JOSEBA VÁZQUEZ
Miércoles, 24 de octubre 2018, 18:32
Si Pocahontas, la auténtica, la hija del gran jefe de los powhatan raptada por los colonos ingleses a principios del siglo XVII, levantara la cabeza... probablemente volvería a posarla, dispuesta a gozar de otros 400 años de paz, al comprobar disgustada la verbena política ... organizada en torno a su nombre por la verborrea incontenible y provocadora de un mandatario bocazas llamado Donald Trump. Porque fue el locuaz presidente de Estados Unidos el que adjudicó el sobrenombre de Pocahontas a Elizabeth Warren, senadora demócrata por Massachusetts que en 2012 afirmó tener raíces amerindias. Desde entonces, Trump ha negado siempre credibilidad al comentario de su rival política, a la que, en tono burlón, bautizó con el apodo de la indígena inmortalizada en varias producciones cinematográficas, incluidas las de la factoría Disney. En un ejercicio de ocurrente oportunidad, en noviembre del año pasado el magnate llegó a expresar que «tenemos en el Congreso una representante a la que llaman Pocahontas», ante un grupo de indios navajos homenajeados en la Casa Blanca como creadores de un código secreto de comunicación para el Ejército de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
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A esta mofa, tachada de «insulto racista» por la aludida, le siguió el pasado julio una bravuconada: Trump prometió que donaría un millón de dólares a la fundación elegida por Warren si esta demostraba con pruebas su ascendencia nativa. Ahora, la legisladora reclama ese dinero una vez revelado el resultado del examen de ADN al que se ha sometido. El informe, redactado por Carlos Bustamante, un prestigioso genetista de la Universidad de Stanford, ha hallado «pruebas sólidas» de que las raíces de la senadora, a pesar de ser «primariamente europeas», contienen también linaje nativo americano de un antepasado «de hace entre seis y diez generaciones». En otras palabras, el test evidencia la existencia de un ancestro indígena en el árbol genealógico de la política hace un máximo de 250 años y un mínimo de 150. También que por sus venas corre un 1,6% de sangre aborigen, en el mejor de los casos, y un 0,1% en el peor.
Es un porcentaje muy reducido, desde luego, pero en términos estrictos confirma las palabras de Elizabeth Warren, una de las figuras más progresistas del Partido Demócrata que, a sus 69 años, aprovechando la publicación del resultado de su prueba de ADN, ha recordado que medita «muy en serio» presentar su candidatura a las elecciones presidenciales de 2020, en las que Trump aspirará a la reelección. Es decir, que pudiera ser que al hombre del flequillo rubio platino le haya surgido su particular Barack Obama, quien marcó un precedente como primer ocupante del Despacho Oval con genes que superan la pureza blanca.
Lejos de amilanarse ante el resultado de la prueba de ADN, Trump ya ha dicho que no tiene intención alguna de pagar el millón de dólares prometido y que Warren pensaba donar al Centro Nacional de Recursos para Mujeres Indígenas. Muy al contrario, el líder republicano ha calificado a la senadora de «falsa» porque «con suerte puede ser nativa americana en un 1/1.024, mucho menos que el estadounidense promedio».
«Ni ellos la quieren», ha añadido el presidente en alusión a ciertas críticas recibidas por Warren de algunos sectores indígenas. Con anterioridad, la legisladora ha sido censurada por quienes consideran que ha difundido sus raíces indias para impulsar su carrera académica y su horizonte político, habida cuenta de los apoyos que algunas instituciones proporcionan a las minorías étnicas. Representantes de la Nación Cheroqui criticaron que Warren usara un test de ADN, lo que ellos no consideran como una evidencia de afiliación tribal. Algunos expertos entienden que la identidad indígena no está determinada por la genética, sino por los vínculos familiares, culturales, históricos y sociales de larga duración. «La apropiación cultural es lo más tonto que cualquiera puede hacer, pero especialmente un demócrata», opina Keith Gaddie, un politólogo de la Universidad de Oklahoma. «No me inscribo en ninguna tribu y entiendo que solo ellas determinan su ciudadanía, pero mi historia familiar es la que es», se defiende Elizabeth, nacida en Oklahoma, estado que alberga a 39 tribus y donde más del 7% de la población se identifica como nativa americana.
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«Espero que se presente a presidenta, porque creo que sería muy fácil de derrotar. Ella haría que nuestro país fuera Venezuela», ha espetado Trump, cuya misoginia le impide asumir con normalidad que una mujer pueda convertirse en la 46 ocupante de la Casa Blanca. Si el devenir político no lo impide, el dicharachero magnate siempre podría secuestrar a su rival. Como hicieron los ingleses con la auténtica Pocahontas en 1613.
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