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Aludió a ello Pedro Sánchez en la declaración del primer estado de alarma, allá por el 13 de marzo: «Tienen una misión decisiva». Y se ha vuelto a escuchar en diversas ocasiones. «Pueden tener la sensación de inmunidad porque esta enfermedad ataca más duramente a los mayores, pero ustedes tampoco están a salvo», dijo el presidente en junio. Ahora, inmersos en la segunda ola, los datos muestran que desde mediados de mayo los menores de 30 son un 33% del total de contagiados y antes eran un 7%. Entre los más pequeños la incidencia, que era mínima, se ha multiplicado por 70 desde el fin del primer estado de alarma. Así, entre la regañina y la súplica, parte de aquella generación perdida, los de la generación Z, los ninis, los millennials, los jóvenes de las últimas crisis vuelven a la palestra en mitad de la pandemia.
La Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica, en su informe semanal, especifica que el grupo con la peor evolución de la incidencia acumulada por semana desde el fin de estado de alarma es el de los jóvenes de 15 a 29 años. En la semana del 19 al 25 de octubre, la última consolidada, llegó a marcar 382 contagios por cada 100.000 habitantes, 100 casos por encima del total. Con los últimos datos del 2 al 8 de noviembre (provisionales) parece que la tendencia se invierte y se iguala al grupo de 80 años y más, cuya evolución es preocupante.
En general, en la segunda ola todos los grupos de edad pintan una curva similar, pero a diferentes alturas. Desde el fin del estado de alarma, el de 15 a 29 años ha pasado de 7 casos por 100.000 habitantes del 22 al 28 de junio a los 265,2 provisionales de la semana del 2 al 8 de noviembre. La cifra se ha multiplicado por 37, pero no es la mayor. El grupo de menos de 15 años ha pasado de 2,5 casos a principios de verano a 194,3. Son 70 veces más. Una franja de edad en la que se observa un pico a comienzos de septiembre, con la vuelta a clase.
Así, en un contexto en el que la edad media del contagiado, que era de 60 años antes del verano, ha bajado a 40, hay quienes llaman a no dar la parte por el todo.
Una de las imágenes de esta segunda ola ha sido la de Pablo Alcaide, el logroñés de 16 años, hijo de una limpiadora municipal, que convocó a sus amigos para revertir los destrozos de los vándalos en su ciudad. Ese «estamos hartos de pagar todos los adolescentes por un grupo» caló, casi como algo 'raro'. ¿Por qué? «Causa un gran impacto porque la imagen que tiene la opinión pública es hegemónica en torno a lo negativo», argumenta Almudena Moreno, doctora en Sociología, profesora en la Universidad de Valladolid e investigadora de la Red de Estudios sobre Juventud y Sociedad.
«Les estoy observando en la universidad y su comportamiento es impecable», advierte Moreno. «El problema quizá está cuando les ponemos en la calle con ese foco negativo y se ven imbuidos por ello». Y continúa: «Seguro que en los colegios mayores o pisos se reúnen y son un punto de contagio activo –los brotes en residencias de estudiantes son un 0,7% del total–, pero habría que preguntarse cómo hemos enfocado el ocio de los jóvenes… A lo mejor ellos son una copia del ocio que tenemos los adultos, copian un modelo y como son desafiantes del riesgo no les importa».
Botellones, residencias de estudiantes confinadas… Son algunos de los titulares que han trascendido, junto a la llamada a la responsabilidad. El propio Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, dijo que «hay mucho joven muy, muy sensato», pero que «todos hemos visto escenas de grupos de personas jóvenes, y no tan jóvenes, en las que las medidas de precaución no se están tomando adecuadamente».
En este sentido, Moreno opina que «el mensaje es que hay que controlar a los jóvenes», pero «sería más beneficiosa una política de concienciación en la que no solo se les culpabilizara, si no que se les hiciera partícipes». Un modelo que fomente que «la brecha en el pacto intergeneracional no se abra más todavía». Y critica que «parece que los jóvenes se ponen en el punto de mira de los asuntos públicos solo como víctimas o culpables», pero «no para decir lo que aportan». Habla de «un vacío en las políticas sociales, en la opinión pública, incluso en la investigación». Y con ello, avisa, «estamos denostando a un colectivo que en el futuro será el protagonista del diseño de la arquitectura social y política del país».
El porqué de la mayor incidencia del virus entre los más jóvenes es complejo. Óscar Sánchez-Hernández, doctor en Psicología en la Universidad de Murcia, explica que «los jóvenes, con edades entre 13-14 y hasta los 20 y pico, no se han terminado todavía de formar a nivel cerebral, no tienen todavía las estrategias emocionales para hacer frente a una situación como la actual de pandemia o estas son más inmaduras».
De hecho, la balanza vuelve a caer del lado del grupo de 15 a 29 años al comparar el porcentaje de contagiados. En términos epidemiológicos, en España hay un cambio el 11 de mayo, cuando entra en vigor la nueva estrategia de vigilancia de la covid. De esta fecha en adelante, los casos en esta franja de edad son un 21% del total, mientras que hasta el 10 de mayo eran un 6%. Entre los menores de 15 eran un 0,6% y ahora alcanzan el 12%. Todo ello en un momento en el que la detección es mucho mayor y teniendo en cuenta también que se presupone un mayor control una vez comenzaron las clases.
«Los adolescentes tienden al optimismo más ingenuo, están en una época donde se prueban cosas y es más difícil ver el riesgo. Si a eso añadimos las informaciones de que la mortalidad es menor en este grupo, puede afectar a su percepción de la pandemia», apunta Sánchez, coautor del programa 'Resiliencia y Bienestar: ¡Quédate en casa!', en el que se realizó una intervención psicoeducativa en el confinamiento y la desescalada para promocionar el bienestar y prevenir problemas emocionales. «Participaron 80 personas –con una edad media de 36 años y nivel socioeconómico medio (88,8%)– y evaluamos a otras 179 personas que no pasaron el programa. Entre estas últimas, encontramos que los más afectados eran los jóvenes de 18 a 24 años», detalla. Por otro lado, aquellos que desarrollaron las habilidades del programa, como seguir fuentes fiables de información y cumplir las medidas, tuvieron «mayor bienestar psicológico, más resiliencia, más facilidad de llevar la pandemia, mejor estado de ánimo y menos estrés postraumático».
Añade a ello Sánchez que «cuando no hay una buena gestión emocional lo que puede pasar es que tengamos comportamientos más inmaduros». Y ejemplifica algunos, como «beber alcohol como forma de anestesia emocional, ser más promiscuo, una negación de la realidad, no usar la mascarilla, no guardar la distancia de seguridad o acudir a fiestas donde no hay ningún tipo de medida».
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