Zigor Aldama
Shanghái
Viernes, 31 de enero 2020, 18:33
El coronavirus de Wuhan no da tregua. Cada mañana, cuando las Autoridades publican los datos recopilados durante el día anterior, el corazón de la población china da un vuelco. Este viernes, otro susto: el número de fallecidos se incrementó en 42 -la cifra más alta ... desde que se identificó el brote- y alcanzó los 213, mientras que el de infectados sumó casi 2.000 y coqueteó con los diez mil casos confirmados. Es una progresión mucho más veloz que la del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés) que entre 2003 y 2004 dejó casi 800 muertos. Por eso, el Gobierno insiste en continuar aplicando las draconianas medidas de cuarentena que afectan a la provincia de Hubei, epicentro de la epidemia, y en pedir calma y paciencia a la población.
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No obstante, algunas de las informaciones que corrieron este viernes como la pólvora en las redes sociales chinas no son tan tranquilizadoras. Ciudadanos de Wuhan publicaron fotografías en las que se ve cómo la escasez de material médico obliga a los sanitarios a protegerse con trajes confeccionados con bolsas de basura o con gafas de bucear. Aunque Pekín insiste en que cuenta con el personal suficiente para afrontar la emergencia sanitaria, y ha desplazado ya a más de 6.000 médicos y enfermeros a la zona más afectada por el coronavirus 2019-nCoV, los dirigentes locales reconocen que el desabastecimiento de elementos de protección es severo.
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Se nota en Shanghái, donde la mayoría de las farmacias advierte con una nota en la puerta de que las mascarillas y el líquido desinfectante se han agotado. Para evitar que el desabastecimiento se convierta en un peligro, ayer el Ayuntamiento anunció un programa que requiere de un registro 'on-line' con documento de identidad para acceder a un máximo de cinco mascarillas por familia, que serán distribuidas a cada individuo a la hora y en el lugar determinados por las Autoridades dependiendo del suministro. La capital económica de China también anunció consultas en red e informó de que 2.387 personas ya han pedido la opinión de un médico en el ciberespacio.
En cualquier caso, la propagación del virus y la escasez de medios no son las únicas preocupaciones del país. Zhan Qingyuan, responsable de Enfermedades Infecciosas del Hospital de la Amistad entre Japón y China, dio una mala noticia a las 214 personas que se han recuperado de la neumonía y que, por primera vez desde hace unos días, componen un grupo más nutrido que el de los fallecidos. «Habrán generado anticuerpos, sí, pero puede que no se mantengan durante mucho tiempo. Así que existe un riesgo de que vuelvan a infectarse», anunció. «Deben continuar protegiéndose como cualquier otra persona», advirtió, antes de pedir que se cancelen los tradicionales bailes de la tercera edad en plazas públicas porque considera que son un peligro.
En Singapur, los dirigentes están convencidos de que un peligro son todos los ciudadanos chinos, razón por la que esta isla del sudeste asiático fue incluso más allá de los países que han cerrado sus fronteras con el gigante asiático y decidió prohibir la entrada de todo aquel que haya estado en la China continental, incluidos los extranjeros que la hayan visitado en los últimos 14 días, desde la medianoche de mañana. Es la medida más drástica tomada hasta ahora fuera del país de Mao y tendrá un impacto claro en la ciudad-estado, porque recibe casi 3,5 millones de turistas de ese país cada año.
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«Nos va a hacer daño porque China es una gran fuente de turistas», reconoció el primer ministro, Lee Hsien Loong, que anunció esta medida inédita en Singapur. «Y me temo que el resto de la economía también se verá afectado, porque China está casi sellada y su crecimiento se ralentizará. Nuestra economía está muy ligada a la suya, así que hay que prepararse», advirtió. Pero el ministro para el Desarrollo Nacional, Lawrence Wong, explicó que la prohibición es necesaria para prevenir males mayores. «Dado el gran flujo de pasajeros entre Singapur y China, sería difícil evitar nuevos casos con otras medidas», justificó, subrayando que ya se han confirmado trece casos en la isla. Tailandia, por su parte, confirmó el primer contagio entre humanos dentro del país: un cliente infectó a un taxista.
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Mientras tanto, en China lo que preocupa es la gran 'operación retorno' prevista para mañana en gran parte del país. Hasta 400 millones de personas, sobre todo migrantes rurales, tienen previsto regresar a sus lugares de trabajo ahora que concluyen las vacaciones extendidas del Año Nuevo Lunar, y muchos temen que con ellos viaje también el coronavirus 2019-nCoV. No obstante, la mayoría confía en la responsabilidad y las medidas tomadas por el Gobierno para contener su propagación.
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Un viernes normal, a las 8:30 de la mañana, hay que dar codazos para entrar en el metro de Shanghái. Quien prefiera ponerse al volante, mejor que se arme de paciencia, porque los atascos en las futuristas autopistas elevadas de la capital económica de China pueden alcanzar dimensiones bíblicas. Ayer, sin embargo, apenas se veía un alma en el intercambiador de líneas de la estación de la Plaza del Pueblo, utilizado de media por un millón de personas al día, y los pocos usuarios del suburbano podían incluso sentarse lejos unos de otros. En las carreteras, por su parte, había asfalto libre de sobra como para ponerse a hacer trompos sin miedo a provocar un accidente.
Son los efectos secundarios del coronavirus 2019-nCoV. Concretamente, de las restrictivas medidas que ha tomado el Gobierno para prevenir su propagación y del miedo que ha provocado entre la población. La extensión de las vacaciones del Año Nuevo Lunar hasta el próximo día 9 -casi una semana más que en el resto del país-, y la escasez de mascarillas para protegerse, ha hecho que gran parte de los 24 millones de habitantes de la megalópolis solo salgan de sus casas para lo estrictamente necesario. «Yo llevo ya cuatro días encerrada», reconoce Haihong Pang, una joven oficinista que, como muchos otros, hizo acopio de víveres cuando se decretó la cuarentena en la provincia de Hubei, epicentro de la infección.
Los controles de temperatura son también habituales en casi todos los edificios públicos, y los privados han comenzado a prohibir el acceso de cualquiera que no sea residente. A quienes hayan estado en Hubei se les pide incluso que antes contacten con las Autoridades, y algunos vecinos se han tomado la cuarentena por su mano y les obligan a permanecer encerrados durante dos semanas, el período máximo de incubación del virus, trancando sus puertas. Un aspecto positivo está en la higiene, que se ha mejorado hasta alcanzar cotas obsesivas: en muchos edificios y urbanizaciones las zonas comunes se desinfectan con lejía cada pocas horas. «Toda medida es poca», afirma quien gestiona el portal de este corresponsal.
Pero la vida continúa, y, de vez en cuando, alguien sorprende a propios y extraños aventurándose al exterior sin mascarilla. «A mí no me va a tocar», debe de pensar. También hay negocios de barrio que se resisten a cerrar y que se convierten en imán de todo tipo de discusiones. ¿Se tendrían que haber tomado antes estas medidas? ¿Son excesivas? ¿Cuánto durarán? ¿Qué pasará con la economía? Hay muchas incógnitas, y respuestas para todos los gustos. Pero ninguna certeza. «La incertidumbre es lo peor, porque ahora mismo no podemos hacer ningún tipo de plan», se lamenta Pang.
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