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Hace años era una práctica que no se baraja, o incluso estaba prohibido por el reglamento de algunas zonas de calidad vitivinícolas. Ahora, el cambio climático ha propiciado que el riego sea una opción al alza para el viñedo. Las zonas de regadío se han visto beneficiadas, mientras que donde no hay ese acceso se ha optado por las prospecciones para encontrar agua o el riego a través de cisterna. La superficie de regadío depende de zonas de calidad. Mientras que en Ribera del Duero es testimonial, en Rueda supera el 80%. A pesar de ser un cultivo eminentemente de secano, la limitación de la disponibilidad de agua por el desplazamiento de las estaciones del año, los fenómenos extremos, el aumento de las temperaturas y la disminución de precipitaciones ponen en riesgo la producción de la vid al dañar los cultivos, además de alterar la fecha de maduración de la uva. «Especialmente en los años 2022 y 2023 fue muy importante el riego. La situación ha cambiado mucho, hace unos años era impensable, ahora sobre todo para los viñedos viejos o recién plantados, se torna imprescindible», defiende un viticultor de Ribera.
Con el objetivo de mejorar la predicción de las necesidades de agua del viñedo y garantizar el uso sostenible del riego, Castilla y León, a través del Instituto Tecnológico Agrario (ITACYL) se ha integrado en el proyecto PRERIVID en el que participan también viticultores, bodegas y organismos de Galia y Comunidad Valenciana. Con una subvención de más de medio millón de euros, cofinanciados en un 80 % por fondos FEADER, y cuatro años de duración, la iniciativa buscará soluciones innovadoras al sector mediante el desarrollo de un riego de precisión recogiendo datos objetivos «a pie de parcela».
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