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darío menor
Domingo, 16 de mayo 2021, 00:33
A José 'salir del armario' le costó recibir palizas de sus padres desde la adolescencia. «Cuando les dije que era homosexual comenzaron las amenazas y la violencia física y verbal. Las sufrí durante años y varias veces acabé en Urgencias. Sentía terror ante ... las preguntas de los médicos, pero aún me daba más miedo esa violencia incomprensible en mi propia casa. ¿Qué es lo que tenía yo que no iba bien?», se pregunta este joven nacido en un país latinoamericano y que se mudó a Italia a los 10 años tras casarse su madre con un italiano.
A Carlo (nombre ficticio) no le fue mucho mejor cuando informó a su familia de que, aunque hacía nacido mujer, dentro de sí se sentía un hombre, por lo que quería cambiar de sexo. «Estábamos tomando un café después de comer, en una situación que no presagiaba el desastre que se iba a producir poco después. Solo recuerdo el alboroto y la rabia que saqué tras años de opresión pasiva. En aquel momento abrí los ojos, me di cuenta de quién era y de que, aunque aquella fuera mi familia, no tenía necesariamente que ser un buen ambiente. Durante la discusión entendí que no estaba bien ni me sentía aceptado, entendido o apreciado. Luego me dijeron que dejara las llaves y me fuera».
A José y a Carlo, a los que sus padres echaron de casa cuando tenían 'veintipocos' años, la emancipación les pilló con el mundo patas arriba por la pandemia, sin trabajo, dinero, ni un lugar al que ir. En aquel momento de fragilidad, estos dos jóvenes italianos tuvieron la suerte de que alguien les hablara de la Casa Arcobaleno (Casa Arcoíris), un proyecto que cuenta con dos viviendas tuteladas en Milán para acoger a chavales de entre 18 y 25 años de la comunidad de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (LGTB), a los que su condición sexual les ha supuesto el rechazo frontal de sus familias. El proyecto está financiado en su mayor parte por el Ayuntamiento de esta ciudad del norte de Italia y gestionado por Spazio Aperto Servizi, una cooperativa sin ánimo de lucro que presta servicios sociales en el municipio lombardo.
«Nosotros nos ocupamos de las personas sin hogar y en los albergues muchas veces hemos acogido a jóvenes transgénero que se habían quedado en la calle. Nos preguntamos si ese era el mejor lugar para ellos y así fue como nació la Casa Arcobaleno, con la idea de proporcionarles un espacio más adecuado», cuenta Giovanni Raulli, director del área de alojamiento y emergencias sociales de Spazio Aperto Servizi. «El Ayuntamiento paga cuatro plazas y nosotros otras dos. La acogida es totalmente gratuita. Nos ocupamos de todas las necesidades que puedan tener y les ofrecemos orientación y apoyo psicológico para acompañarles en el proceso de aceptarse serenamente e insertarse en el mercado laboral. El trabajo es clave para que tengan una vida adulta autónoma».
Las dos Casas Arcobaleno de Milán, una de las cuales está pensada para chavales con un mayor grado de emancipación, tienen hoy 5 de sus 6 plazas ocupadas por personas que pidieron ayuda a través de los servicios sociales del Ayuntamiento. No se admite a menores de edad, a mayores de 30 ni a quienes tienen trastornos psiquiátricos. «A todos los que hemos acogido les une el gran rechazo que han sufrido por parte de sus familias. Más allá de que les hayan echado explícitamente de casa, siempre hay un ambiente de profundo odio, sufrimiento y violencia física», explica Raulli. «Estos jóvenes tienen un altísimo riesgo de exclusión social. Para un chico o una chica de 18 años que no ha acabado los estudios y tiene que escapar de sus padres, en muchas ocasiones su única alternativa para ganarse la vida es por medio de la prostitución. Muchos acaban durmiendo en la calle o en los albergues para los 'sin techo'».
José no sabía adónde ir cuando finalmente decidió marcharse de casa el pasado mes de noviembre después de que, tras una brutal pelea con sus padres, acabara una vez más en Urgencias. «Decidí escapar, huir lejos de aquella casa donde no me querían», cuenta. Durante años su refugio habían sido los libros: esperaba que el estudio le permitiera conseguir un buen trabajo con el que lograr la independencia económica para poder vivir por su cuenta.
A los 18 años, cuando comenzó la universidad, incluso simultaneó las clases con un empleo. «No era fácil, pero me repetía siempre que, cuando me licenciara, lograría otro trabajo que me permitiría ser libre finalmente. No había tenido en cuenta algo imprevisible, la pandemia». La crisis económica derivada del coronavirus provocó que José se quedara en el paro, lo que unido a la convivencia forzada debido al confinamiento terminó de echar a perder la relación con sus padres.
Tampoco tenía ni idea de adónde ir Carlo después de que su familia le pusiera de patitas en la calle. «Estaba yo solo con mi maleta durante la pandemia y sin un euro en el bolsillo. Me quedé en casa de una amiga en una ciudad a un par de horas de la mía. Estuve poco, aún no me sentía seguro. Es fea la sensación de vulnerabilidad, duermes siembre con un ojo abierto», dice. Luego probó a vivir un tiempo con su padre, que reside en otro país y con el que apenas tenía relación. «Me parecía la única solución posible a mis problemas, el único lugar donde quedarme sin tener que pagar un dinero que no tenía», recuerda. Pero la situación, por desgracia, no mejoró: «Me quedé cuatro meses con él, un período en el que supe lo que era la depresión, el dolor de un estómago desnutrido y los pensamientos que te machacan». Tras regresar a Italia, se topó con las dificultades de comenzar una vida adulta sin apoyos y la firme voluntad de adaptar su cuerpo al sexo al que sentía pertenecer.
Carlo y José viven desde hace meses en una de las dos Casa Arcobaleno de Milán, situadas en pisos de alquiler de barrios residenciales y cuya dirección se mantiene en secreto por motivos de seguridad y privacidad. Lo mismo ocurre con la identidad de sus ocupantes. «Abrimos en julio de 2019 y ya hemos podido ayudar a 9 personas. Su permanencia depende mucho de los casos. Cuando iniciamos el proyecto pensábamos en una estancia media de alrededor de un año, pero hay quien se ha quedado dos y otra persona que solo estuvo un mes. Cambia según la historia de cada uno, lo importante es que encuentren un lugar donde recuperen la estabilidad y la serenidad para retomar sus vidas», explica Raulli. Son ya cuatro los jóvenes que han logrado la independencia tras pasar un tiempo por la Casa Arcobaleno para curar sus heridas afectivas y psicológicas, y lograr la fuerza y determinación para caminar solos.
«Hasta ahora todas las historias que hemos tenido son de éxito», cuenta con satisfacción el director del área de alojamiento y emergencias sociales de Spazio Aperto Servizi. «Todos se han independizado y han conseguido un trabajo. Tal vez no sea estable, pero les permite ser independientes». Entre las personas que han pasado por este espacio de acogida hay una chica de Roma a la que su madre abandonó en Milán después de confesarle que era lesbiana. «Estuvo poco tiempo con nosotros, algo más de un mes. Pero para ella supuso no tener que dormir en un banco en un parque y estar en cambio entre un grupo de personas que la aceptaban plenamente como es. Pudo vivir serenamente un tiempo de espera hasta que se marchó a trabajar a Alemania. Hoy seguimos en contacto y nos cuenta sus progresos. Nos hemos convertido en un punto de referencia para ella».
José define la Casa Arcobaleno, donde vive desde el pasado diciembre, como el lugar de su «renacimiento», pues gracias al apoyo recibido pudo completar su licenciatura en marzo. «Entonces me di cuenta de la suerte que tenía por haber encontrado un sitio seguro y personas capaces de ayudarme y guiarme para tomar las riendas de mi vida».
También Carlo tiene solo palabras de agradecimiento, más allá de reconocer algunos pequeños roces propios de la convivencia con sus compañeros de piso. «Estoy aquí desde hace casi un mes y me siento muy bien. He tenido los primeros contactos para iniciar la terapia (de cambio de sexo), los demás se dirigen a mí en masculino y usan el nombre que he elegido. Me lo hacen vivir como algo normal y no como si fuera una locura. Finalmente, me siento seguro».
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