Ignacio Peyró pertenece a esa estirpe de escritores que combinan la buena prosa y la pasión por la gastronomía, en la línea de Néstor Luján, Álvaro Cunqueiro o Josep Pla. Acendrado conservador, católico admirador de Ratzinger y director del Instituto Cervantes de Londres, es de ... lo que creen que la cocina «es una de las mejores maneras de cortejar la felicidad». Este escritor y periodista ha hecho literatura de sí mismo con la publicación de unos muy leídos diarios, 'Ya sentará cabeza', y de unas memorias sobre el arte de la buena mesa, 'Comimos y bebimos', publicados ambos por Libros del Asteroide. Con prosa elegante y buen humor, Peyró relata su feliz trayectoria como cronista parlamentario. Cree que escribir discursos para políticos, como él hizo con la exministra Cospedal y Rajoy, es un buen entrenamiento.
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6.00 horas. Antes desayunaba dos huevos pasados por agua, pero ahora, como me resulta muy aburrido, me hago una tortilla, tomo un aguacate o algo de fruta y café. Me gusta tontear con el café. Voy probando distinto tipos. Desde que fui a Colombia y vi una hacienda cafetera, aquello me marcó profundamente. He llegado a la conclusión de que es un capricho que te puedes permitir. Sale más barato tomarte uno maravilloso en tu casa o en tu despacho que comprarlo fuera para llevártelo, que es lo que suele hacer la gente en Londres. No obstante, aquí es muy común quedar a desayunar, es una especie de gran rito nacional.
6.30 horas. Suelo levantarme bastante pronto, con lo que dispongo de un par de horas para mis cosas, que empleo para remitir correos pendientes y escribir. Puedo escribir rápido, pero me gusta demorarme. Ahora estoy preparando un libro de temática inglesa que si Dios quiere saldrá antes de fin de año.
10.00 horas. Todos los días a primera hora tengo una reunión con mi equipo del Cervantes, reunión que intento no dure más de media hora. Resulta provechosa para que circule la información.
13.00 horas. Al mediodía como cualquier cosa, circunstancia que me permite no salir demasiado tarde del trabajo. Cocino de manera limitada, pero me defiendo. Hoy todo se ha vuelto una gran conspiración para que no comas ni bebas, pero a mí me da igual. He descubierto que la gente más interesante lee, come y bebe. Es un coñazo estar alimentándote solo de proteínas, abstenerte de la comida como sacrificio a la pequeña máquina de la productividad, lo cual, con perdón, es una caca.
20.00 horas. Un día a la semana intento cenar solo; me lo tomo como unos ejercicios espirituales. Voy a alguno de los clubes que hay en el centro de Londres. Es muy agradable estar en ellos con tu libro o revista. Además, es un alivio que allí los móviles no estén bien vistos.
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15.00 horas. He dejado de fumar. Ocasionalmente me fumo un puro una vez al mes o así, dos como mucho.
19.00 horas. Hay calles de Londres que me gusta mucho frecuentar por sus librerías de viejo, como Cecil Court o Charing Cross Road. Algunas son una maravilla y el ambiente es encantador. En el este de Londres hay bares de vinos más canallas que son estupendos; visitarlos supone ir de excursión, pero merece mucho la pena.
23.35 horas. No, no duermo con una camiseta vieja de Quechua comprada en Decathlon. Me encantan las rayas, los pijamas de camisero, que además cuentan con una gran tradición cinematográfica. Después de este gran confinamiento he llegado a descubrir la importancia de una buena almohada, una buena manta y un buen pijama.
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16.00 horas. Hombre, mirar a alguna mujer en el supermercado no es para que me tachen de 'voyeur', espero que nadie me vaya tirar piedras por eso. La atracción sexual romántica o amorosa no ha sido hasta ahora abolida.
18.00 horas. Me encantaría ir al gimnasio, pero no he sido llamado. Lo he intentado alguna vez, pero con resultados catastróficos. Entiendo que el deporte es maravilloso para alargar la vida, pero también hay que tener prioridades. Entre una hora de gimnasio y una hora de estar leyendo, no tengo ninguna duda. Lo siento mucho. La única manera de cuidarme que tengo es ser moderado y moverme lo que pueda, pero tampoco matándome.
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23.00 horas. Antes de dormir procuro guardarme una hora y pico para leer. Y rezo, no todo lo que debiera, sin duda, porque tengo muchos pecados.
14.00 horas. Donde se ve la ramplonería no es en los periódicos, benditos sean. La ramplonería está en otros lugares, por ejemplo en la televisión. Lo digo sin alardear, pero yo la tele no la veo, esconde cosas muy perniciosas.
20.00 horas. Los viernes habitualmente me gusta cenar con alguien en casa o en un club. Es algo que suelo planear con detalle. Dedico mucho tiempo a recorrer webs raras para comprar vino. No suelo beber más de dos veces a la semana porque he de poner un poco de límite a la gordura. En el confinamiento ha habido tres palabras que eran maravillosas cuando llamaban por el telefonillo y avisaban: «We delivery wine» (traemos el vino), que es casi tan bonito como decir «te quiero».
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10.00 horas. Los fines de semana los dedico a leer y escribir, aunque en el fondo no paro. Una vez al mes exploro en la medida que puedo Inglaterra, pueblos hermosos como Winchester, Lincoln, St. Albans, Deal…, pequeñas ciudades que tienen su calle mayor, su catedral y hasta su tipo específico de salchicha. Cuentan con la ventaja de que no soportan una gran presión turística. Es una gozada conducir en primavera y verano por carreteras secundarias, aunque yo soy muy partidario del tren.
21.00 horas. Ahora escucho menos música. Hubo un tiempo en que ponía Radio Clásica, pero al llegar a Londres perdí la costumbre. Cada vez disfruto más del silencio monacal, del cual hemos tenido mucho en estos últimos tiempos en los que he experimentado una vida de cartujo.
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12.00 horas. Aunque no me gusta el deporte, 'El Confidencial' me ha ofrecido escribir sobre el asunto cada quince días, y a un periódico así no se le puede decir que no. Así que me busco la vida e incluso resulta divertido. El otro día me fui a un campo de croquet para aprender cómo se juega.
17.00 horas. Supongo que la pandemia va a matar la corbata. Confieso que a mí me agrada porque te permite mostrar una cierta individualidad, sin llegar a caer en una fiesta del ego tonto. Las hay muy hermosas. Les tengo cariño quizá porque ya en el colegio llevaba una.
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