r.c.
LA SEMANA DE ALEJANDRO QUESEDO DEL VAL

El nuevo mundo se gesta en un fiordo

Destacado activista contra el cambio climático, este burgalés de 18 años, hijo de un funcionario de prisiones y de una desempleada, se prepara en un innovador y remoto colegio noruego para salvar el planeta

Domingo, 6 de diciembre 2020, 00:33

Antes de cumplir los 18 años presidió la Junta Directiva Infantil y Juvenil de la ONG medioambiental SEO/BirdLife y representó a España en la cumbre de jóvenes activistas contra el cambio climático, celebrada en Nueva York hace 15 meses. Recién estrenada la mayoría de ... edad cuando la covid parece haberse tragado la crisis climática, y con ella a Greta Thunberg, Alejandro Quecedo del Val (Briviesca, 2002) se prepara para virar el rumbo de un sistema «roto». Lo hace en Noruega, donde cursa el segundo año del programa de Bachillerato Internacional, becado por la organización internacional United World Colleges. Se ha ido allí con el encargo de la Unesco de coordinar, en sus ratos libres, el proyecto You-can, para fundir en uno el discurso de los jóvenes del planeta frente al desafío medioambiental.

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LUNES

Este no es un colegio al uso. Solo hay 17 en el mundo. Tienen como misión hacer de la educación la fuerza para unir personas y culturas por la paz y por un futuro sostenible. Somos 200 alumnos. Muchos aspiran a dedicarse a la política a través de las Relaciones Internacionales. Todos queremos propiciar un cambio. Estamos en Flekke, a 500 kilómetros al noroeste de Oslo, una zona aislada. La capital del distrito tiene 2.000 habitantes y el pueblo más cercano (situado a 40 kilómetros) 20.

7.45 horas. Salgo pitando de la cama para ir a clase. Empieza en 15 minutos. Comparto habitación con un sueco, un italiano, un danés y un haitiano (todos hicimos cuarentena al llegar y dos test). El curso pasado me tocó un sudafricano, un noruego y un afgano, Gulam. Aprendí mucho de ellos. Un día, preparando una charla para el Congreso Ibérico de Ornitología, estaba revisando el informe de riesgo del Foro Económico Mundial que advertía de que el potencial destructivo de la crisis climática era ya superior al de una guerra nuclear. Me quedé impactado pensando en cómo era posible que no hiciéramos nada. Gulam se percató. Su comentario fue demoledor: 'Mi país lleva décadas siendo bombardeado en una espiral de sangre y muerte. Hay miles de fotografías de ciudades destruidas y de gente sufriendo. Sin embargo, la comunidad internacional ha perdido el interés. ¿Cómo esperas que la gente abra los ojos ante un problema tan intangible como la crisis climática?'

12.30 horas. Tenemos 40 minutos para comer. No es un buffet de cinco estrellas y eso me ha ayudado a eliminar la carne de mi dieta. Soy vegetariano. No estricto. El queso es mi punto débil.

MARTES

8.00 horas. Clase de historia. Es la asignatura que más me hace disfrutar. Matemáticas, la que menos. Soy cien por cien de letras, un enamorado de las humanidades. Voy a estudiar Filosofía y Literatura Comparada. Hay gente a la que le choca. El gran error que estamos cometiendo con la crisis climática es abordarla siempre desde la ciencia. Fracasamos en preguntarnos las causas. Tenemos que ir más allá del CO2 y darnos cuenta de que el problema es el sistema, uno muy agresivo que nos sumerge en una burbuja de privilegios que sacrifica el bienestar de las personas de los países menos desarrollados. Necesitamos filósofos y sociólogos que presenten sistemas económicos alternativos compatibles con la ecología y que piensen en cómo llegar ahí mediante una transición que garantice la justicia social y la equidad.

14.30 horas. Me voy a hacer escalada. Es una actividad optativa. Nos supervisa un profesor. El colegio está en medio de un fiordo, así que hay muchas paredes. Subirlas es como una droga. Estar ahí arriba, pegado a la roca, con un frío de narices, contemplando esos paisajes tan sobrecogedores, me hace sentir que no necesito nada más.

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MIÉRCOLES

8.00 horas. Clase de dirección de teatro. Me gusta mucho. Antes de la pandemia íbamos a Bergen a ver obras y exposiciones de arte, pero ahora están prohibidas las salidas y las visitas. Aun así me siento un privilegiado. Puedo abrazar a mis amigos y no tengo que llevar mascarilla. Noruega no las exige.

14.30 horas. Participo en un proyecto que pretende converger arte, sostenibilidad y crisis climática. Tratamos de desarrollar narrativas más efectivas para concienciar a la gente sobre esa cuestión. Lo hago con otros dos estudiantes. Una es hija de un alemán y de una mujer de Ghana y la otra, de un marroquí y una alemana. Al llegar aquí esa combinación increíble de sangres me parecía algo genial, porque representa la convivencia pacífica entre culturas. Pero para ellos supone un desarraigo tremendo. Yo agradezco saber de dónde vengo.

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18.00 horas. Skype con el grupo de trabajo de la Unesco. Somos 15 personas repartidas por el mundo. Pretendemos unificar el discurso de los jóvenes del planeta sobre el cambio climático. El potencial que lograríamos sería enorme.

JUEVES

14.30 horas. Me reúno con el grupo de Amnistía Internacional del colegio. Desarrollamos campañas para sensibilizar sobre la violación de los derechos humanos.

17.30. A cenar. Una ensalada y corro a la habitación a escribir. Estoy terminando un ensayo sobre la crisis climática. Hace un año publiqué 'Cuatro meses en el infierno' (Círculo Rojo), una novela histórica sobre la Guerra de la Independencia contra los franceses.

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18.00. Hablo con mi familia. Mi padre es funcionario de prisiones. Mi madre trabajó en una fábrica textil y como auxiliar de enfermería, pero ahora está en paro. Ella me introdujo en la lectura. 'Que no se te suba a la cabeza. Sigues siendo mi hijo', me repite a menudo.

VIERNES

18.15 horas. Este mes me dirán si he sido admitido en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Solo el 3,5% de los que aplican lo consigue...

20.00 horas. El Ministerio de Sanidad nos vigila de cerca para que no montemos fiestas en la residencia. No las hay, pero no todo aquí es intelectual. Hay shows, amoríos, risas o, simplemente, tirarse en un sofá deprimido.

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00.30 horas. Leo hasta las tantas. No tengo Facebook, ni Twitter. Instagram lo instalo y desinstalo. Si no fuera por internet no habría salido de Briviesca, pero está alienando a la sociedad de manera terrible. Está destruyendo nuestro pensamiento imaginativo y nuestra capacidad de abstracción. Sin la red, probablemente no tendríamos a personajes como Trump.

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