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Con una concentración que asombra, los investigadores del Inbiotec trabajan con el ordenador, los tubos de ensayo y las placas. Muestras, pruebas e informes copan las mesas del Inbiotec, un centro del que poco se conoce de puertas para afuera. A pocos kilómetros de allí, el residuo de la paja y la remolacha se acumula en los campos. La conexión entre ambos no parece demasiado evidente. Pero existe.
Carlos García Estrada coordina el trabajo en una de las salas del Instituto de Biotecnología. Él es el jefe de la investigación que conecta los dos puntos.
'Bipolrex' es el nombre que une al centro leonés, a la Universidad de Alcalá de Henares y al Centro Tecnológico del Plástico de Valencia. Juntos desarrollan un proyecto que tiene la meta en el año 2022.
«El Inbiotec se encarga de la primera fase, en la que revalorizamos subproductos agrícolas de la provincia como son los residuos de paja del maíz y la pulpa de remolacha», explica Carlos García llevando el relato al vocabulario de los mortales.
Mediante ingeniería genética de microorganismos (tanto bacterias como levaduras), los investigadores trabajan en conseguir que se puedan producir una serie de compuestos de interés que sirvan de base para que la Universidad de Alcalá y Valencia produzcan bioplásticos. «Es cerrar el círculo de la bioeconomía, desde los subproductos hasta producir algo de valor añadido». En León se centran en obtener los residuos, modificar sus condiciones de cultivo para que los microorganismos puedan crecer y así producir los compuestos necesarios.
De forma periódica toca poner en común con los otros dos miembros del consorcio y con el propio Ministerio de Ciencia cómo avanza el proyecto, con informes puntuales de los progresos que se obtienen en un plan que va más allá del laboratorio.
«Hay que coger un poco el coche porque todo el residuo es de la provincia de León», comenta en tono llano el coordinador, que asegura que «se trata de demostrar un proceso y, si llegase a buen puerto, darle una aplicación industrial, aunque eso depende de las empresas».
No parece muy descabellado. Con una financiación de 80.000 euros, desde el Inbiotec aseguran que la repercusión económica, en caso de concluir con éxito el proyecto, «puede ser alta en el sentido de que das más interes a una zona y a unos subproductos que si no no se iban a utilizar, o se iban a usar para otros fines que no dieran tanto valor».
El proyecto comenzó después del verano y estarán trabajando en él hasta 2022. La idea, de triunfar, será habitual en nuestra vida. Con esa misión trabajan sin descanso.
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