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Se dio cuenta de que estar en una oficina no era un trabajo para ella y apostó por emprender en el medio rural. Bióloga con un máster en Gestión de Ecosistemas, Elena González de Benito acaba de cumplir un año en su proyecto Granja Las Villanas, una pequeña explotación de gallinas camperas en Campillo de Aranda. Allí, 500 aves campan en una hectárea de terreno, en un proyecto que promueve el bienestar animal y busca convertirse en un futuro próximo en una granja polifacética.
«Al principio surgió todo como una broma sobre qué podíamos hacer y que no. Se puso sobre la mesa la posibilidad de una granja de gallinas y volvernos al pueblo y, finalmente, nos lanzamos». La granjera apostó por el pueblo de su padre y su abuela, Campillo de Aranda, donde empezó su proyecto desde cero. «Partimos de la base de que no teníamos absolutamente nada, hemos tenido que comprar la tierra, montarlo todo…», desvela.
El primer paso tras hacerse con la parcela fue intentar regenerar la tierra, «un reto que nos está costando porque estaba bastante quemada de los cultivos de secano». Así se empezó con la granja de gallinas para producir huevo campero de «muy alta» calidad. «Hemos plantado árboles, hemos puesto pasto… Trabajamos el bienestar animal, están desde por la mañana en libertad en un espacio de una hectárea, viven en un amplio gallinero y respetamos totalmente los ciclos de luz o de alimentación que no les falte, tampoco el agua, que estén lo mejor posible», detalla Elena González.
La comercialización de los huevos se hace a través de la página 'on-line' de la granja, también vía teléfono, WhatsApp y a vecinos de la zona. Entre las ventas 'on-line', destaca la gran demanda de producto de la Comunidad de Madrid, donde se hacen los repartos una vez a la semana. «Tenemos clientes fijos y puntuales. Los compradores fieles dan cierta estabilidad porque la lista de compra es variable cada semana». Un producto que se sirve extrafresco, del mismo día o del día anterior, y que es prioritario moverlo rápido a través del reparto. Por ello, la subida de los carburantes ha afectado especialmente al proyecto, aunque también el incremento del precio de los piensos.
Ante la pregunta de cómo se siente tras la vuelta al pueblo y la incursión en el mundo rural, Elena responde estar «encantada», aunque confiesa que se trata de un trabajo duro con «total dedicación, muchas horas, todos los días, llueva, truene, haga viento, sean domingo o lunes… No repercute en el precio todas las horas que echas». En esta línea, confiesa que ha conocido de cerca la sabiduría del dicho: «No es lo mismo vivir en el campo que vivir del campo», siempre insistiendo en que, desde su vivencia, el resultado es «muy satisfactorio».
A pesar del saldo positivo, la granjera no esconde las trabas que se ha encontrado a lo largo de este camino, por ejemplo, en el ámbito de buscar ayudas y financiación. «Aunque he pedido subvención como joven agricultora, es muy restrictivo y te obliga a que sea una sola persona la que trabaje en la explotación, porque no llegamos a los cupos que nos piden ellos.
Y manda un mensaje para todos aquellos que no aprecian el trabajo en el sector primario y actúan como que los productos nacen en el supermercado. «Les animo a venir a vernos para que tomen verdadera conciencia de que no es lo mismo una granja de miles de gallinas en jaulas que una granja de gallina campero, como la mía, respetuosa con el entorno y que busca mejorar las condiciones del medio en el que se instala».
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