La pandemia en cuatro idiomas

Sanitarios españoles en otros países comparten sus vivencias durante estos tres meses de lucha contra el virus, lejos de los suyos, y sus momentos de «depresión», «miedo», «orgullo» y «soledad»

Domingo, 14 de junio 2020, 07:28

«No somos superhéroes». Joan Pons, enfermero catalán afincado en Inglaterra, rehúye la categoría a la que la ciudadanía del mundo, al unísono, ha catapultado al personal sanitario por su entrega, a veces a pecho descubierto, para combatir el zarpazo letal del coronavirus durante ... tres devastadores meses. No es falsa modestia. Simplemente, no se sienten así. Ellos tampoco estaban preparados emocionalmente para asumir una emergencia tan colosal y soportar el reguero incontenible de dolor y muerte que ha dejado a su paso. Han salido adelante, pero no están indemnes. La experiencia vivida ha sido demasiado impactante. Aún están conmovidos y agotados, tratando de digerir decenas de escenas y de situaciones que les llevaron al límite de sus capacidades. Y todavía no han regresado del todo de allí. Han salvado muchas vidas, pero en este viaje siniestro al que el Covid-19 nos ha llevado secuestrados y amordazados también han dejado parte de las suyas.

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En este tiempo han conocido, en sus formas más intensas, el abatimiento, el compañerismo, la impotencia, la vergüenza, la soledad, el agradecimiento, el abandono, la desesperación, la admiración y la desesperanza, emociones extremas que no siempre han sabido ni podido gestionar. Unos han estado en primera línea de la batalla, otros en segunda, pero todos han tenido que lidiar con la preocupación extra de tener a los suyos muy lejos y acechados por la misma amenaza.

Esa distancia también les ha permitido contemplar con otra perspectiva lo que ocurría en su país de origen desde sus respectivos destinos internacionales. Y comparar las distintas reacciones sociales.

La gaditana Marisol Ferreiro, miembro de la dirección médica en el Hospital Azienda Ospedaliera Universitaria Ospedali Riuniti de Ancona, en Italia; el cardiólogo cacereño Jesús Álvarez, investigador del equipo de Valentín Fuster, en el Hospital Monte Sinaí de Nueva York; el catalán Joan Pons, enfermero de UCI en el Hospital de Sheffield, en Gran Bretaña; y el malagueño Javier Gallego-Poveda, cirujano cardiopulmonar en varios centros sanitarios de Portugal, relatan desde sus países de acogida sus vivencias de la pandemia en cuatro idiomas.

  1. Italia | Marisol Ferreiro Directora médica en un hospital de Ancona

    «Cuando empezó todo hubo mandos que desertaron; me sentí sola»

En Ancona, una localidad costera de apenas 100.000 habitantes situada a 183 kilómetros al este de Florencia, «las cosas van mejor, pero están raras». Más que una percepción visual suena a los sedimentos ásperos de una experiencia que ella misma tilda de «apocalíptica». «He estado muy nerviosa y deprimida. Ha habido veces en que no sabía si sería capaz de seguir...», se confiesa.

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A finales de febrero, cuando llegó el primer caso de coronavirus al hospital Azienda Ospedaliera Universitaria Ospedali Riuntini, en el que trabaja como codirectora médica, intuyó que se avecinaba una hecatombe. Supo enseguida que estaba en lo cierto. «Algunos mandos del centro desertaron. Desaparecieron. A mí me encargaron la coordinación del grupo operativo y los primeros días me sentí muy sola. Recibía hasta 200 llamadas del personal que no sabía cómo organizarse allí, en casa, para solventar problemas administrativos, sociales, legales, para tranquilizar y a veces solo para consolar... Ha sido muy 'toccante', como se dice aquí».

Cuando se mira en las fotos se estremece al ver las huellas que el agotamiento ha cincelado en su rostro. Al principio, el hospital contaba con una docena de camas para personas infectadas, pero el feroz virus no tardó en reventar las costuras del centro sanitario referente de la zona. Tuvieron que recurrir a un hospital de campaña para habilitar espacio donde atender a una avalancha de enfermos. Recita sin titubeos el parte de guerra: 462 pacientes de Covid, más otro centenar que llegó a Urgencias, 81 fallecidos y otros 7 probables, y 100 sanitarios contagiados, muchos fuera de aquí, matiza.

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Los números no reflejan la cara de terror de los pacientes que ingresaban ante el estrés de unos sanitarios sin rostro, blindados en aparatosos trajes de plástico. Tampoco aquella caótica noche en que contó una cola de hasta diecisiete ambulancias con pacientes llegados de otras regiones del país esperando a ser atendidos, las discusiones entre el personal del hospital, la falta de información por parte de las autoridades, «la desesperación de no saber qué hacer».

«No olvidaré eso ni a mis colegas españoles envueltos en bolsas de basura. Pasé mucha vergüenza. Fue un escándalo. No sé cómo no ha habido dimisiones», enfatiza.

  1. Estados Unidos | Jesús Álvarez Cardiólogo en el Monte Sinaí de Nueva York

Hace justo un año Jesús hacía las maletas para dejar temporalmente su plaza de cardiólogo en el Hospital Sant Pau de Barcelona y embarcar en un vuelo a Nueva York para profundizar en la investigación cardiovascular junto a uno de los grandes, el catalán Valentín Fuster, director médico del Monte Sinaí. No podía sospechar que apenas nueve meses más tarde vería la bulliciosa ciudad que nunca duerme sitiada por un agente invisible y mortífero, vaciada, aterrada y presa del insomnio.

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«Recuerdo que el portero del hospital me hablaba del 11-S. Hubo muchas comparaciones en las primeras semanas, pero luego se vio que aquello tenía otra magnitud. A mediados de marzo, el centro sanitario estaban montando hospitales de campaña en los aledaños de Central Park. Era indescriptible, un escenario de guerra. Claro que pasé miedo, pero he tratado de mantenerme en mi papel de médico y ser lo más pedagógico posible para transmitir un poco de calma entre tanto dramatismo».

Mientras, el eminente cardiólogo español se las arreglaba, a sus 77 años, para dar la vuelta al gigante sanitario como si fuera un calcetín y acoger una tromba de hasta 2.200 contagiados. «Es una persona única. Desde el principio nos transmitió confianza y seguridad. No le ha temblado el pulso. Ha estado en primera línea, al pie del cañón. Cuando tienes un líder que te guía y te transmite confianza todo es más fácil».

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Colegas fallecidos

Pero, aun así, no fue tan fácil. «Ver a los compañeros caer ha sido muy duro. Vimos que éramos vulnerables. Algunos de ellos, colegas en Barcelona y aquí, ya no están», se duele. En paralelo, se producía un hecho inédito en la historia de toda la comunidad científica, enfatiza: «todos los investigadores aparcaban de manera conjuntas sus investigaciones para estudiar el virus, su comportamiento y tratamientos. Yo incluido. Y en un tiempo récord estamos avanzando mucho», dice esperanzado.

Hay muchas lecciones que deja la pandemia. Una de ellas, destaca Álvarez, es que «no hay que politizar cuestiones que nos afectan por igual. Yo no soy un defensor de Trump, menos como científico, pero no ha sido un problema de él, como tampoco lo ha sido de Sánchez o de Merkel».

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  1. Reino Unido | Joan Pons Enfermero de UCI en el Hospital de Sheffield

    «Un día, antes de entraren la unidad, sufrí un ataque de pánico»

«Un día, antes de entrar a la unidad, tuve un ataque de pánico. No me vi capaz de estar 12 horas allí. Cuando te pones un EPI, no puedes beber agua, ni ir al lavabo. Tienes que planearlo todo antes de ponértelo, porque cuesta dinero. Hacíamos turnos de 4 horas y luego parábamos media hora. Y vuelta a empezar. Llevas tres guantes y pierdes el sentido del tacto. Resulta muy difícil hacer así técnicas precisas. Con la mascarilla no te llega el aire y el que respiras está caliente. Si se escapa es que no hay buen sellado. Luego el visor y el gorro. Aquel día no pude. Mis jefes me apoyaron. Llamé a un servicio telefónico de soporte emocional. Me ayudaron a dar salida a mi ansiedad. No fui el único en llamar. Los sanitarios no somos superhéroes, somos humanos y los humanos tenemos que decir cuando no estamos bien, no hay que ocultarlo. Nosotros estábamos a diario con la muerte y eso te impacta. Yo ya no podía seguir acumulándolo. Necesitaba sacarlo fuera. Ahora he aprendido a escuchar mi cuerpo y mi mente».

El barcelonés Joan Pons acaba de disfrutar de una semana de vacaciones, lejos del Hospital de Sheffield, a unos 270 kilómetros de Londres, donde trabaja. Las ha aprovechado para desplazarse hasta la Universidad de Oxford y dejarse pinchar. Él y otras 10.259 personas se han ofrecido voluntarias para participar en la segunda fase del ensayo clínico que realiza esa institución académica en su carrera por alumbrar una vacuna contra el virus. Desde la inyección, hace dos viernes, Joan tienen que tomarse la temperatura a diario y enviarla vía app; tomar muestras de su nariz y de su garganta cada semana y remitirlas mediante correo certificado, y una vez al mes acude a que le extraigan sangre. Así, durante los próximos doce meses. Por ahora no tiene síntomas.

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Cuando contó en casa que después del confinamiento, del alejamiento físico de sus hijos para mantenerlo a salvo de un posible contagio y de la batalla librada en la UCI estaba ejerciendo de cobaya humana, se enfadaron. «La pandemia me ha afectado muchísimo en todos los sentidos, He visto en primera fila su crueldad y veo también cómo muchos vuelven a las calles como si fueran invencibles, sin protección. Quiero que 2021 venga libre del virus y eso solo es posible con una vacuna». Pons fue elegido en 2018 enfermero del año en Gran Bretaña.

  1. Portugal | Javier Gallego-Poveda Cirujano cardiopulmonar en Lisboa

    «Los portugueses se encerraron antes de quelo decretara el Gobierno»

A diferencia de España y de otros países, los vecinos portugueses parecen haber pasado de puntillas por la pandemia. El médico malagueño Javier Gallego-Poveda, responsable de la Unidad de cirugía cardiotorácica y vascular mínimamente invasiva, UMICS, por sus siglas en inglés, con la que da servicio a varios hospitales privados del país, conoce bien las razones. «Cuando la pandemia se desató en Italia la gente sacó a sus hijos de los colegios y se metieron voluntariamente en sus casas antes de que el Gobierno dijera nada. Las universidades cerraron, lo que provocó un debate porque algunas voces decían que era algo ilegal. A diferencia del español, el portugués es un pueblo más temeroso y menos confiado. De hecho, los pacientes dejaron de ir a las consulta por miedo a contagiarse, lo que ha derivado en un incremento de muertes por infartos en casa».

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Pero eso no lo explica todo. «Se compraron muchos tests, que resultaron válidos, y se han hecho de forma masiva. Es de los países europeos que más ha realizado. Tal vez porque apostaron por las empresas correctas para que los consiguieran, así como los EPIs». El cirujano mira al norte del país para explicar otro factor importante: la rápida reacción de las empresas textiles, que se apresuraron a cesar su actividad para ponerse a hacer equipos de protección individual, al igual que hicieron las firmas de ingeniería para fabricar respiradores. «Se temían lo peor, hasta el punto de que se prepararon hospitales privados para atender infectados y apenas se utilizaron. No fue necesario».

El efecto moderado del virus es, a juicio de Gallego-Poveda, una historia de suerte y de éxito. «Por la organización y la cohesión política. La oposición dijo desde el primer instante 'yo estoy aquí para lo que haga falta porque esto que ocurre está por encima de la política', lo que creo que es un ejemplo y que también ha sido importante pare contener la pandemia. Entretanto, en España, la guerra política seguía», se lamenta.

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Pese a todo, Portugal tampoco puede relajarse. Volcados en el turismo desde la crisis financiera de 2008, encara un futuro «muy incierto». Y el virus también sigue entre ellos. En los últimos días Lisboa ha registrado un nuevo rebrote con 385 nuevos contagios.

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