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ANTONIO PANIAGUA
Viernes, 16 de marzo 2018, 19:57
Evelin Rochel es una prostituta colombiana de 42 años que hace uno se plantó. Reivindicó el derecho a descansar sin tener que ser penalizada económicamente y el jefe del burdel la echó. Trabajaba entre 12 y 18 horas al día y le dolían los pies ... por los tacones altos que llevaba. Como tenía que pagar 90 euros al día por la habitación en que se alojaba en el club Flowers, situado en Las Rozas (Madrid), creyó que era de justicia que pudiera hacer uso del cuarto que le arrendaba el empresario del sexo. También debía abonar los gastos por el uso de toallas y sábanas y cobrar diez euros adicionales al cliente por cada media hora que se demorase en la estancia. En caso de que se le olvidara pedirlo o el hombre se escaqueara, ella lo debía poner de su bolsillo. «Me dijeron que si quería descansar les debía pagar 120 euros, lo que para mí era una multa. Además, nosotras limpiábamos la habitación después de cada servicio. Y por si fuera poco estábamos obligadas a pedir permiso para ir al baño», dice Evelin.
A su manera ejerció de líder sindical e hizo que sus compañeras se amotinaran. Pidieron explicaciones y demandaron al empresario que rectificara, cosa que consiguieron a medias. Las nuevas condiciones para ejercer la prostitución se aplicarían a las nuevas pupilas, pero no a las antiguas.
«Pagaba por mi habitación, y por eso entiendo que tenía derecho a utilizarla para mi propio descanso. No me hacían caso y entonces decidí atrincherarme en el cuarto durante una semana. Al final me sacaron las colegas que estaban de parte de ellos. No se lo reprocho ni les echo la culpa. Eran niñas que estaban en las drogas o se emborrachaban».
A la vista de que la colombiana no cesaba en sus reivindicaciones, acabaron echándola. Evelin ha acudido a los tribunales con el amparo y la asesoría del Colectivo Hetaira, una asociación que lucha para que la prostitución se considere una actividad económica, con los consecuentes derechos laborales y sociales para las mujeres. Ha presentado en el juzgado una demanda civil contra el grupo empresarial que la «despidió», La Florida SL, propietario de varios clubes en España, y pide una indemnización «por daños morales» de 68.753 euros. Este viernes se celebrará un juicio que según Hetaira no tiene precedentes en España. Pese a que sabe de sobra que es muy difícil que el juez le dé la razón por las dificultades de demostrar la existencia de una relación laboral, Evelin no ceja en su empeño. «No quiero dejar de trabajar, me da rabia. Como les decía a las niñas, yo ya estoy perdida, pues de este trabajo es muy difícil salir. Considero que hago una labor social. Por eso merecemos tener derechos laborales como cualquier otro trabajador. Ser puta es bonito», argumenta.
- Pero supongo que habrá sido víctima de la violencia de clientes y proxenetas.
- He sufrido malos tratos, claro. Mi sangre ha sido regada por los puticlubes de este país. La sala es una especie de zulo que está enterrada en un sótano. En función del humor con que se levantaran ellos, así te trataban. Con los empresarios, no con los clientes, estoy en la posición del esclavo.
Este periódico ha tratado de ponerse en contacto con el club Flowers, que se presenta en internet como una «discoteca erótica», pero fue imposible que alguien ofreciera su versión de los hechos. La persona encargada de atender el teléfono dijo primero que se trataba de un hotel y a partir de ese momento ya nadie volvió a ponerse al aparato.
- ¿Por qué alega que desarrolla una labor social?
- Porque cuando me toca con un cliente de perfil pedófilo, por ejemplo, y recreo sus fantasías, lo dejo tranquilo y se olvida de las niñas. Considero que las he salvado. Por eso digo que ser puta es bonito.
Evelin vino a España con 23 años «por amor». Antes de dedicarse a la prostitución trabajó de camarera y limpió casas. «La relación no funcionó y decidí dedicarme a la prostitución. Entonces, en los años noventa, querían muchas latinas y brasileñas. Se lo dije al chico con quien estaba y me fui».
En el prostíbulo, se quedaba con el importe íntegro de lo que recibía de sus clientes. Según la asociación Hetaira, para evitar las inspecciones de trabajo, los dueños de los clubes evitan dar compensaciones a las meretrices por las copas que consumen los clientes. De ese modo se sortea «dar de alta a las profesionales como 'camareras de alterne'». Es lo que le sucedía a Evelin, que ha trabajado en otros clubes, como el Riviera -en su día conocido como 'la catedral del sexo'- en Castelldefels (Barcelona). El establecimiento cerró en 2009 por orden judicial después de declararse en concurso de acreedores.
Rochel vivió en la habitación 113 del club durante quince años. Los proxenetas la inducían a trabajar a destajo. «Te llaman, te dicen que hay clientes. Es una forma de presión. Aunque en teoría no estás obligada, al final no tienes más remedio».
Carmen Briz, portavoz de Hetaira, no conoce ningún precedente similar de este litigio. Cree que lo único parecido aconteció en 2001, cuando el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, con sede en Luxemburgo, declaró que «la prostitución forma parte de las actividades económicas ejercidas de manera independiente».
Evelin Rochel no se define ni como meretriz ni como prostituta, sino como una «trabajadora del sexo». En coherencia con esta percepción, pide tener derecho a las prestaciones sociales y sanitarias de cualquier español. «Antes que otro prefiero que me chulee el Estado. Yo quiero cotizar a la Seguridad Social. Si no trabajo porque estoy enferma, no cobro. Y en ese caso debía seguir pagando la habitación. Todo era como un coto de caza: para tener un cliente tenía que pagar», dice Evelin, que se expresa con elocuencia. «Me gusta leer filosofía», apunta.
De acuerdo con los argumentos de la organización en defensa de las prostitutas, el despido de Evelin «no vino respaldado por un finiquito, una indemnización o el derecho al paro». El paso que ha dado la denunciante supone romper con una puerta que «parecía imposible de traspasar».
Con mucha perseverancia, Evelin ha conseguido que algunas testigos comparezcan ante el tribunal. Es consciente de que el juez muy probablemente desoirá sus reclamaciones, pero todo el camino recorrido lo da por bueno. «Sé qué es dificilísimo ganar, pero si al menos consigo que la sociedad sepa lo que se esconde en su propia casa, me doy por satisfecha».
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