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Vivimos tiempos convulsos, extraños e impredecibles. Tortuosos e inquietantes. La ficción señala esta situación tormentosa, refleja el caos y reflexiona sobre nuestra deriva como especie, a veces desde la caricatura, aunque la realidad acaba superando a la exageración del cine y la televisión. El público está perdido. Algunos se identifican con Joker, un sociópata de libro, o votan a un tipo que entendió al revés 'V de Vendetta' al colocar en su logo la careta de Guy Fawkes, símbolo de una revolución muy distinta (en el cómic de Alan Moore no queda ningún líder). Hay quien se pregunta, cada vez más, por qué las maniobras del Imperio en 'Star Wars' no son el buen camino. Mejor ser un stormtrooper anónimo que un aburrido Jedi con túnica a cara descubierta. Darth Vader se dio cuenta a tiempo de que el lado oscuro iba a molar más en el siglo XXI. Los villanos tienen su corazoncito. Thanos tampoco iba desencaminado con su plan para salvar el universo diezmando a la mitad de la población. En ello estamos, entre aplausos de trolls de internet que acaban de descubrir, con el estreno de la cuarta temporada de 'The Boys', que Homelander, léase Patriota, es un fascista de cuidado. Aplaudirle las gracias al superhéroe trumpista ha derivado en más de un ictus antiwoke y la congelación de sonrisas.
Hasta aquí hemos llegado. ¿Quién se la ha colado a quién? En las redes sociales reina el perfil de sujeto de éxito que trata a sus congéneres como gusanos, amasa fortuna con estafas piramidales de manual y cree vivir dentro de Pornhub. Su oficina es el gimnasio, donde tonifica el músculo de la ostentación en una sociedad competitiva que premia a quien da prioridad a una supuesta inteligencia financiera frente a la emocional a golpe de Tiktok. Tu vida va a mejorar notablemente porque la mierda del vecino huele mucho peor. El tufo a secta es evidente, trasladable a la política actual, en un mundo polarizado que parece abocado a una purga bélica. Así lo cuenta una de las series del momento, disponible en Prime Video -bendita ironía-, cuya puntuación online ha pegado un notable bajón, sospechosamente, debido al bochorno interior de algunos seguidores que acaban de descubrir que «emosido engañado» tras un número de capítulos nada desdeñable. Veinticuatro episodios, y subiendo, han sido necesarios para que algunos espectadores despistados acaben identificándose con sus propios «memes», tanto reír. El mundo ha cambiado y colocarse la bandera del país de las barras y estrellas como venda en los ojos ya no funciona.
Hagamos un poco de memoria. Los protagonistas de 'The Boys' vigilan a los vigilantes. Alguien tiene que poner orden en un mundo de superhéroes, donde los justicieros con poderes especiales se desmadran demasiado y se han convertido en un objeto de consumo sin límites. El cómic de partida pergeñado por el guionista Garth Ennis y el dibujante Darick Robertson ofrece una dosis sin contención de humor bestia, negro como el carbón, escenas de acción impregnadas de gore y orgías entre supertipos en pijama -el sueño de muchos fans del género hecho realidad-, entre otras lindezas cuya adaptación a imagen real saca mejor nota. Los diálogos punzantes y el sarcasmo brillan más en la serie, mal que les pese a algunos seguidores de las viñetas, donde Carnicero, El Francés, La Hembra y Leche Materna, a los que se une Wee Hughie, son los miembros del clan de antihéroes, un grupo de chicos duros que se dedican a dar toques de aviso, con violencia explícita, a todo superhéroe que se pase de la raya. Controlan a los controladores descontrolados, descontrolándose. Su método de instaurar el orden y la armonía entre los titanes descarriados no es precisamente la palabra. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, sin tonterías.
'The Boys' se antoja un 'Watchmen' embrutecido, que retuerce el género superheroico y le saca chispas, aportando una visión cruel a temas de actualidad. La serie ha sabido adaptar el material gráfico a los tiempos que corren pero sus nuevos volantazos han indignado a más de un fan. De seguidor acérrimo a hater indignado hay un paso. Por fin algunos se han dado por aludidos con el mensaje mascado de una propuesta que empieza con fuerza su cuarta temporada, aunque tiene difícil no sonar a repetitiva. Con la quinta sesión en el horizonte como el fin definitivo de la verbena, el primer episodio de este esperado retorno, que se ha hecho de rogar, funciona como un tiro (en las pelotas). Los guionistas tienen claro su objetivo, a quien satirizar, y ponen toda la carne en el asador, en pos del espectáculo, con una dosis de salvajismo fuera de órbita. Homelander está desatado, no puede ser más totalitario y narcisista, sabiendo que a la vuelta de la esquina está el retorno de Trump a la Casa Blanca. O estás con el justiciero imbatible, capaz de reventar a cualquier superhumano que le tosa, o estás contra él. El rubio paladín patriótico disfruta de su alta posición en la cadena alimenticia pero empieza a pintar canas en los genitales, cuestión que avinagra aún más su desequilibrado carácter. Mientras, sus compañeros de supergrupo reciben a nuevos miembros que representan mejor que nunca el horror actual, entre ellos una youtuber de ideología ultra dispuesta a todo con tal de ganar likes.
Las comparaciones con la realidad son odiosas en 'The Boys', dependiendo del bando en el que estés. Estás con Homelander o con Luz Estelar, con los excesos o la mesura. Bulos, fake news, atentados de falsa bandera, convenciones terraplanistas, QAnon, rednecks, influencers… Nada ni nadie se salva en la lucha por el poder repleta de contradicciones. Metáfora poco sutil de nuestros agitados tiempos, hay quien ha tenido que llegar a la cuarta temporada para descubrir el objetivo de su ironía. «Reparte a diestro y siniestro, pero la cosa no va conmigo», pensamos alegremente, entre hemoglobina y carcajadas, hasta que la sangre nos salpica, nos quema el fuego y transmitimos nuestra rabia en Rotten Tomatoes. Empieza la fiesta con los Sex Pistols como banda sonora, no hay más preguntas, señoría. Johnny Rotten, ahora un aburguesado John Lydon, se rasga las vestiduras. Cuerpos estampados en la pared, como un cuadro de Pollock, hombres mostrando su anatomía desnuda sin necesidad aparente, sexo incómodo y soez en escena, palabrotas biensonantes, chistes con referencias a Amazon y un personaje saltándose la cuarta pared: «Vamos a escuchar a Smath Mouth». Y suena uno de sus temazos. No hay que tomarse muy en serio el show, excepto cuando plantea si un pedófilo siempre estará por encima de un nazi en el ranking de perversidad. ¿Un pederasta tiene ideología? ¿Qué fue del pizzagate?
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