en los meses de invierno, pero muy complicado en verano». Esto se debe al aumento de población en los pueblos durante el periodo estival, que supone que cada parada de reparto «se alargue mucho más por las colas que se forman».
La jornada de trabajo de José Luis comienza cada día en torno a las 22 horas, cuando empieza a amasar y a preparar los productos que posteriormente horneará, para que a las 6 de la mañana esté todo listo para colocar en la furgoneta. Un pequeño vehículo que llena con doce cajas de pan «en las que llevo más de setenta barras», además de otros productos de bollería dulce o salada.
La ruta panadera comienza «en torno a las seis y cuarto de la mañana», aunque antes suministra pan a alguna gasolinera, y desde ahí comienza pueblo a pueblo hasta la hora de comer. «Matallana, Villacelama, Quintanas…» relata José Luis, enumerado cada una de sus paradas diarias, que suman un total de 290 kilómetros.
Hasta la pasada semana, José Luis hacía unos quince pueblos cada día, lo que suponía alrededor de 180 kilómetros. Sin embargo, tras el cierre de la empresa de Mayorga que había tomado el testigo de la emblemática Unipaco, el panadero de Villamarco tuvo que sumar unos ocho pueblos más a su recorrido, evitando así dejar sin pan a todos los vecinos de la zona desabastecida, pero incrementando en más de 100 kilómetros su trabajo.
Además de las largas jornadas de trabajo, José Luis destaca los problemas asociados a trabajar con un horno de leña durante tantas horas «algo que tienes que saber bien como controlar», ya que en ocasiones alcanza temperaturas muy altas y puede resultar peligroso si no estás familiarizado con su uso.
Además del pan de cada día, base de la alimento española desde hace siglos, José Luis lleva cariño y atención a los vecinos de la España vaciada. Pueblos que sin esa conexión diaria perderían aún más vecinos y por los que de momento, la bocina del panadero de Villamarco no va a dejar de sonar.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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