Al llegar a la cárcel de Soto del Real, un condenado se enfrenta a un estricto protocolo de bienvenida. En el edificio de «ingresos» el preso recibe un kit de productos de limpieza y camina hasta la ducha, donde entrega su ropa. Durante su ... condena vestirá con comodidad: vaqueros, chándal, jersey, camisetas. Dos veces al mes podrá recibir prendas y zapatos llevados por sus familiares. No hay uniformes y podrá moldear sus cabellos a gusto. «Si traen su propia ropa, mejor», dice Luis Carlos Antón, director del Centro Penitenciario Madrid V, nombre oficial de la cárcel inaugurada hace 25 años a los pies de la sierra madrileña, como modelo de un nuevo sistema penitenciario enfocado en la rehabilitación.
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En esos primeros minutos, el prisionero, una vez identificado, escucha las normas de convivencia y los objetos prohibidos. Dentro de esas paredes y rejas altas, coronadas por alambres con concertinas, dejará de usar el móvil, ni volverá a conectarse a internet. Luego se somete a una revisión médica y psicológica. «Valoro el riesgo de suicidio, porque es un momento de mucho impacto», explica Teresa Castillo, psicóloga de Soto del Real, mientras a su lado pasa una veintena de internos que han salido del «colegio» y vuelven a su módulo. «El riesgo depende de la tipología del delito, de sus adicciones, de venir de una ruptura familiar o tener antecedentes de depresión».
Entre los 1.146 internos, repartidos en 1.008 celdas -con televisión, ducha, litera, mesa, silla y aseo-, los más propensos a intentar quitarse la vida son los que han cometido homicidio y agresiones de género o a menores, asegura Castillo, cuya primera pregunta que les hace es: ¿Qué tal estás? «Llegan al tercer día de detención. Han estado en un calabozo, con gran tensión y ansiedad, y están desesperados por hablar con alguien», dice. Después va al grano: ¿Has pensado en el suicidio? «La pregunta es clara y algunos dicen que sí. El suicidio siempre se produce en un momento de cierta euforia».
Esa noche el nuevo recluso duerme en el edificio de «ingresos», una finca de tres pisos, como todos los demás, de piedra clara y ventanas amplias donde los barrotes no desentonan con el paisajismo ajardinado y colorido. Las primeras horas siempre le acompaña un «interno de apoyo». Al día siguiente, tiene una cita con el equipo técnico, que le evalúa y asigna, según cómo lo clasifique, un lugar dentro del complejo.
En Soto del Real hay 17 módulos que van desde «una cárcel dentro de la cárcel», para aquellos de alta peligrosidad, como los proselitistas radicales, hasta el «módulo de respeto», donde conviven los condenados no conflictivos que aceptan firmar una especie de convenio de buen vivir donde se comprometen a acatar las resoluciones tomadas en asambleas. Ahí viven actualmente el exvicepresidente Rodrigo Rato, el extesorero del Partido Popular Luis Bárcenas, el expresidente del Barça Sandro Rosell y el exconsejero Alberto López Viejo.
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En las casi ocho hectáreas del penal se juntan, entre otros, casos de corrupción, yihadismo, violencia de género, robo con violencia, tráfico de drogas, hurto, terrorismo, homicidio. Entre sus particularidades está la protección de la intimidad de los internos «mediáticos». «Intentamos parar las imágenes de estos señores, que son pagadas por los medios de comunicación. Se hacen con microcámaras, móviles e incluso botones de espía. Intentamos que no se produzcan y, en caso que se hagan públicas, esclarecer los hechos».
En la conocida como 'cárcel VIP', no obstante, «todos los presos son iguales, sólo juzgamos su comportamiento aquí dentro», sentencia Antón, que viene de dirigir la cárcel de Burgos, una de las más antiguas del país. «Yo creo en la reinserción». El proceso de llegada descrito también ha sido el mismo para personajes de la política y las finanzas como Ignacio González, Jordi Pujol Ferrusola, Gerardo Díaz Ferrán, Mario Conde, José María Ruiz-Mateo, Miguel Blesa y los líderes del 'procés, encabezados por Oriol Junqueras. Todos se han enfrentado, en sus primeras horas, a las dos preguntas clave del equipo de psicólogos. ¿Qué tal estás? ¿Has pensado en el suicidio?
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Tiene 46 años y ha pasado 25 en prisión. No todos los años juntos. Su primera vez fue en 1992. Aficionado a la «fiesta», R. se enganchó a las drogas. «Con 17 años quería probarlo todo», dice. Lo atrapó la heroína. «Me relajaba. Todo fue muy rápido», recuerda en el módulo 14, donde viven los adictos con voluntad de rehabilitación. Columnas pintadas de naranja, rejas amarillas, patio deportivo, dos plantas de «habitaciones», como los internos llaman a las celdas, decorados de muebles de madera y plantas de vivero, que provienen de los talleres de la ONG Proyecto Hombre. Desde aquella primera condena por hurto a cuatro años, en una época en que el modelo penitenciario de Soto del Real no existía, R. pasó por Meco, Alcalá, Carabanchel, Valdemoro. Ahora, en prisión provisional, se despierta cuarenta minutos antes del recuento de las 8:00. «Esperamos duchados y arreglados», relata. «Abren la puerta un diez por ciento. Son automáticas».
Soto del Real tiene una plantilla de 640 empleados, entre ellos, Sonia -alta, delgada, rubia y grandes ojos verdes-, quien se ofreció voluntaria para trabajar en ese espacio que alberga a 40 presos en terapia. Ante ella, cada mañana, los detenidos asoman el rostro. Sólo en el módulo de respeto permanecen abiertas las celdas en las horas de descanso, excepto de noche. Casi todos los reos están en habitáculos individuales, hay sin embargo los que prefieren la compañía. En esta prisión un equipo sanitario de siete personas mantiene a raya el contagio de VIH y la hepatitis C. «Recomendamos los métodos barrera y el preservativo», asegura Miguel Martín, director del Programa Sanitario del penal. «Prescribimos la medicación para prevenir el día antes, una pastilla ante una situación de riesgo».
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Después del desayuno, R. se dedica a la jardinería. Cada uno tiene una actividad. Todas deben ser desempeñadas de manera voluntaria, incentivadas con el aumento de frecuencia en los 'vis a vis', por ejemplo. Otros estudian o trabajan en la cocina. A las 11:00 se relaja la norma durante media hora. Es tiempo del juego y del cigarrillo. Un café vale 23 céntimos en el economato, el tabaco «igual que en el estanco» y una lata de Aquarius, algo más de medio euro.
A las 13:00 se come. «La comida no es buena, ya podían estirarse un poco más», comenta una mujer que espera su 'vis a vis' en la entrada del recinto. Después de la siesta retorna una rutina similar a la matutina, que finaliza con la cena a las 21:00. «Nos adaptamos pero no nos acostumbramos», dice R. que en Carabanchel llegó a comparir celda con más de una docena de reos «Llega la hora en que te cierran la puerta y tienes que pasar la noche ahí».
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La condición humana en el encierro resguarda sus vicios, y busca resquicios para ganar y mantener cuotas de poder. Quien vigila a los grupos de delincuencia organizada en Soto del Real es un funcionario con 30 años de experiencia, 23 de ellos en esta cárcel. Una de las misiones principales de F., jefe del Servicio de Control y Seguridad, es el seguimiento de los yihadistas, unos siete en «régimen cerrado», cada uno en una celda con patio. «Es muy difícil reinsertar a un radical», opina. Ese aislamiento se denomina «primer grado». Se evita así la captación de otros condenados para incluso trasladarse a zonas de conflicto. «ETA es residual en este centro», afirma F. «Sólo hay provisionalmente dos etarras que están siendo juzgados para luego regresar ante la justicia francesa».
La alerta también se enciende cuando llegan grupos delictivos organizados. De las 60 nacionalidades reunidas tras estas rejas destacan los albaneses y georgianos, especializados en robos con violencia en viviendas. Los capos intentan mantener sus estructuras de poder y manejar el aparato desde mínimos teléfonos móviles que no son detectados por el arco de seguridad, explica F. «Se les separa para que no se hagan fuertes y creen grupos de extorsión a los otros internos».
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En un sistema que no tiene problemas de hacinamiento, las drogas (psicotrópicos, hachís y cocaína sobre todo) persisten. «En las cárceles es donde más consumes», dice A., un carnicero condenado por robo, toxicómano redimido y con más de tres años en Soto del Real. «Es más caro pero quien quiere lo puede conseguir». En Soto del Real el 'trapicheo' tiene dos formas, según explica F. Una de ellas empieza cuando el condenado comercia con la medicación de psicotrópicos, como las benzodiazepinas, que recibe por indicación médica. «La salud mental y las toxicomanías son los dos 'handicap' que tenemos», especifica Martín. «Muchas veces descubrimos patologías mentales. Por ejemplo, después de cometer un delito encontramos que sufren psicosis».
Durante las visitas familiares, los narcóticos también entran en la prisión. Durante los 'vis a vis', que duran dos horas, la pareja expulsa la sustancia y el reo se la traga. En esos casos, F. frena el regreso del interno y pide una orden judicial para hacerle placas en la enfermería. «Suele ser hachís y cocaína», dice. «La heroína es poca».
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De noche a veces se escucha un ruido de ventilador por la ventana. Los drones «han creado una nueva problemática», dice F., jefe del Servicio de Control y Seguridad. «Pueden llevar cualquier tipo de encargo desde fuera, ya hemos detectado varios vuelos». En Soto del Real ni están todos los famosos ni son tan importantes sus VIP pero sus instalaciones de balneario sin playa la alejan del estereotipo carcelario.
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