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sergio garcía
Domingo, 9 de enero 2022, 00:10
La polémica no ha tardado en desatarse y eso a pesar de que la reducción de emisiones carbónicas a la atmósfera es un camino sin retorno sobre cuyo horizonte existe un compromiso más o menos generalizado. La propuesta de la Comisión Europea de considerar sostenible ... la inversión en energía nuclear y gas natural, sometida ahora a los países miembros y que para prosperar tendrá que pasar por un comité de expertos y ser aprobada, ha desatado una tormenta entre los que aseguran que medidas así esconden oscuras maniobras para 'lavar' actividades contaminantes y quienes sostienen que es imposible garantizar el abastecimiento sin mostrarse «flexibles» hasta alcanzar ese nirvana de cero emisiones a la atmósfera que, en el mejor de los escenarios, no llegará antes de 2050.
Dos meses después de la Cumbre del Clima de Glasgow, con las renovables cada vez más presentes y las centrales nucleares asomadas a su cierre, podría parecer que la enmienda planteada a la denominada taxonomía energética -referencias comunes para los inversores 'verdes'- nos pilla con el paso cambiado. La gran pregunta en este contexto es si resulta posible una transición efectiva sin el concurso de dos tecnologías que no gozan precisamente de buena fama.
Por un lado, la nuclear, que tiene ya fecha límite en España (2035). Cuenta a su favor con la ausencia de emisiones carbónicas, pero genera residuos peligrosos con una vida estimada de miles de años que nadie sabe cómo destruir y para los que solo cabe el confinamiento. Por otro, el gas natural, abundante sí, pero que, aunque inferiores al carbón sus niveles contaminantes, representa todo aquello con lo que se quiere acabar: los combustibles fósiles y la dictadura que ejercen sobre el actual modelo de consumo.
Nadie puede negar que el 'mix' eléctrico español tiene en la energía nuclear uno de sus actores claves. Aquí se producen al año 260 teravatios/hora, y 56 de ellos -el 21,5%- proviene de reactores. Hasta el año pasado era la principal fuente energética del país, desbancada ahora por la eólica. Ignacio Araluce, presidente del Foro Nuclear y exdirector de la central de Almaraz (la primera que echará el cierre en 2027), no alberga dudas al respecto. «La transición energética no puede prescindir de esta tecnología, y eso es así porque las renovables necesitan tiempo. A fecha de hoy, y pese a quien pese, no hay manera de cubrir toda la demanda si no es contando con ella».
Una realidad a la que no es ajeno nuestro país, que pese a rechazar la propuesta liderada por Ursula von der Leyen y pedir que estas energías no se sitúen al mismo nivel que la solar o la eólica, reconocía esta semana que la nuclear y el gas tienen todavía «un papel que jugar». «El Gobierno se pone de perfil, porque una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo», señala en este sentido Juan José Gómez Cadenas, profesor de Ikerbasque en el Donostia International Physics Center y autor del libro 'El ecologista nuclear'. A su juicio, «una transición realista necesita un 'mix' energético amplio y este sólo es razonable si incluye el gas natural, porque las renovables son por definición intermitentes y no siempre pueden satisfacer de inmediato la demanda».
Para Gómez Cadenas, «la propuesta comunitaria persigue que la energía nuclear vuelva a entrar en el partido como un jugador importante durante las próximas décadas, en buena medida por la presión de Francia que fía a esta tecnología más del 70% de su producción eléctrica y que reivindica sus cero emisiones para que la declaren 'verde'. Frente a ellos está Alemania, contrario desde lo ocurrido en Fukushima a construir más centrales. Acaba de cerrar la mitad de su parque (le quedan sólo tres) y depende más que nunca del gas natural para alimentar sus ciclos combinados».
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¿Está justificado este temor? Los ecologistas sostienen que sí, que por muy seguras que sean las plantas nucleares, las consecuencias de un fallo, por mínimo que sea, son dramáticas, un sentimiento que tiene eco en la sociedad. Para Araluce, sin embargo, ese rechazo es infundado y lo ilustra con un ejemplo: «Imagínese una tienda donde hubiera siempre un inspector de Hacienda, pendiente de cada asiento en el libro de cuentas. Pues eso mismo ocurre en España con el Consejo de Seguridad Nuclear, un organismo independiente que supervisa hasta la última decisión de un sistema donde todo es redundante para evitar precisamente que lo extraordinario sea posible».
Pero Araluce y Cadenas van más allá. Coinciden en señalar que «el cierre de las nucleares hace un flaco favor al cambio climático porque dispara el consumo de los combustibles fósiles». No son los únicos. Incluso desde las filas ecologistas hay voces como las del norteamericano Michael Shellenberger, artífice del 'think tank' Environmental Progress, o partidos verdes como el de Finlandia que vinculan una mayor emisión de gases de efecto invernadero a esta medida, «cuando lo que urge ahora -insisten- es descarbonizar la economía».
Quentin Aubineau, jurista del Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente, considera que esta no es una cuestión que se pueda contestar con un sí o un no, al menos mientras se espera el resultado de las consultas. A su juicio, la propuesta, que implícitamente aboga por la ampliación de la vida útil de las centrales nucleares y las instalaciones gasísticas, se enmarca en la definitiva erradicación del carbón y en la por ahora insuficiente capacidad de las renovables instaladas.
Pero no es un 'todo vale'. «Para que se consideren 'verdes' y puedan optar a estas inversiones -precisa-, esas tecnologías deben incorporar mejoras de seguridad que permitan operar con total garantía. «El debate está en si, por una parte, la energía nuclear causa perjuicio a otros objetivos ambientales como son la protección de la biodiversidad o la economía circular; y, por otra, si las menores emisiones del gas justifican su empleo cuando la UE pretende ser climáticamente neutra en 2050».
En Greenpeace son beligerantes con una iniciativa que no dudan de calificar de «paso atrás» y que, en su opinión, envía señales confusas al mercado inversor en un momento en el que todas las partes deben unir fuerzas para embridar esa subida de las temperaturas que de superar el 1,5º en el próximo siglo tendrá consecuencias dramáticas. Alicia Cantero, responsable del área de Política-Investigación de la organización ecologista, no admite medias tintas. «Etiquetar estas tecnologías como fuentes sostenibles es inaceptable, una farsa con la que 'lavar' la actividad de un oligopolio que sólo busca perpetuar su negocio».
21,5% del 'mix' eléctrico español proviene de las nucleares. Hablamos de 56 teravatios/hora de los 260 totales que se producen al año.
2035 Año en que deberán estar cerradas todas las centrales nucleares de nuestro país. La primera en hacerlo será Almaraz (2027) y la última, la de Trillo.
- Cinco centrales, siete reactores. España cuenta con plantas en Almaraz (Cáceres), Ascó (Tarragona), Cofrentes (Valencia), Vandellós II (Tarragona) y Trillo (Guadalajara). Las dos primeras tienen dos reactores cada una.
300 millones de euros anuales invierten las centrales nucleares españolas en su mantenimiento.
25 millones de toneladas. Es el volumen de CO2 que las plantas nucleares evitan que se vierta a la atmósfera de media al año.
Cantero no ignora que el gas todavía juega un papel importante y que ni esta fórmula ni las centrales nucleares van a desaparecer de la noche a la mañana. Pero recuerda que hay unos compromisos de reducción de emisiones que, «aunque no sean suficientes, están ahí para cumplirse» y teme que «el periodo de transición que marca la taxonomía -hasta 2045 en el caso de la energía nuclear y hasta 2030 en el del gas- será, precisamente, lo que va a impedir que se cumplan esos objetivos».
La activista advierte asimismo contra quienes están interesados en agitar el fantasma del desabastecimiento, «porque no lo hay. A lo que sí nos enfrentamos es a un encarecimiento por cuestiones geopolíticas. Ahora del gas, otras veces del petróleo, porque siembre habrá quien intente sacar partido. Una transición tiene que ser ordenada y debe guiarse por mensajes claros, y la 'enmienda' que propone la UE no los está dando».
Los ecologistas no están solos. Jorge Mario Uribe, profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universidad Oberta de Catalunya, es contundente cuando afirma que la citada transición sí es posible sin nucleares ni gases fósiles que enturbien el cambio climático. Y cita varias opciones, la primera complementar las fuentes intermitentes de generación basadas en el clima -como son el sol y el viento- con energía hidráulica, «lo cual es bastante conveniente para España que tiene abundancia de todos estos recursos». También apuesta por un mayor mayor desarrollo de tecnologías de almacenamiento de energía, «por ejemplo las basadas en la electrólisis del hidrógeno con energía fotovoltaica o eólica (hidrógeno verde) o en baterías, como las hechas de litio para vehículos eléctricos, aunque este mineral planteee sus propios problemas».
Para Uribe, el nuevo escenario exige financiar una mayor integración de la red de transmisión de potencia eléctrica, dentro y fuera de Europa, de forma que se diversifique el riesgo de generación del sol y el viento a través de diferentes ubicaciones geográficas. Lo óptimo sería «avanzar de manera simultánea en los tres frentes, ninguno de los cuales requiere nuevas inversiones en la generación nuclear o en modelos basados en gas».
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