Ultimátum desde la tierra

En pie de guerra. El sector primario ha estallado harto de cosechar males: bajos precios, subidas de costes, auge de productos extranjeros y el «desprecio» urbano. Los amotinados dan la cara. El pulso, advierten, va para largo

Domingo, 1 de marzo 2020, 00:48

Para que podamos llevarnos a la boca un plato de brócoli con un chorro de aceite de oliva virgen y unas chuletillas de cordero con un vino decenas de hombres y mujeres del campo deben movilizarse para preparar la tierra, cultivarla, mantener libres ... de insectos las plantaciones, los pastos y el ganado, engordarlos con abono, grano y agua, esquivar los caprichos destructivos del clima, recolectar los frutos y volver a empezar de nuevo. Un proceso exigente, vulnerable y minusvalorado que a menudo queda enterrado por el resto de agentes de una cadena alimentaria, que se ocupan de despiezar, empaquetar, etiquetar y colocar el producto en el mercado con un valor diez, veinte o treinta veces superior al que pagaron originalmente por él. Los bajos precios en origen, el incremento de los costes de producción, la «competencia desleal» de artículos de otros países o la amenaza de un recorte del 14% en las ayudas comunitarias agrícolas de los próximos años -suponen el 30% de sus ingresos-, sumados a la sensación de abandono por parte de una sociedad urbanita que contempla todo lo rural con desdén, han prendido la mecha de la indignación en el campo. De Huelva a Pamplona, pasando por Sevilla, Zamora, Santiago de Compostela o Murcia, a los agricultores y ganaderos de España no les salen las cuentas. Y no piensan devolver los tractores a las naves hasta que la ciudad respete y dignifique la mano que le da de comer.

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  1. Javier Ayechu | Ganadero de Carcastillo (Navarra)

    «Nos cargan el muerto del colesterol y del cambio climático»

Javier Ayechu llama a sus corderos a comer en su granja de Carcastillo. igor marín

Javier Ayechu, 57 años, habla de vez en cuando con Michigan. Allí vive y trabaja su hija, una ingeniera de altos vuelos. Bastante más cerca, en Zaragoza, su hijo remata la carrera de Historia. «Parece que le gusta la docencia», se duele. Todo apunta a que el oficio familiar se extinguirá con él. Cría corderos de leche y de ternasco de la Raza Navarra en Carcastillo, la puerta norte de las Bardenas Reales, el Arizona navarro y, también, una zona de ricos pastos comunales. Allí ha mandado estos días a engordar a su rebaño, 1.200 cabezas, todas hembras, donde pasarán los próximos dos meses. En la cuadra, la crías se alborotan cuando su pastor, un búlgaro, les suministra paja. «Esto sigue adelante porque uno, no debo un duro al banco y, dos, porque son dos sueldos poco más de mileuristas», asegura.

La cabaña bovina desciende sin pausa en España. «Si a finales de los noventa había 25 millones de ovejas en todo el país, ahora quedarán 15. La gente cree que se crían solas en el campo. Yo solo en alquilar los pastos tengo 14.000 euros al año. Entre la alimentación y los gastos de veterinario, cada cordero de leche me cuesta de media unos 56 euros».

Ayechu preside el Consejo Regulador del Cordero de Navarra, donde se parapetan 80 ganaderos y unos 60.000 animales. Desde allí intentan estimular un consumo que se ha desplomado en las últimas décadas hasta quedarse como un «producto para celebraciones». «Son muchos los factores que lo explican. Su precio, su menor aprovechamiento con respecto a otras carnes y también que los médicos y nutricionistas nos hayan cargado el muerto del colesterol, cuando el cordero que se come en España es pequeño y poco graso comparado con los de otros países, o que algunos ecologistas nos acusen a los ganaderos de maltrato animal y achaquen el cambio climático al consumo de carne», se revuelve.

Estas «leyendas negras» les han dañado, pero tal vez no tanto como la cultura del 'low cost'. «Nos creemos muy listos por comprar barato sin que nos importe un carajo el proceso que hay detrás de ese producto... Los franceses, por su parte, saben que si cuidan al campesino, éste seguirá produciendo buenos alimentos que, además, hacen país. Yo no sé cuantificar eso, pero yo sé que si no hay precio, se destruye empleo, se abandonan los pueblos y, entonces, adiós muy buenas».

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  1. Álvaro Cirauqui | Horticultor de Funes (Navarra)

    «No tenemos mano de obra por culpa de las ayudas sociales»

Álvaro Cirauqui selecciona una plantas de brócoli en un invernadero de Funes. igor marín

Cuando Álvaro Cirauqui, 44 años, tomó las riendas de las tierras familiares junto a su hermano, hace apenas dos décadas, se bastaban con sacar chispas a 5 hectáreas de tomate y a otras 6 de brócoli para salir adelante. Hoy los terrenos que destinan a esas plantas suman 110 hectáreas, una colosal expansión que les ha exigido una inversión millonaria en tecnología y el contrato de ocho trabajadores fijos. «Luego, la gente nos ve manifestándonos en nuestros tractores y dicen que vaya máquinas tenemos, que valen como pisos. No se dan cuenta de que no nos queda otra que comprarlas para estar en la rueda. Si no, te quedas fuera. A mí lo que me gustaría saber es qué otras empresas han tenido que multiplicarse por diez en quince años, como nosotros, para poder sobrevivir».

Ninguna otra comunidad produce más verduras congeladas que Navarra -la mayoría, para exportar- y Funes, en la Ribera Alta, es uno de los vergeles donde crecen con robustez espinacas, guisantes, habas, calabazas, patatas, pimientos del piquillo... Allí acaban de cerrar una de las dos cosechas anuales de brócoli, la hortaliza con mayor superficie de cultivo en Navarra; están a punto de terminar la de cardo; en quince días comenzarán a recolectar uno de sus vegetales estrella, el espárrago; y a mediados de abril emprenderán el «acolchado» de las parcelas para sembrar el tomate. «Aquí siempre estamos necesitados de mano de obra. Pero no la hay. En buena medida, por las ayudas sociales. Hace unos días vinieron cuatro marroquíes preguntando por trabajo. Lo encontraron, pero pedían un contrato de 400 euros al mes y el resto en negro. Es el máximo que pueden justificar que ganan para no perder el subsidio. Esto no puede ser. Aquí hay jornaleros que ganan 1.200, 1.400, 1.800 euros o más, limpios, diez meses al año», asegura Cirauqui, desde hace un año 'número dos' de la Unión de Ganaderos y Agricultores de Navarra (UAGN).

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La dificultad para encontrar quien recoja los frutos del campo es solo una valla en una carrera de obstáculos que llega hasta el etiquetado. «Encontrar espárrago de Navarra en la maraña de oferta de latas de un híper es un milagro. A las grandes superficies les interesa confundir al consumidor para que acabe comprando espárragos de Perú a un euro sin que lo sepa. La mayoría no lleva una lupa», ironiza.

  1. Abel Espinosa | Cerealista de Grajal de Campos (León)

    «Somos la moneda de cambio en el mercado internacional»

Abel Espinosa acudió el viernes con su tractor a la protesta celebrada en León. R.C.

Aquel día de hace doce años en que Abel Espinosa, el menor de una familia de tres hijos, le dijo a su padre que él seguiría su estela, le dio un «disgusto». Pero no había marcha atrás. La agricultura es «mi pasión». Desde entonces, ha visto crecer y madurar hasta en doce ocasiones sus cultivos -unas 200 hectáreas de terreno prestado y rentado para trigo, cebada, berza, alfalfa, girasoles y vides- y ha festejado once cosechas. En 2017, una sequía devastadora arrasó el 95% de sus fincas. «Por suerte, los seguros agrarios que tengo me ayudaron a pagar los préstamos y pude salir adelante. La cosecha de 2019 no ha sido muy boyante y las letras se acumulan. Hay que pagar maquinaria, rentas... apretado. Pasa de 100.000 euros lo que debo a los bancos. No conozco a nadie de la ciudad que con 32 años deba esa cantidad de dinero».

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Espinosa achaca en buena medida esa situación a un precio, el del cereal, anclado en los setenta. «O incluso más atrás. Mi padre llegó a vender trigo en esa época a 38 pesetas el kilo (0,228 céntimos de euro) y en 2020 estamos cobrando 27 o 29 (0,162 o 0,174 céntimos de euros) pesetas o menos con unos costes multiplicados en un 200% con respecto a los que tenía mi padre».

- ¿Cómo es posible que eso ocurra?

- Yo se lo explico. Los costes de producción en la Unión Europea son muchos más altos que en cualquier otro país del mundo. Estamos compitiendo con Argentina, Brasil, Marruecos, Rusia o los Estados Unidos, donde las extensiones de los cultivos son enormes, el gasóleo lo tienen prácticamente gratis, pueden usar cualquier fitosanitario para producir, no tienen controles de trazabilidad...

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- Eso les deja en inferioridad de condiciones.

- En un mercado global, eso nos deja fuera, pese a producir los alimentos más seguros. Son acuerdos de la UE para que determinados sectores industriales o textiles puedan vender sus productos en el exterior. A los agricultores nos usan de moneda de cambio en el comercio internacional. Y como vivimos gracias a las ayudas, nos tienen atados de pies y manos.

- ¿Hay solución?

- Competir con el resto de países en igualdad de condiciones. Si en España están prohibidos los transgénicos, ¿por qué los importamos? ¿Es justo?

  1. Miguel Girón | Olivarero de Andújar (Jaén)

    «Sobra aceite español pero seguimos importando de Túnez»

Miguel Girón comprueba el crecimiento los olivos de una finca de Andújar. R. C.

En la Campiña de Jaén, a los pies de Sierra Morena, se ha formado una suerte de tormenta perfecta que tiene a los olivareros subidos por los trujales. El oro líquido que hidrata la cocina mediterránea y otras, más allá de nuestras fronteras, se acumula en sus naves, devaluado y sin dueño. «Es muy fácil de entender: este año apenas se van a producir en España un millón cien mil toneladas de aceite de oliva, 700.000 menos que la vez anterior, cuando se batió un récord histórico. Pero lejos de que ahora, con una campaña tan corta, hayan subido los precios, están por los suelos porque comenzamos la recogida con un 'stock' enorme, de 750.000 toneladas. Para que se haga una idea, el consumo anual nacional es de 525 toneladas. Total, que si hace dos años la mayoría liquidó por debajo de 2,30 euros la botella, cuando el coste medio de producción en un olivar tradicional es de 2,50, hoy nos compran a 2,15».

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El hombre de los números es Miguel Girón, agricultor de Andújar, donde preside la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA) y, también, la cooperativa San Rafael. 300 olivareros llevan a su almacén cerca de 6 millones de kilos de aceitunas cada temporada con las que elaboran y comercializan algo más de un millón de kilos de aceite de oliva virgen extra Cerro del Cabezo. La situación se ha tensado tanto entre los productores que están rumiando organizar una marcha a Madrid y, entretanto, paralizar cualquier cisterna de aceite.

Por si el panorama no fuera de por sí lo suficientemente inquietante, desde los Estados Unidos, el presidente Trump se ha encargado de inyectar carga eléctrica a los nubarrones que se ciernen sobre el olivar de Jaén. Lo ha hecho encareciendo un 25% la entrada en el país de aceite de oliva envasado de origen español. «Esto ha sido un varapalo muy duro. Se había conseguido que en ese país se llegara a un consumo de 350.000 toneladas al año y, por primera vez, España había superado a Italia en suministro».

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«En teoría, la medida es un castigo a las ayudas que Europa dedica a Airbus, la competencia directa de la estadounidense Boeing. Ya me dirá qué tenemos que ver nosotros con la industria aeronáutica. En la práctica, es un ataque directo a la postura política del Gobierno central con Venezuela. Entretanto, eso sí, seguimos importando aceite a Túnez», se lamenta Girón.

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