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El veterinario Gonzalo Giner (Madrid, 63 años) ha embarcado a sesenta colegas para que cuenten las anécdotas vividas en el desarrollo de su oficio y ha reunido las más tiernas y disparatadas en 'Entre amigos' (Planeta), así titulado porque considera amigos a todos los que ... recorren sus páginas, con dos o cuatro patas. «Nuestras mascotas son los seres más generosos y desprendidos de la naturaleza», dice Giner, autor de novelas de éxito con animales de protagonistas y ganador en 2020 del premio Fernando Lara con 'La bruma verde'.
Como si fuera un arca de Noé y emulando a aquel fantástico James Herriot de 'Todas las criaturas grandes y pequeñas' (1972), en 'Entre amigos' transitan los veterinarios y junto a ellos, perros, gatos, vacas, burros, cerdos… y hasta una leona y sus dueños. Escrito con lenguaje coloquial, humor y pocos toques científicos, el libro refleja esas cualidades –fidelidad, amor, ternura– que convierten a los animales en 'gente' de la familia. Entre el manojo de relatos, cuenta Giner entuertos relacionados con los nombres que se ponen a las mascotas, como la abuela que regaló a su nieto un caniche negro al que llamó Pussy, sin saber que en castellano significa 'vagina'; la pareja que se tomaba las pastillas que el veterinario había recetado a su can para la epilepsia; o una consulta sobre el confuso comportamiento de una perra debido a la marihuana que cultivaban en casa.
Hay conmovedoras historias que demuestran las ganas de vivir de los animales, incluso cuando no tienen fuerzas para levantarse, como Arezza, una cachorrita de pastor alemán, única superviviente de un parto terrible. La llevaron a la clínica de un veterinario, Leandro, para que acabara con su sufrimiento. Leandro recuerda que «dejó a la perrita en el suelo y su imagen era deprimente, pero también emocionalmente demoledora. Apenas conseguía tenerse en pie, y cada vez que lo intentaba la asaltaba una oleada de temblores». Estuvieron muy cerca de acabar con los dolores para siempre. Leandro recuerda que «cuando estábamos cargando la jeringuilla, la pequeña levantó sus enormes orejas y nos dirigió su mirada». Ese gesto de piedad y ternura pedía una oportunidad. Iniciaron varios tratamientos, descartaron una infección y también un problema neurológico. Los dolores los provocaban inflamaciones articulares que dejaban al can destrozado. Lograron mínimos avances, pero Arezza quería seguir viviendo y poco a poco fue sujetándose más y más tiempo, hasta abrirse camino y acabar ganando carreras populares.
Giner destaca otra emotiva historia que le llegó desde Málaga con la depresión de una joven tras perder a su madre y a la que su padre trata de ayudar regalándole un cachorro de pastor alemán. El perro creció al lado de la niña sin recibir una palabra de cariño. Ella se encerraba en sí misma… hasta que un día se subió a la azotea para arrojarse al vacío. Sin contar con que el can, intuyendo algo raro, la había seguido y corrió hacia ella antes de que diera el salto. «La desestabilizó lo suficiente como para que perdiera el equilibrio: cayó hacia atrás, pero él no corrió la misma suerte». Al ver el charco de sangre, la joven bajó corriendo las escaleras. «Se agachó, rompió a llorar y llamó a su padre con todas sus fuerzas». Hoy, ella lleva una vida normal y el perro, ligeramente cojo, también. ¡Guau!, vaya final feliz.
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