Los momentos que deja una Semana Santa inolvidable

Cuando la cruz de guía asoma, el tambor redobla y el capillo baja, León se transforma.

Los momentos se agrandan. Los mensajes se quedan en una mirada. Los abrazos son más sinceros que nunca. La pasión se desborda y comienza la procesión.

De Dolores a Resurrección. Los hay de todos los colores. Un gesto tras cada emblema, una foto en cada calle, una nota que se deshace.

La Semana Santa de León se agranda con el detalle más sincero que un simple guiño, una peineta recolocada o una horqueta clavada logran provocar.

Porque lo que ocurre en el tiempo santo en esta ciudad no se reduce al interior de una capilla, al varal de un paso ni a una esquila estridente. León en Semana Santa son historias, la forma de vivir cada procesión.

Diez días que son mucho más que un paso encarando las Carbajalas; que una manola doblando la esquina de Berrueta a la Ancha; que un seise tocando su campana en la Mayor; o que un solo de corneta huyendo por Landázuri.

La Semana Santa es el abrazo del padre al hijo bajo el capillo; es la merienda tras una siesta que se vive en la calle; el grupo de amigas que dejan a un lado sus planes para ver la procesión; el cristo que se refugia a la estela de Nisán, aún sabiendo que con la llena llega su final.

Es una ciudad que se detiene para disfrutar de cada momento, que aplaude al paso y bebe limonada. Una vieja capital que da la mano, que no pregunta bajo el paso y que baila con el hombro en su anda.

El sueño llegó a su fin y toca volver a dormir. Muchos seguirán soñando el resto del año, pero la mayoría no volverán a abrir los ojos hasta que la sardina asome al ascua y el olor de la primavera traiga incienso con sonido a tambor ronco que anuncie que ya es hora.

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