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La Conferencia Episcopal mira directamente a Roma. La asamblea plenaria de obispos se ha decantado por el arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella, para gobernar las riendas de la Iglesia católica durante los próximos cuatro años. Omella, que sustituye a Ricardo ... Blázquez, es el hombre del Papa Francisco en España, un prelado que pretende acercar la Iglesia a la calle y plasmar aquí el magisterio que emana del Vaticano. En ese empeño estará secundado por otro hombre de estirpe bergogliana, el cardenal de Carlos Osoro, titular de Madrid, que asume la vicepresidencia de la jerarquía católica, un puesto que ocupaba antes el conservador Antonio Cañizares (Valencia).
Con sus votos, los prelados han hecho oídos sordos a los cantos de sirena que perseguían colocar al frente de la jerarquía católica a un obispo ultraconservador y apadrinado por el expresidente Rouco. En sus primeras declaraciones a la prensa, Omella abogó por el diálogo con el Gobierno, al que le deseó éxito en su tarea. Juan José Omella, quien tendrá que hacer frente a numerosos retos, desde la regulación de la eutanasia al IBI, pasando por la ley reforma educativa y el estatus de la clase de religión, retomó una frase calcada del nuncio Bernardito Auza: «Privilegios no queremos, tan solo pedimos dignidad y respeto, como todas las instituciones. Eso es lo loable y deseable», dijo el primer arzobispo de Barcelona que accede a la jefatura de la Iglesia católica.
Omella necesitó una segunda votación para imponerse al candidato alternativo, Jesús Sanz Montes (Oviedo), un ultraconservador que invitó a los creyentes a encomendarse a la Santina de Covadonga para «salvar a España» el mismo día que Pedro Sánchez salía airoso de la investidura. La operación urdida por Rouco se reveló un fiasco: Omella consiguió 55 votos frente a los 29 de Sanz, según informa 'Religión Digital'.
Pero es que además las intrigas para que prosperara la candidatura de Sanz se tradujeron en un efecto bumerán, de modo que los que tenían alguna duda se inclinaron por respaldar a Osoro para la vicepresidencia. El caso es que Osoro obtuvo una mayoría menos holgada: 47 papeletas frente a 40.
Con el tándem Omella-Osoro llega la hora de los equilibrios de poder. En un intento de desagraviar a derrotados y rivales, acceden al comité ejecutivo: Jesús Sanz, Ginés García Beltrán, obispo de Getafe, y Mario Iceta, de Bilbao. Aparte del presidente, el vicepresidente y el secretario general, estarán presentes en el órgano de gobierno del episcopado Jesús Catalá (Málaga), José Ángel Saiz Meneses (Terrassa) y José María Gil Tamayo (obispo de Ávila y ex secretario general de la jerarquía eclesiástica).
Los enemigos de Omella le han colgado el sambenito de ser la opción preferida por el Gobierno de Pedro Sánchez. La tesis, llena de malevolencia, proviene de las supuestas pretensiones del Ejecutivo para que medie ante los independentistas catalanes. Ya templó los ánimos entre el Gobierno de Rajoy y los secesionistas, lo que le granjeó las reticencias de los dos bandos en liza.
Con la nueva fase negociadora para abordar el 'procés', el cardenal puede volver a intentar la conciliación de voluntades. Sobre este asunto esquivó las preguntas de los periodistas y se limitó a decir que «en los temas más delicados, se han de buscar siempre los caminos de crear puentes, inspirados por la fraternidad y la convivencia».
A la espera de que explique las líneas maestras de su gestión, Omella está llamado a imponer la impronta del Papa Francisco en una Iglesia aún desafecta a la línea de Jorge Mario Bergoglio. En apenas dos años quedarán vacantes una treintena de diócesis, y ahí el cardenal Omella desempeñará un papel crucial. Por algo es miembro de la Congregación para los Obispos, un organismo vaticano que se encarga de elegir a los nuevos prelados. Si Blázquez pilotó el periodo de transición a los nuevos tiempos, a Omella le corresponde ahormar una Iglesia a imagen y semejanza de los postulados del papa argentino.
El cardenal y presidente de la jerarquía eclesiástica no rehuyó las preguntas incómodas. Cuando le preguntaron sobre la memoria histórica, preconizó la reconciliación. «Hemos de avanzar por caminos de no confrontación, de unirnos todos, de sabernos perdonar, todos tenemos heridas y tenemos que pedir perdón, pero tenemos que progresar en un camino de reconciliación y convivencia».
El recién elegido reniega del uso de categorías socio-políticas para describir a los obispos. Por ello abomina de las categorizaciones entre conservadores y moderados: «Hay sensibilidades diferentes, pero pese a los matices, todos somos hermanos». Sin embargo, su ascenso al poder, un poder que quiere ejercer de manera colegiada, obedece en gran medida a la dispersión del voto tradicionalista.
El episcopado ha huido de experimentos y ha descartado arriesgar por un obispo joven, como el obispo de Bilbao, Mario Iceta, que está a punto de cumplir los 55 años. La opción de Iceta se manejaba en caso de que hubiera un bloqueo y fuera preciso desatascar la situación.
A Juan José Omella, de 73 años, le quedan dos para cumplir la edad de jubilación, pero se da por seguro que el Papa prorrogará su mandato para que lleve a buen puerto la misión encomendada. Además, los nuevos estatutos de la Conferencia Episcopal amplían de tres a cuatro años los mandatos de todos los cargos, salvo el de secretario general, que dura cinco.
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