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INés Santos
León
Viernes, 31 de agosto 2018
La acampada de Vestas es una casa, o casi. Se construye a base de paciencia, solidaridad salpicada de indignación y la fortaleza que da quien se cree convencido de que la razón está de su lado.
Los más de 350 trabajadores de factoría, por turnos, acuden a las puertas de la misma en el polígono industrial para mantener viva la lucha y la reivindicación, la misma que sostienen desde el primer día, pero ahora si cabe con mayor respaldo y fortaleza.
No se sienten abandonados por la sociedad pero sí por la cúpula de una multinacional que, paradojas de la economía, obtiene miles de millones de euros de beneficio en su conjunto.
A la espera de acontecimientos, de ese milagro que permita dar un vuelco a la situación, los empleados de Vestas van dando forma a su casa, a su casa cargada de solidaridad y de deseos.
Este viernes los allí concentrados montaban una cocina. «Es nuestra casa, así que tendremos que tener una cocina», aseguraban a última hora de la tarde.
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En breve el Ayuntamiento de Villadangos les proporcionará luz eléctrica y acondicionará unos baños provisionales que les harán más llevadera la espera diaria a esas buenas noticias que por el momento parecen tan lejanas.
A ese escenario se suma la reivindicación y la rabia. Hay carteles con las fotografías de los principales implicados en el cierre, junto a ellos no faltan significativos retretes y, desde este viernes, un escalofriante ataud que define perfectamente la situación en la que se encuentran estos trabajadores.
Es la lucha diaria y sin descanso de quien espera que un imposible hoy se haga finalmente una visible realidad.
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