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Cómo se contagia el coronavirus

Cómo se contagia el coronavirus

Esta historia visual repasa lo que ahora se sabe del modo en que se extiende el patógeno y cómo ha ido cambiando la manera de evitar infectarse

Martes, 23 de febrero 2021, 08:38

La manera de combatir la expansión del coronavirus ha ido cambiando al tiempo que la comunidad científica descubría nuevos detalles y confirmaba o desmentía las primeras sospechas. Al contrario que hace un año, cuando se dieron los primeros casos, ahora sabemos que no es necesario, por ejemplo, desinfectar las calles a diario porque es muy poco frecuente contagiarse por tocar una superficie contaminada. El comportamiento del protagonista de la historia que se presenta a continuación sirve para entender qué hacemos o podemos hacer en el día a día para luchar contra el patógeno.

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Se dirige al trabajo y sale de casa con una mascarilla quirúrgica, pero lleva otra higiénica para colocarla por encima en cuanto llegue a la oficina.

Ha leído en el periódico que es más fácil contagiarse en un lugar cerrado en el que coincide con más gente, como en la oficina.

Coloca la mascarilla de tela sobre la quirúrgica.

Y así ambas quedan mejor ajustadas.

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Para que la mascarilla cumpla su función es importante que quede bien ajustada y que esté seca. Las mascarillas quirúrgicas, las más comunes, no cumplen su función más allá de unas cuatro horas. Un estudio ha comprobado que un 2% de hueco del área de la mascarilla deja pasar el 50% del aire sin filtrar.

Ha presionado el botón del ascensor con la llave. Es una costumbre que adquirió en los inicios de la pandemia, cuando se pensaba que los fómites (objetos inertes que hace de puente para un patógeno entre dos seres vivos) eran la forma más común de contagiarse. Es verdad que uno puede infectarse por tocar una superficie en la que esté presente el virus -y llevarse la mano sucia a los ojos, la nariz o la boca-, pero ese tipo contagio es tan poco frecuente que apenas provoca la expansión de la enfermedad. Por eso es importante lavarse las manos frecuentemente, para cortar esa vía de contagio.

Ahora se sabe que el peligro de los ascensores está más en el hecho de que sea un espacio pequeño y cerrado que en que los botones estén contaminados. Afortunadamente, el tiempo que uno pasa en el cubículo es limitado, ya que el tiempo de exposición es un factor clave.

Las mascarillas evitan que las gotículas que proyectamos al hablar, respirar o cantar viajen por el aire y se posen en las mucosas de otra persona. Los virus que viajan en estas pequeñas gotas (de más de 10 micras) serían otra de las vías de contacto. Pero, por lo que se ha ido conociendo en este último año, no explican la mayoría de contagios, que se deberían a la concentración de aerosoles, que son las partículas de vapor de agua más pequeñas que también expulsamos al respirar.

Los aerosoles -las partículas más pequeñas que exhalamos- que flotan en el ambiente son la principal vía de contagio en la actualidad. Las minúsculas gotas de agua se evaporan, pero los conjuntos de virus quedan flotando en el ambiente. Son tan ligeros que su desplazamiento es muy difícil de predecir porque depende de corrientes y dinámicas de fluidos casi imposibles de calcular. Mientras están en el aire, los virus tienen capacidad de infectar durante algunas horas, pero se desconoce durante cuántas. Se sabe, en cambio, que sí depende de la luz y de la humedad del ambiente.

Durante los primeros meses se sospechaba que la vía más importante de transmisión eran las gotículas, que se combaten manteniendo la distancia social, además de con las mascarillas. Ahora se sabe que la exposición prolongada a los aerosoles que se concentran en lugares cerrados causa más infeccciones y tiene, además, la capacidad de provocar brotes en los que un solo enfermo contagie a bastantes personas.

La concentración de aerosoles en lugares sin ventilación es la principal causa de contagio. El enfermo, que habitualmente no sabe que lo es porque aún no tiene síntomas o no los va a desarrollar, expulsa con la respiración aerosoles en los que viaja el virus que se acumulan en el ambiente si el aire no se renueva. La mascarilla disminuye el riesgo de contagio, pero no es capaz de contenerlo si uno pasa mucho tiempo compartiendo espacio cerrado con un enfermo.

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En una reunión de cuatro horas en un lugar cerrado, sin ventilación, y aunque los asistentes lleven mascarilla, la probabilidad de contagiarse es del 80%

En el caso de una reunión de dos horas, si hubiera ventilación, la probabilidad sería del 20%

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Por eso, una de las maneras más eficaces de evitar la expansión del virus es ventilar los espacios para que los aerosoles se dispersen en el ambiente hasta alcanzar una concentración inocua. En cualquier caso, como no se sabe la «carga infectante» necesaria, no se puede concretar cuánta ventilación es necesaria exactamente. Por eso se aplican los cálculos necesarios para renovar el aire de una sala.

Para renovar el aire de un aula de un instituto, por ejemplo, sería mucho más efectivo dejar continuamente abiertas las ventanas, aunque no se desplieguen completamente, que abrirlas de par en par entre clase y clase.

Eso explica que sea mucho más difícil contagiarse al aire libre, al menos por medio de los aerosoles. Las mascarillas, además, evitan la proyección de gotículas.

Pero hay espacios que son más peligrosos de lo que aparentan, como las terrazas muy cerradas, en las que los clientes permanecen durante tiempos que pueden ser largos realizando actividades sin mascarilla, como comer, beber o, sobre todo, fumar.

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