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Estrenada en Prime Video con pocos honores, para variar, a pesar del atractivo de su temática, de plena actualidad, 'El poder' es un buen ejemplo de una serie que empieza con fuerza y va cayendo en picado a medida que avanzan los capítulos, para remontar ... ligeramente en su tramo final, camino del desenlace. Los tres primeros episodios enganchan, plantean varias situaciones que pueden acabar entrelazándose, por el bien de la historia en su conjunto, pero las elaboradas presentaciones iniciales de los personajes y sus circunstancias acaban diluyéndose inexplicablemente. La siempre eficaz Toni Colette encabeza un reparto coral que no cuenta con más estrellas rutilantes en sus créditos, salvo el reivindicable John Leguizamo para los muy cafeteros.
El rostro de dos filmes tan diferentes como 'La boda de Muriel', la cinta que la dio a conocer, y 'Hereditary', donde también encarna a una madre desconcertada (en un cuento macabro), pone rostro a una alcaldesa con carácter que quiere opositar al senado en mitad de una crisis mundial que viene dada por un poder, aparentemente sobrenatural, que adquieren algunas mujeres jóvenes, incluida su hija. Chicas empoderadas son capaces de emitir electricidad con sus dedos, pero este don mágico, un arma de defensa y ataque según se mire, es vito como una amenaza en una sociedad patriarcal. Como ocurre con los mutantes de los tebeos de Marvel -y las películas-, el hecho de ser diferente se ve potencialmente peligroso, como si volviésemos a la época de la caza y quema de brujas.
Lejos de montar un verdadero aquelarre, 'El poder' echa andar con energía, manejando una premisa atractiva que parte de una novela escrita por la autora británica Naomi Alderman, quien también participa en los guiones de nueve capítulos de irregular resultado que no exprimen las posibilidades del relato, como ya ocurriera en la fallida 'Y: El último hombre', cancelada por Disney+ tras una primera temporada (su premisa describía la posibilidad de un mundo gobernado por mujeres tras desaparecer la otra mitad de la población). Aquí la excesiva moralina empaña la reflexión. Es inevitable relacionar lo que vemos con problemas actuales pero hay momentos de un sensacionalismo extremo que desvían la atención. Diferentes vidas y situaciones en países distintos, alguno inventado, para que no haya piques diplomáticos -aunque podemos intuir perfectamente en qué fronteras estamos-, no siempre se cruzan.
La historia de Colette -cómoda en su rol, como aparenta el reparto al completo- se sitúa en EE.UU., el país de la libertad, el único escenario qu parece civilizado en comparación al resto, donde las mujeres con poderes caen como moscas en manifestaciones, y son perseguidas porque su nueva habilidad física puede suponer un paso hacia la verdadera igualdad. Hay un streamer tremebundo, de ultraderecha, que siembra el pánico entre los hombres (no es fácil pensar en alguno real). Asustado ante la posibilidad de perder sus privilegios, el macho reacciona con violencia en algunas escenas que no exprimen el off, la elipsis o algún recurso para que no parezcan una muestra de torture porn, un handicap para el que esto escribe desde un punto de vista emocional.
Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. El debate que se plantea, las injusticias sociales y el equilibrio de fuerzas, es interesante, con la inevitable política de por medio, pero, como adelantábamos, a partir del cuarto capítulo se abre una grieta importante en el tono de 'El poder' y hay pasajes que se antojan desagradables en su exposición, máxime cuando se trata de una historia que se preocupa por el control del cuerpo femenino. Irrumpe la previsibilidad, los diálogos se alargan innecesariamente y el subrayado impera sin que sea necesario. Hay líneas argumentales que aparecen y desaparecen. Algunos personajes, y su vivir cada día, no hacen acto de presencia a lo largo de varias capítulos. El foco de atención va y viene, no siempre con el mismo atractivo. Se echa en falta una mayor conexión entre los relatos y un montaje más atrevido en una producción ambiciosa, con indudable potencial, que se mueve entre el drama y el thriller psicológico con algunas modestas escenas de acción y el toque fantástico, algo anecdótico en términos de efectos visuales.
Mientras el hilo de la madre coraje metida en política deja a EE.UU. como una sociedad avanzada, con sus tropezones éticamente reprobables pero poco llamativos, el resto del planeta son países tercermundistas, notablemente corruptos. Se asoma la arrogancia y el colonialismo, indirectamente. En Londres la hija de un mafioso emplea su capacidad para emitir rayos con las manos para vengarse del asesinato de su madre en un ajuste de cuentas. Mientras, en África y en Asia hay disturbios y ajusticiamientos por doquier. La chispa que enciende la revolución abre a su vez la veda de la violencia contra las mujeres con poder (o sin él). Ya no son el supuesto sexo débil, con la oportunidad de electrocutar a quienes las difamen, tras siglos de opresión. Los gobiernos se ponen nerviosos ante el posible desequilibrio del sistema mientras los medios apuntan a donde les interesa y agitan la opinión pública. Auli'i Cravalho ('Crush'), Toheeb Jimoh ('Ted Lasso'), Josh Charles ('La ciudad es nuestra'), Eddie Marsan ('Vesper'), Ria Zmitrowicz ('La infamia'), Zrinka Cvitešić ('Lost in London') y Halle Bush, entre otros nombres, completan el equipo artístico de una serie de cuidada dirección que puede verse en piloto automático a partir de su ecuador.
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