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Los integristas lavan su imagen a golpe de Twitter

Los integristas lavan su imagen a golpe de Twitter

Red social. El Emirato Islámico usa la proscrita internet para su estrategia de comunicación con mensajes de piedad, orden, respeto y diplomacia

Domingo, 22 de agosto 2021, 00:13

Velado el rostro y cubierto el cuerpo con el chador negro, una mujer declara ante el micrófono de un reportero de cara limpia en plena calle de Kabul: «Estoy muy feliz con la llegada de los muyahidines. Ahora estoy segura y protegida, y las mujeres ... salimos a trabajar, por supuesto, observando el hiyab». El vídeo de menos de un minuto se emitía por Twitter el miércoles y encontraba altavoces en cuentas como la de un «portavoz de la Oficina Política del Emirato Islámico de Afganistán», que cuenta con 215.000 seguidores. Es uno de los mensajes que vertebra el discurso talibán para Occidente: el respeto a los derechos fundamentales de las mujeres.

El día que asesinaron al menos a tres personas en una protesta por la bandera afgana, el mismo equipo graba las palabras de un anciano muyahidín de arma en ristre, del que dicen que «tiene una maestría en Ciencias Políticas y quiere enseñar a la nueva generación» para dar otro contenido clave: educación.

Estas semanas el avance talibán no sucede solo en el terreno militar. Su embestida alcanza las redes sociales, en contraste con la prohibición de hace dos décadas. Ahora sus miembros llevan móviles. Graban y se fotografían para producir contenidos edulcorados de la contienda con los que quieren conquistar el espacio digital. Aunque Facebook y Whatsapp bloquearon estos perfiles fundamentalistas, Twitter no aplica la censura. Pero no hay pluralidad: no hay voces civiles (ni vídeos ni fotos), temerosos de las requisas y el castigo.

En el epicentro de los mensajes radicales para Occidente está un «portavoz» del Emirato, Suhail Shaheen, que escribe en inglés con más de 370.000 seguidores. Famoso desde su aparición en la BBC, Suhail traduce la propaganda en pastún -que hablan los 38 millones de afganos, de los que el 11% usa internet, según el Banco Mundial- de una red de «cuentas oficiales», como la de Zabihullah Mujahid, uno de los más populares.

Cuando faltaba una semana para el comienzo de la embestida, los talibanes anunciaban que sus líderes sostenían reuniones con altos cargos de China, la Unión Europea y la ONU. A cambio de su indiferencia, prometían no agredir a los extranjeros en su suelo, otro un mensaje central de su argumentario, que se consolida de tanto repetirlo. Miles de usuarios daban al 'me gusta'.

Cámara en mano

Terminaba julio y caín los primeros dos distritos de Herat (Karkh y Guzara). No obstante, hicieron silencio hasta el 6 de agosto, cuando compartieron un primer vídeo de los combates: una casa destruida. Afirmaron que era una clínica a la que el «enemigo» derribó con explosivos. Hay manchas rojas en el suelo, pero no cuerpos. Saben hasta dónde llegar para sortear las políticas de la red social. Sus vídeos carecen de la factura (iluminación, tempo dramático, retórica visual) que distribuía el ISIS con sus crímenes. Ahora hay una breve filmación cámara en mano, donde son más testigos que actores. La barbarie de hace años no vende. Lo que no quiere decir que no se imponga fuera de plano.

El día anterior a su primera gran conquista, la capital de provincia Zaranj, mostraron la barbarie de los «mercenarios». Fotos 'light' de un atentado con morteros. Sostuvieron que hubo dos personas muertas. En las redes les apoyaron: «Que Alá destruya Afganistán». La disidencia está censurada en la mayoría de cuentas, que apenas dejan responder a los etiquetados, en el caso del «Dr. M. Naeem», o a las 224 personas que sigue Shaheem.

También compartieron un vídeo de tiendas en llamas y hombres que intentaban salvar sus mercancías, como grandes alfombras. 20 segundos de desesperación en Helmand. Otro mensaje estratégico: ellos representan el orden, frente al caos que dejan los extranjeros en su retirada. No hay evidencias ni contraste en sus afirmaciones. Un vídeo muestra a un soldado capturado por los muyahidines, «realmente tranquilo y bien tratado». Es otro de sus contenidos básicos: la piedad a los rendidos. En redes alertan que «nadie debe pensar en dejar su región porque la nación necesita de sus servicios».

Giro de humo

Con muestras de magnanimidad también pretenden contrarrestar el recuerdo de las mutilaciones, lapidaciones y palizas callejeras por delitos menores. Se divulga que un «joven que robó en el hospital fue perdonado luego de disculparse», y se le graba entregando un estetoscopio a dos milicianos, que sólo le reprenden.

El 11 de agosto, los talibanes están en Kunduz. La estrategia cambia. Ahora muestran sus victorias: vídeos del armamento, vehículos y equipación de fabricación india capturados. Imponen la rendición en sus epístolas, publicadas en la web JustPasteIt. En Herat, «miles de soldados y simpatizantes se unieron al Emirato Islámico». En sucesivos tuits mencionan a los líderes que ceden ante su fuerza. Les prometen «seguridad y vida digna».

Llegan a Kabul. Un perfil de «información autorizada», que transmite en urdú para ese 17% de los 220 millones de pakistaníes con internet, divulga la primera foto de un «comando talibán» que asume la «seguridad» de la ciudad. Posan relajados tres soldados de las fuerzas de élite delante de un vehículo tipo Humvee.

Los recados calan entre los afganos pero también en los medios internacionales, al menos las primeras semanas. Ya en el poder, los hechos comienzan a convertir en humo la propaganda talibán -retuiteada y reproducida miles de veces-. Pero ya ha cumplido su misión: la ley bárbara y cruel que imponían antes aparece deslavazada para contento de sus nuevos aliados. En paralelo, otra realidad se cuela en la red, y trata de competir con el hashtag #talibán (en varios idiomas), con imágenes de gente que huye a campo traviesa y hombres arrodillados a los que apuntan y de los que no se sabe el final.

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