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Juega de portero, es fiel seguidor del Real Madrid y uno de sus ídolos es Casillas, así que lo llamaremos Íker. Es un crío de 12 años que, como la mayoría de los niños, ha crecido con un balón en los pies. Hace unos días, ... un vecino de la urbanización donde reside lo noqueó de un puñetazo en la cara porque le molestaba el ruido de la pelota.
Serían las seis de la tarde cuando Íker bajó a jugar un rato con tres amigos en las zonas comunes del complejo residencial, situado en Estepona. Los cuatro amigos se estaban pasando el balón cuando un vecino de la urbanización -un hombre de 38 años- les gritó que dejaran de jugar a la pelota. No era, ni mucho menos, la primera vez.
La historia tiene multitud de precedentes porque, según la madre de Íker, se trata de un vecino al que le molesta especialmente el ruido que puedan hacer los menores. «Está acostumbrado a regañarles y que todos se vayan», explica Elena (nombre ficticio), que prefiere mantener el anonimato por preservar el de su hijo.
La mujer asegura que ha intentado dialogar en varias ocasiones con este vecino, al que cataloga de «conflictivo» y al que «todos tienen miedo». Vive desde hace algo más de un año en un bajo, justo en el piso inferior al de ella. «Yo he intentado hacerle ver que, si fuera la hora de la siesta, lo entendería, pero después... los niños tienen derecho a jugar».
Según Elena, el hombre no atiende a razones porque suele dormir de día y le molesta el ruido. Al parecer, habría llegado a manifestar que el niño le iba a «buscar la ruina» y habría llegado a decirle abiertamente «te voy a matar», siempre según la versión de la mujer y del menor.
Cuenta la madre que en alguna ocasión se ha llevado a su casa el balón con el que jugaban en la plazoleta o salía con una navaja y rajaba la pelota delante de ellos. «Pero nunca había pasado la línea de tocar a un niño», insiste Elena, que aún no se ha quitado el susto del cuerpo por lo que pasó el viernes.
La mujer recuerda un episodio hace unos meses en el que a su madre -abuela del menor- le pincharon las cuatro ruedas del coche. «Al cruzarse con nosotros, se jactó diciendo que eso había sido el karma de la pelotita. Fuimos a denunciar a comisaría, pero como no teníamos pruebas, no pasó nada», se lamenta.
Y así las cosas, Elena le dio instrucciones claras a Íker: «Tú no le contestes, pero no tienes por qué dejar de jugar». Por eso, cuando el pasado viernes 10 de noviembre el vecino les gritó que pararan con la pelotita, él le dijo a sus amigos que no hicieran caso porque en la urbanización estaba permitido jugar hasta las nueve de la noche.
La denunciante, que conoce la versión de su hijo y de los amigos de éste, asegura que el vecino se dirigió hacia él y le dijo, acercándose a su cara: «¿Qué pasa, que tú eres el más chulo del barrio?». Íker se limitó a pedirle a su amigo que grabara con el móvil, por lo que pudiera suceder, al tiempo que se cruzaba de brazos ante el sujeto.
Al amigo de Íker le dio tiempo a activar la cámara del teléfono. El agresor está parcialmente fuera del plano, pero se le ve lo suficiente. Se aprecia perfectamente cómo se acerca en actitud agresiva al menor, que está de brazos cruzados, y cómo lanza un puñetazo que impacta en el pómulo izquierdo del crío.
Si la escena es escalofriante, el audio lo es aún más. El vídeo capta el movimiento hacia atrás de la cabeza de Íker, fruto del puñetazo, el sonido de ese golpe y también del que se da al caer, inconsciente, contra el murete en el que los chavales estaban apoyados.
Elena estaba haciendo la compra en un supermercado cercano. Su madre, que sí estaba en el piso, se asomó al escuchar los gritos y vio a su nieto en el suelo. La policía tardó muy poco en llegar. También la ambulancia. Íker estuvo minutos inconsciente, aunque luego recobró el conocimiento.
Al ver lo hinchado que tenía el pómulo, los sanitarios lo trasladaron al Hospital Costa del Sol para someterlo a pruebas y descartar daños internos. El informe del hospital refleja hematomas en la cara y dolor a la palpación o al abrir la boca, lesiones que considera de carácter leve.
El agresor «se quitó de en medio». Los agentes no lo encontraron en el domicilio en ese momento. Fuentes policiales confirmaron que existe un atestado por estos hechos y argumentan que, ante la levedad de las lesiones que indica el parte médico, no se ha producido su arresto.
«Ahora estoy más asustada que nunca. Sinceramente, pensé que al menos se produciría su detención, que todo esto tendría alguna consecuencia para él», afirma Elena, que no entiende la decisión de la policía pese a la existencia de un vídeo en el que se aprecia perfectamente lo sucedido.
Entre tanto, Íker está en su casa, sin ir a la escuela por orden de la doctora que sigue su caso, que aún está preocupada por la inflamación del rostro. El domingo tuvo que volver a urgencias porque sentía mareos y náuseas. Le prescribieron un analgésico.
Pero la agresión le ha dejado otra secuela más difícil de borrar. Tiene muchísimo miedo y asegura que ve al agresor por todas partes. Sueña que lo persigue, que lo alcanza y que vuelve a pegarle. Teme, incluso, que se pueda colar por una ventana y entrar en su casa para encontrarlo.
Íker tiene 12 años y debería estar pensando en emular a Casillas. Pero ahora toma, por prescripción médica, una valeriana por el día para combatir la ansiedad. Y diazepam por la noche -en la dosis establecida para niños- para poder conciliar el sueño.
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